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"¡Ahora más que nunca!"

  • Unos 300 cordobesistas y el equipo se funden con cánticos y muestras de afecto a la conclusión de una campaña marcada por la ilusión. El debut de España en la Eurocopa ameniza los prolegómenos.

Valladolid había amanecido tranquila, reposada, con escaso aire futbolero. Como si el ascenso no fuera con ellos. Poco que ver con la pasión desbordada por las ventanas y los balcones de Ponferrada, otra localidad castellano-leonesa que el día anterior había gozado con el 3-0 al Lucena y por ende el pase a la tercera y última eliminatoria de la fase de ascenso a la Liga Adelante. En esta categoría seguirá un año más el Córdoba, que a pesar de otro 3-0 demostró ser un equipo grande, enorme, superlativo. El equipo y su gente van de la mano. Ahora sí.

Las andanzas de Rafa Nadal, en Roland Garros, y Fernando Alonso, en el Gran Premio de Canadá, quedaron eclipsadas por el balón un día más. La Pucela Fan Zone juntó a las dos hinchadas en los prolegómenos del partido, ya que alguien tuvo la idea de colocar una pantalla gigante para proyectar el España-Italia. Sin embargo, un dato corrió como un reguero de pólvora y la fuga del verde dejó una explanada monocromática (todo violeta): el autocar del Córdoba llegaba a eso de las seis y media a la puerta 3 del José Zorrilla. O sea, todos allí para marcar el primer gol antes del pitido inicial del colegiado Jaime Latre.

Camino del punto de encuentro, un par de seguidores cordobesistas desafiaron a Zorrillo, la mascota del Valladolid: "¡Koki es mejor que tú! ¡Koki es más guapo!". El caimán es, desde luego, más verde. El color que se fue extendiendo por los aledaños de la puerta 3 del estadio hasta convertir el pulso con los contrarios en una especie de concurso de baile de una calle cualquiera de Estados Unidos. Baile de la calle, fútbol en vena. Y en las gargantas. Los gritos a favor del Pucela fueron silenciados por la guasa y el apego de Andalucía: "¡Que bote El Arcángel!", Soy cordobés, el himno de Queco, "¡esto es Córdoba y aquí hay que mamar!", "¿45 euros? No te lo crees ni tú"... Al lado, calladitos, unos fieles más maduros exhibían su pancarta sin complejos: "Con el Córdoba al cielo y que se mueran los feos".

La Policía empezó a cargar cuando la expedición se acercó. El Volveremos sonó con potencia mientras técnicos y jugadores, con Paco Jémez a la cabeza, iban desfilando. Caras de concentración, saludos, arengas. Charles se santiguó antes de su último encuentro con el Córdoba. Y un hincha, de Cañete según su polo, se llevó la peor parte. "Ya has visto el partido hoy. Y ya veremos si duermes en comisaría", le gritó un empleado de seguridad, con muy malas formas, después de retenerle. También requisaron una bandera. Menos verde, más violeta.

Los aficionados locales se dirigieron a Zorrilla cuando terminó el primer tiempo del choque de España, ya que el segundo fue ofrecido por el videomarcador del estadio. No obstante, el sol dificultaba el seguimiento. Las camisetas rojas desperdigadas por la grada quedaron abatidas cuando Di Natale marcó para Italia, aunque luego Cesc enmendó el descosido.

La selección pasó a un segundo plano con su 1-1. La auténtica verdad no estaba en un césped polaco, sino en el de Pucela. Rafa Reyes calcó su ritual previo a cada partido, saludando efusivamente a López Garai y abrazándose con Esaú Sánchez después del calentamiento. A renglón seguido, el speaker anunció las alineaciones: "En la portería, con el número 1; perdón, con el número 13… ¡Dani Hernández!". Sí, faltaba Jaime, el portero menos goleado de la categoría, pero el Córdoba se fue sin marcar.

Paco se ajustó la corbata antes de empezar, exhibiendo su particular estilo con su camisa celeste y sus zapatillas blancas, y ejerció de líder al final. Entre medias, las bufandas albivioletas habían agitado el ambiente al unísono y el Valladolid había materializado un tanto, dos, tres. Daba igual. El técnico recogió el guante de la afición, que pedía el reingreso de sus héroes, y encabezó un grupo roto por la decepción en dirección al córner donde un grupo de locos maravillosos dictaba sentencia: "¡Ahora más que nunca, te quiero, Córdoba!". Desde la boca del túnel de vestuarios, Juan Luna Eslava, el arquitecto de esta plantilla que nos ha dado una lección a todos, miraba con nostalgia.

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