La noche que imaginamos

Espanyol-córdoba · el otro partido

Dolor, risas y llantos en el carrusel de sensaciones que provocó el Córdoba a los miles de aficionados que siguieron el partido por televisión · Varios cientos de seguidores estuvieron en Cornellá El Prat.

Francisco Merino

12 de enero 2012 - 08:08

Perdió una eliminatoria pero ganó crédito. Ya saben en toda España quién es el Córdoba y cómo se las gasta. Qué es capaz de hacer cuando le pegan y cómo no agacha la cabeza ni cuando le llueven de todos los colores. El Espanyol seguirá buscando su billete para Europa y el Córdoba retomará su batalla diaria con la certeza de saber que está en la buena senda. Anoche, miles de cordobeses sufrieron, rieron y lloraron con un equipo que es un torrente de sensaciones. Transmite vida y ganas. Explota lo que tiene al máximo, sin guardarse nada. Un ejemplo para tiempos de crisis.

Cuando algo más de una hora antes del comienzo del partido se desveló la alineación titular, el cordobesismo entró en ebullición. Pepe Díaz y Patiño en el once. Dos delanteros en Cornellá. ¿Quién creía que Paco Jémez iba de farol en las vísperas? El Córdoba jugó como siempre. Lo intentó, al menos. Porque el Espanyol salió dispuesto a no dejarle ningún espacio para expresarse. Le quitó la pelota y el Córdoba, sin el control, padeció una pesadilla para detener las permanentes avalanchas de un equipo enrabietado, con calidad, velocidad y determinación. En la primera parte, el Córdoba pudo encajar una paliza aún peor de la que recibió. Se fue el intermedio con 3-1, después de que Alberto Aguilar apañara un resultado fenomenal después de lo visto.

Algunos parroquianos que seguían el pleito en los bares decidieron entonces darse la vuelta, enarbolando la clásica frase en estas circunstancias: "Aquí está todo el pescao vendío". Y no. No lo estaba. En algunos sitios la gente no se movió del sitio. En la Peña Cordobamanía, por ejemplo. Allí, los irreductibles seguidores compartían el dolor de los golpes pero también una tibia esperanza. Paco dejó a Cerra en la caseta y metió a Borja García. El Córdoba salió inflamado, dispuesto a morir matando. Cuando Pepe Díaz logró marcar el 3-2, todos estallaron. ¿Será posible esto?

Lo del entrenador cordobés empieza a superar todos los límites conocidos. Su brutal sinceridad va pareja con el desempeño, conmovedor y valiente, de un equipo que ya será recordado para siempre. Habrá otros, pero ya no serán como éste. Más allá de la marcha de algunas piezas -la primera, Javi Hervás-, este Córdoba es irrepetible por el modo en que ha sido capaz, contra corriente y pronóstico, de devolver a la ciudad la pasión por su equipo. Esa pasión infinita que aparece serigrafiada en las camisetas de los jugadores y en el himno del club, una composición que sólo pudo ser ideada por alguien como Queco, que vistió en su día la blanquiverde y conoce como nadie los resortes sentimentales del cordobesista. Esa pasión que ayer se vio en hogares, en bares y en peñas. Fueron miles los que se sentaron ante el televisor esperando una hazaña. Vieron a su equipo caer y levantarse. Comprobaron que late ese corazón indomable, ese espíritu que le ha dado Paco Jémez.

Durante muchísimos años -¿desde siempre quizá?-, el inquilino del banquillo blanquiverde ha sido visto como un tipo siempre bajo sospecha, un intruso o un bandido. Hay pocas excepciones, asociadas siempre a momentos puntuales -los de éxito, obviamente- dentro de la turbulenta historia de la entidad. Eizaguirre, Olsen, Escalante... y paren de contar. Todos estuvieron colocados en un altar hasta que se marcharon de forma poco lucida, como es norma en el gremio. Son milagrosos los casos en los que un preparador termina un ciclo por la puerta grande. Eso no se lo tienen que contar a Paco Jémez, que tiene planta de sargento de hierro embutido en un traje de marca. Anoche, en los bares de su barrio, todos contaban historias de aquel chaval con melena que jugaba en los alevines del Unión de Levante y que terminó en el Córdoba, donde se forjó visitando campos de históricos en decadencia y deprimentes patatales de Segunda B. Terminó jugando en Primera y siendo el futbolista cordobés que más veces ha vestido la camiseta de la selección española absoluta.

En los barrios de Fátima, La Fuensanta, Fidiana o Cañero, zonas de raíces futboleras en la ciudad, los bares se atestaron para ver la conclusión del sueño de la Copa del Rey, una competición en la que el Córdoba ha conseguido en los últimos años una fenomenal colección de momentos de alto voltaje emotivo. En el curso pasado perdió en la prórroga en Riazor, tras ver cómo un gol de Arteaga era neutralizado por un penalti absurdo cometido por Jonathan Sesma. Lo de ayer provocó un disgusto distinto. Dejo un poso de orgullo. La gente vuelve a hablar de su Córdoba.

Paco es el líder de un equipo que se malacostumbró a no ser nadie. Como mucho, a ser uno más: una presencia intrascendente. Ahora todos hablan de este Córdoba. En las calles de la ciudad, miles de aficionados se apiñaron en peñas y bares para seguir por televisión un partido asombroso, una bella lección de fútbol y de vida. Si no lo intentas, estás perdido. Si vas a por todas, puedes ganar... o perder. Pero no es lo mismo. Que se lo cuenten a los cordobesistas, que anoche recibieron lo mejor que tiene el fútbol: material para recordar.

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