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¿Dónde apagamos el fuego?

Puede que no se lo merezca, pero ésa no es la cuestión. Al CCF se le ha venido el mundo encima por exceso de confianza, un pecado imperdonable en el caso de un club que podría batir varios récords mundiales de mala suerte, entendida no ya como el producto de los errores en su gestión -que los hay, y graves- sino como un gafe que le hace estar siempre en el sitio más inapropiado y en el peor momento posible. Lo del Cádiz en el último minuto de la última jornada de la última Liga parecía el último y definitivo episodio de un idilio con lo estrambótico. Aquella mutación en directo del periodista Isabelo Bejarano, que pasó del abatimiento más profundo a la alegría enloquecida en una retransmisión ya histórica de los últimos segundos del campeonato -unos instantes interminables en los que el descenso o la salvación blanquiverde dependían del acierto de un penalti que lanzaba Abraham Paz, del Cádiz, en el Rico Pérez ante el Hércules-, se antojaba el colofón a una serie sin parangón de catastróficas desdichas. Paz falló, el Cádiz se fue a Segunda B y el central fichó por el Hércules. Qué cosas.

Aquel desenlace increíble volvió loco a todo el mundo. Lógico. El problema es que algunos no recuperaron después la cordura. Creyeron que aquel milagro -porque lo fue- resultó una salvación en toda regla, la merecida recompensa a un trabajo bien hecho. Se logró el objetivo, que era la salvación. ¿El modo? Bueno... Eso es cuestión de sensibilidades, de filias y de fobias. El pánico vivido contribuyó a la búsqueda de consuelo con justificaciones tópicas, evitando profundizar demasiado. El victimismo por la reclamación del Cádiz sirvió para unir al cordobesismo de base contra una amenaza común, impidiendo un análisis interno. Pero el tiempo, ese juez inexorable, ha venido a dar la razón a quienes pensaron que ese capítulo del Rico Pérez fue una advertencia. La última. Desde aquellas sonrisas no ha habido más.

La reclamación del Cádiz por una alineación indebida del Hércules -¿por dónde andará ahora Kiko Femenía, aquel juvenil de la discordia?-, la detención de José Romero, propietario del paquete mayoritario de acciones del Córdoba, por el caso de corrupción urbanística en la Costa del Sol, el descorazonador arranque liguero, la destitución de José González -piropeado por ciertos jugadores de peso después de irse-, los contactos y rumores para la venta del club, las estrecheces económicas por la crisis y la falta de ingresos publicitarios, la corriente crítica contra Emilio Vega y Campanero -en la diana desde que acordaron el despido de Pepe Escalante-, los cánticos reprobatorios en El Arcángel, la sorprendente dimisión del director deportivo, la última comparecencia ante los medios de un presidente harto de escuchar "infamias y mentiras"... En suma, la inestabilidad como estado natural. Ahora llega José Javier Zubillaga, ex jugador de la mejor Real Sociedad de todos los tiempos, al cargo que desempeñó Emilio Vega durante casi dos años. Que el fichaje no ha despertado demasiado entusiasmo es tan cierto como que la respuesta debe estar, desde ya, en los jugadores. La plantilla dice de sí misma, por boca de sus capitanes, que es una piña y que está capacitada para salir adelante. La realidad habla otro lenguaje. Por eso en El Arcángel se escuchan silbidos y se piden responsabilidades. Nadie puede culpar al público cordobés de expresar su malestar, que está más que justificado. Sobre todo porque todos saben -los que son de aquí, al menos- que la grada está deseando encontrar motivos para ilusionarse de nuevo. Puede que haya, y así lo piensa firmemente Campanero, personas en la ciudad que deseen el mal al Córdoba y pretendan destruirlo "con bombas explosivas", como dijo el de Almodóvar. Es posible. Y sus razones tendrán. Pero la salida a todo este embrollo está en el campo. Y la tienen los jugadores y su técnico, Luna Eslava, que se esfuerza por abstraer al grupo de un entorno que arde.

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