Córdoba-alcorcón

Una tarde en la feria (1-3)

  • Sin intensidad defensiva ni arrojo para llevar el peso, el Córdoba se estrella ante un sólido rival que hizo estallar al público. Los goles alfareros nada más salir de vestuarios, una losa.

Puestos de coco llovío, de ese que nunca ves a nadie comer y que se mantiene imperecedero año tras año sin saber bien dónde está el rendimiento, que lo tendrá; quioscos de algodón de azúcar con cola para satisfacer el gusto que te das cada cierto tiempo acumulando cientos de calorías que pegan la patada a la dieta; la tómbola que no falta con regalos buenos que nunca tocan y la multitud de peluches que convierten las calles en un zoológico de trapo; y los coches de tope siempre llenos, con niños y no tan niños picados y ávidos de vacilar para ganar puntos con las niñas, y viceversa. Todo eso y mucho más inunda las calles de cualquier feria que se precie, un carrusel que empieza a ver el punto y final tras un verano donde se han acumulado cada fin de semana. En Córdoba no será hasta mayo cuando El Arenal se inunde de cacharritos -de todo tipo-, aunque el viaje en el tiempo que ayer algunos vivieron en la hora y media que estuvieron en el El Arcángel así lo pareciera. Y no sólo entre la grada, porque en el campo el festival fue parecido. Y eso es lo verdaderamente preocupante.

Muchos fueron a echar la tarde, casi de paseo por una alfombra que no es tan alfombra teñida cada vez menos de verde. Unos miraban de lejos, como el que se queda fijo leyendo la propaganda de la caseta; otros esperaban a que le sirvieran en la mesa, cuando el self service es lo que impera a la hora de las bullas. Y mientras tanto, el visitante, mucho más listo, ya estaba comido y bebido. Alguien debe empezar a darse cuenta de que es imposible crecer sin correr, sin tener la intensidad y la agresividad del contrario, pensando que sólo con la mirada vas a ganar. Sin todo eso, que puede llegar a traducirse en falta de hambre, el éxito cada vez estará más lejos. Es cierto que sólo es la tercera jornada, pero las sensaciones no terminan de ser buenas. Fuera ya llegó un petardazo, que al sumar otro al calor de los tuyos, que no necesitaron mucho para explotar contra el palco, dibuja unos días muy diferentes a las fiestas que muchos preveían tras el victorioso estreno.

Desde entonces, este Córdoba ha cambiado demasiado. Y a peor. Lo malo es que ya no hay tiempo para deshacer ningún entuerto, pues el mercado se cerró hace una semana, dejando en manos de Oltra una plantilla desequilibrada y cogida con pinzas en varios puestos, con una importante nómina de veteranos que vienen de vuelta y a los que está obligado a sacar de nuevo las ansias de victoria. Una sensación que ya no se vio desde el inicio. Algo se palpaba en el ambiente que a más de uno no le gustaba un pelo. El Alcorcón tiene menos nombre, tanto por el club como por los jugadores, si bien sabe perfectamente a lo que juega. Cero complicaciones, buena presión arriba y que los cuatro de arriba se las averigüen para crear peligro. Con eso le dio para marcar el ritmo y adelantarse a los seis minutos, en una jugada que ya reflejó que la zaga no estaba metida en harina. Tres rebotes y todos favorables a los amarillos, que acabaron celebrando el gol. Caras largas y a empezar a remar de nuevo.

Porque la obligación de un aspirante a todo no es otra que levantarse ante cualquier varapalo. Buscar soluciones ante los problemas. Xisco lo intentó con un disparo raso que repelió Dmitrovic e hizo despertar a la grada. Con ese subidón, el equipo trató de hacer algo más con balón, pero muy lejos del área rival siempre. Donde de verdad se hace daño, muy poquito. Como los hielos, se derritió antes de lo deseado. Maniatado por la buena presión alfarera, muy alta, y con esa pachorra con la que sólo puedes salir airoso en una pachanga de solteros contra casados, el Córdoba apenas existía. Vivía de ramalazos individuales. Y así empató, aunque antes Pastrana asustó con su pierna mala. Deivid dejó su zona e inició una jugada que Xisco primero maldijo ante el paradón de Dmitrovic y luego celebró al cazar el disparo, que no centro, de Markovic. El gol pareció equilibrar la balanza, si bien un fallo del propio Deivid, muy descentrado, casi lo aprovecha Màyor con un mano a mano que mandó fuera ante una salida de Falcón que lo arrolló. Pudo ser penalti, pero bastante pena tenía ya el delantero con la que había fallado. La igualdad hizo más rácano el partido. Y Oltra optó entonces por callar tras haber corregido decenas de veces a los suyos; lo que tenía que decir, ya tocaba en la caseta, donde los conceptos entran más fáciles.

Pero ya fuera porque el albero del real o sabe Dios qué cosa no dejó ver bien la pizarra, lo cierto es que el Córdoba cambió poco o nada. Muy frágil sin balón y con escaso mordiente con él. El mensaje, que desde la grada ya se intuía, lo olió mejor que nadie David Rodríguez, que hizo el segundo tras provocar un penalti con un jugadón que sacó las vergüenzas de la zaga cordobesista. Una defensa que puede pasar por ser la más veterana de la competición, pero que necesita mucho más que experiencia para rendir a un nivel óptimo, que no es precisamente lo que hizo ante el Alcorcón. Con ese nuevo varapalo, Oltra agitó el banquillo. Hombre por hombre; Raúl de Tomás por un Pineda inexistente y Pedro Ríos por un igual de desaparecido López Silva. Pocos riesgos en busca de la mejora, que tampoco apareció cuando ingresó Víctor Pérez. El único peligro llegó con un zurdazo del exmadridista que le salió al centro y atrapó Dmitrovic, y alguna intentona de Ríos que no encontró ni portería. El resto fueron fuegos de artificio, como los que echan el cierre a toda feria, que llegaron esta vez antes de tiempo tras el tercer gol alfarero, un tanto que vieron mejor que nadie los zagueros blanquiverdes, que sólo miraron, cuando debieron haber actuado como dice su manual. La traca final fue el desaire de la grada a los suyos, con huida antes del pitido final y un primer aviso al palco. Lo que el Córdoba ofrece hasta ahora no gusta. Lo sabe Oltra. Ahora hay que tratar de que lo entiendan los jugadores, para que en lugar de ir a dar un paseo por el real, vayan a competir. Es la única manera de que los resultados cambien para bien.

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