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Un niño y otro niño se miran en un espejo

Bajo la lluvia, un niño manchado de barro (como tienen que estar todos los niños cuando llueve) miraba a otro niño muy arreglado. A uno su madre le hacía mimos, le quitaba pizcos del rostro y le ayudaba a ver al otro niño. Al más limpito, otros dos señores mayores le acompañaban en un estrado que le elevaba más del suelo física y emocionalmente. De repente, todo el mundo se acercó al escuchar hablar a los señores mayores. Se referían al otro niño. Y desvelaron su nombre después de haber hablado mucho sobre él. Como a los grandes. Como a los que ya han vivido mucho más. El niño que está subido en el escenario se ruboriza, tímido (como suelen ser los niños cuando tienen edad para ello). Luego aparecen en el escenario otro señor más mayor y más elegante. Y habla de futuro muy emocionado. De espejos, de caras de gente joven. De unidad. De compromiso. De palabras grandes e incomprensibles para el otro niño, el que estaba debajo y que esperaba con ansia la hora de los payasos que su madre le había prometido. Y a la merienda que devoraría a pesar de haberse tomado un buen plato de arroz. Pero, mientras no entendía por qué otros dos señores tomaban notas aceleradamente y otros aplaudían cerradamente cuando el acto se acababa, sus ojos seguían captando imágenes. Veía, repetidas, las camisetas con el número 21 y el nombre de ese otro niño. Y, al observar el entusiasmo que provocaban en todos los que le rodeaban, daba torpes palmas para unirse. Y le decía a su madre, emocionado ya también y caprichoso (como tienen que ser todos los niños de esa edad), que él también quería una con ese número y ese nombre. Y decía mucho más. Que ese niño y el otro niño, los dos, acababan de conectar en un universo paralelo. El uno había divisado el futuro en los ojos del otro y el otro el pasado reciente en los ojos del uno. En ambos, ayer, brillaba una suerte de compromiso. Un sello indeleble que hará que, cuando tenga el uno la edad del otro, no tenga reparo en repetir la misma elástica. Los mismos colores. Y en acudir con su bufanda y su ánimo al campo donde el otro siga jugando. Será en 2012. En un espejo.

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