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La tarde perfecta de Murphy

  • Miles de cordobesistas sufren en la distancia el brusco final a la temporada más bella que se recuerda. De Nadal a Alonso pasando por el empate de la selección, la jornada perfecta acabó teniendo un sabor amargo.

Lágrimas, pena, desilusión, el regusto amargo de la última copa de una larga tarde... Lo que empezó como una jornada que podía entrar en la historia acabó en una profunda decepción. Porque el domingo estaba preparado para ser una de esas sesiones de comida con los amigos, café y eterna sobremesa delante de la televisión, pero con el paso de las horas se convirtió en una de las noches más tristes para el cordobesismo, que despertó bruscamente del sueño que ha supuesto la temporada más bella que se recuerda.

El que más y el que menos ya se había hecho su plan desde por la mañana, con un solecito que invitaba a comenzar pronto con unas cervecitas a mediodía y a hacerse fuerte en una mesa cercana a la tele para disfrutar de un largo programa de sillón-ball. La final de Roland Garros con Nadal en busca de su séptima copa de los mosqueteros, el estreno de España en la Eurocopa y la aventura del CCF en Zorrilla componían un menú de fuertes platos principales, a los que se podían añadir como guarnición la carrera de Alonso en Montreal o el Irlanda-Croacia para aliñar la segunda parte. Parecía un plan redondo, pero demasiado expuesto a que algo no saliera bien. Y las cosas empezaron a torcerse muy pronto.

El menú televisivo era una sucesión de entremeses a la espera de que llegaran las 20:00 y comenzara el duelo de Valladolid, pero los entrantes comenzaron a indigestarse a las primeras de cambio. La tarde invitaba al vaso largo y a buenas piedras de hielo para lo que se venía por delante. La primera copa, ésa que se toma con el estómago lleno y muchas ganas, entró fácil y rápido, tanto como los dos primeros sets de Rafa Nadal ante Novak Djokovic, pero en cuanto la lluvia de París comenzó a hacer de las suyas, algo comenzó a torcerse en una tarde demasiado perfecta para ser verdad.

La peligrosa remontada del serbio y la suspensión de la final fueron sólo un anticipo de lo que esperaba minutos después, cuando Del Bosque dejó a todo el mundo atónito con su once inicial sin delanteros. La exhibición de impotencia de España en la primera parte ante Italia bajó los ánimos a más de uno, pero cuando Di Natale adelantó a los transalpinos a muchos se les atragantó el sorbo. Puede que de la segunda, puede que de la tercera de la tarde.

Murphy andaba suelto, ese sujeto sin rostro cuya ley dice que todo lo que puede salir mal tiene tendencia a hacerlo, incluso cuando todo está preparado para pasar una tarde de gloria. El rápido empate de Cesc Fábregas arregló algo una tarde que empezaba a torcerse más de lo esperado, pero el empate final dejaba demasiados cabos sueltos, demasiadas ilusiones pendientes de un CCF por el que sólo los cordobesistas irredentos apostaban en el Zorrilla.

Entonces empezó lo que importaba de verdad, el partido por el que todos los aficionados blanquiverdes habían esperado todo el año, por el que muchos llevaban aguardando toda una vida. 40 largos años después, el Córdoba estaba a 90 minutos de ponerse a las puertas del retorno a Primera y su afición no quiso dejarlo solo. Cerca de 300 se metieron 600 kilómetros entre pecho y espalda para verlo en directo en Valladolid, pero miles tomaron bares, terrazas, plazas, peñas y casas para unir su grito de ánimo en la distancia. Todavía quedaban muchas camisetas rojas en la calle, que se unieron a cientos de blanquiverdes en un solo sentimiento, en el deseo de alargar hasta el final una temporada llena de recuerdos, pero a la espera del más importante.

La primera parte alimentó las esperanzas de todos los que soñaban con un triunfo cordobesista. El blanco y el verde volvieron a ser garantía de orgullo, de identificación con un equipo que ha rendido por encima de lo que todos auguraban. Ése ha sido el gran mérito del CCF esta temporada, romper con el guión y ser inconformista con el destino que parecía escrito a pesar de sus evidentes carencias. Pero la segunda mitad rompió bruscamente los ánimos de una afición que pronto entendió que el final había llegado. Los tantos del Valladolid fueron cayendo y las esperanzas disipándose como el gas de ese vaso que se fue quedando olvidado en la mesa, incapaz de ahogar la pena por una eliminación dolorosa en la forma y dura en el fondo.

Se escapó alguna lágrima de impotencia, de injusticia al ver cómo el Córdoba era goleado en el adiós a una temporada que no merecía esta despedida. A esas alturas, el enésimo error de estrategia de Ferrari en Montreal no le importaba a nadie, pero fue la guinda a una tarde en la que nada salió bien.

El CCF, ese equipo indomable que hizo revivir la pasión por el cordobesismo, cayó de la forma más inesperada, derrotado, superado por un rival al que todos dan por favorito al ascenso. El equipo de Jémez tropezó con la realidad y su afición despertó del más bello sueño. No importa. El año que viene volveremos.

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