EL COLOR DEL CRISTAL

"Mi adiós y el de Joe Alonso dejaron al Cajasur condenado a la mediocridad"

  • Rafael Sanz Armada. entrenador de baloncesto · El cordobés dirige al histórico Tenerife con el desafío de conseguir el ascenso a la Liga ACB · A sus 32 años, es el técnico en activo con más partidos en la LEB

Hay quien da por sentado, con el libro de la experiencia ante sus ojos, que al cordobés común nunca le falta un martillo en la mano para saciar su tendencia histórica -¿genética?- a demoler convenciones con una singular carga de ironía. Que no es síntoma de desapego, sino muestra del singular amor que se tiene por lo propio cuando se sabe que es imperfecto. Muchos se quedan en eso. En la crítica demoledora de tertulia al calor del alcohol, en una especie de sádica autopsia a algo que aún está vivo. Pero hay otros que, además de exhibir sus opiniones de modo efervescente, portan en la otra mano la pala para construir una realidad diferente. Y la enarbolan con orgullo. Como Rafael Sanz Armada (Córdoba, 1976), cuya trayectoria personal es todo un mensaje. Fue en su momento el entrenador más joven de la Liga Española de Baloncesto (LEB), al asumir con 23 años la dirección del Cajasur en verano del 99. El equipo jugó dos años seguidos los play offs de ascenso a la ACB y Vista Alegre alcanzaba afluencias de público hoy increíbles, con tres mil personas en las gradas. "Salí vivo y coleando de dos años en el Cajasur. Pocos pueden decir eso en un club que dinamita entrenadores porque no hay respeto a esa figura salvo que tú te pongas en tu sitio. Me he ganado una posición. Soy un soñador, no un suicida. Y con mis sueños no juegan cuatro analfabetos deportivos que pontifican en los bares". Eso dice hoy, desde su destino profesional en Santa Cruz de Tenerife, aquel arrogante chaval de Santa Rosa, ya un hombre, a punto de convertirse en el entrenador con más partidos dirigidos en la historia de la segunda categoría nacional después de ocho años lejos de su ciudad: cinco al frente de la UB La Palma y tres en el histórico Tenerife, al que ahora se ha empeñado en devolver a la ACB. El pasado curso estuvo a punto. Es un testarudo con método.

-¿En qué momento de su carrera se siente?

-En un momento de madurez profesional, feliz. Quiero más, pero valoro lo que tengo. El tiempo me da una perspectiva que corrobora lo que siempre deseé, desde que con 13 años le dije a Kiko Pastor que iba a dedicarme a entrenar y que mi objetivo era hacerlo de forma profesional en un espacio relativamente corto. Me siento un privilegiado por hacer lo que más me gusta y además me pagan por ello. Me he ganado un respeto en la profesión.

-¿Qué queda de aquel técnico joven y fogoso de los inicios?

-Me queda la ilusión. Cuando estoy en la cancha tengo las mismas ganas de entrenar al 100% de cuando lo hacía en el patio verde de los Salesianos. Las miserias del deporte profesional, que las hay y yo he vivido algunas, no me han restado ni un ápice de mi vocación profesional. Lo que es cierto es que ahora selecciono más cuándo me enfado. Apenas protesto a los árbitros, individualizo bastante mis discursos con el equipo y relativizo más todo.

-Lleva ya ocho años lejos de Córdoba, pero se le recuerda. Igual que a Joe Alonso, que sigue metiendo canastas en el Illescas.

-Puede parecer prepotente, pero la falsa modestia también es un defecto detestable. La salida de Joe Alonso del parqué de Vista Alegre y la mía del banquillo condenaron al Cajasur a la mediocridad en la que históricamente siempre ha estado sumido. En mi etapa hubo dos años de estar entre los ocho mejores de la categoría. Se estabilizó al equipo en la zona noble, se creó un estilo de juego y se enganchó a los medios y al público como nunca. Iban familias enteras. Alguno dirá que gratis, pero es que desde entonces, ni pagándoles.

-¿Qué le parece entonces la unión de los clubes de Córdoba y el proyecto del BC2016?

-Es complicarse la vida para nada. En Córdoba se hacen las cosas mal, a sabiendas de que no saldrán bien. Es la mentalidad mediocre que tenemos. En ese club no hay voluntad de hacer algo importante por la ciudad, porque conozco a alguno de los personajes. Yo organizo el baloncesto de Córdoba en cinco minutos. Presidente: Paco Alcalde; director general: Martín Torres; un comercial que se patee la calle y dos empleados que trabajen en el club y a los que no se les caigan las manos por poner la publicidad y atender a los jugadores y técnicos. Luego, 300.000 euros de Cajasur, 300.000 de Prasa, 300.000 de Arenal 2000, 300.000 de Baldomero Moreno, 600.000 entre Ayuntamiento y Diputación, y 300.000 que sea capaz de generar el club. En tres o cuatro años, en la ACB. Lo demás es no querer romper con un pasado oscuro, gris y cutre. Para este viaje del BC 2016 no hacían falta esas alforjas.

-¿Volvería?

-Por supuesto que sí, aunque ahora mismo es imposible. Cuando haya un proyecto serio y una voluntad común de poner a Córdoba, al menos, dónde yo la dejé, podré volver. Yo me he ganado tener un estatus que no es ni parecido al de cuándo empecé. Y no voy a ponerme a puerta gayola sin que haya nada serio detrás.

-¿Qué impresión le causa, desde fuera, su tierra?

-Tenemos el cartel de ciudad progresista, pero me temo que últimamente es más un titulillo que una realidad. Nos falta coraje para sacar adelante la ciudad en lo social, en lo laboral, en lo económico. Tengo la triste sensación de que parcheamos. Los cordobeses tendríamos que forzar a los cuatro que tienen la riqueza y a los políticos a que se comprometieran a tirar hacia delante de la ciudad, pero el primer paso debe darlo la ciudadanía porque los otros con la barriga llena de gambas ya me contarás. Los ciudadanos somos muy dados a culpar a los políticos, pero tenemos una responsabilidad que no asumimos, por comodidad, y eso en Córdoba se multiplica por diez.

-¿Y en Tenerife? ¿Se siente allí más la presión?

-No es un lugar fácil. En esta ciudad hay una presión mayor, una resonancia mediática más fuerte y una cultura deportiva que tiene en años pretéritos momentos de altura. Aquí sí ha habido ACB, en fútbol se fue protagonista hace relativamente poco... Por lo tanto, las expectativas son siempre las máximas y las exigencias igual. Pero me gusta esa presión. Me va la marcha y reconozco que aquí la hay, no te aburres. Sólo me gustaría que hubiese más respeto por la figura del entrenador, pero eso aquí y en todos los lados. Es un mal extendido. No hay respeto por el maestro, por el médico... La falta de respeto nos está afeando el clima social.

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