Una vida marcada por San Juan de Ávila
MUJERES SINGULARES de córdoba
Sor Ana de la Cruz. Condesa y religiosa, la marchenera vivió en numerosos puntos de la geografía andaluza y extremeña y vio partir a gran parte de sus seres más queridos
Ana Ponce de León nació en Marchena (Sevilla) el 3 de mayo de 1527 bajo las naves del tristemente desaparecido Palacio Ducal. Hija de Rodrigo Ponce de León, primer Duque de Arcos, marqués de Zahara, conde de Casares, Señor de Villagarcía que no tuvo suerte en sus dos primeros matrimonios, ya que sus esposas murieron sin descendencia. Finalmente, contrajo matrimonio en terceras nupcias con su cuñada, María Téllez-Girón y Velasco (María Girón de Archidona), hija del segundo conde de Ureña, hermana de su segunda esposa, Juana. De esta unión nacieron Ana Ponce de León y el segundo duque de Arcos, Luis Cristóbal.
La adversa fortuna a lo largo de su existencia marcaría fuertemente su carácter. Ya en su infancia, con tan solo tres años, murió su madre en Rota (Cádiz), a los 20 días de dar a luz a su hermano, como consecuencia del parto. Su padre falleció dos días después. Se hizo cargo de ella su tío materno, Pedro Girón, el tercer conde de Ureña, y la esposa de éste, Mencía de Guzmán. Pedro murió en 1531, por lo que vivió con su tía en la villa de El Arahal, donde permaneció hasta los 12 años; fruto de esta educación fue su conocimiento de la lengua latina.
Después fue trasladada a Osuna (Sevilla) bajo la protección del hermano y sucesor del fallecido Pedro Girón y, por tanto, también tío materno de Ana: Juan Téllez-Girón, el IV conde de Ureña, que ha pasado a la historia con el sobrenombre de El Santo. Es en este ambiente donde Ana comenzó a practicar la misericordia con los pobres, la devoción al Santísimo Sacramento y los ratos de oración. Su casamiento a los 14 años obedeció a una clara estrategia de política matrimonial de las casas nobiliarias implicadas (Arcos, Feria y Priego). Contrajo matrimonio en Osuna en 1541 con Pedro Fernández de Córdoba, el hijo primogénito de Catalina, que ostentaba el título de cuarto conde de Feria, con un dote de 68.000 ducados, y con ello, Ana se convirtió en condesa de Feria.
El matrimonio de Ana se inició con una larga ausencia de Pedro para participar en los acontecimientos políticomilitares del momento. Sin poner pie en el lecho conyugal, tomó la vuelta a Flandes para acompañar al emperador Carlos V en sus guerras y permaneció con él hasta 1545, que galardonado con el Toisón de Oro solicitó regresar a España. De Osuna se trasladaron a Montilla, donde hicieron una entrada solemne el 12 de marzo de 1545; allí permanecieron un año y luego partieron para Zafra (Badajoz). Durante esta época mantuvieron un estilo de vida caracterizado por la ostentación social; su carroza revestida de plata se hizo célebre. Pero mandaron llamar a Juan de Ávila para que predicase allí en la Cuaresma, hicieron con él confesión general y Ana cambio sus costumbres. Fue entonces cuando la condesa recibió a Ávila por maestro espiritual. Tenía ella 19 años y desarrolló una vida interior que debió ser rica e intensa. Fue ampliamente generosa y como ejemplo vestía la condesa a centenares de pobres, realizando esta labor a mano junto a sus ayudantes. En 1548 pasaron a Constantina, donde nació su hijo Lorenzo. En 1549, de nuevo en Zafra, al perder la salud Pedro, trasladaron su residencia a Priego de Córdoba. En este intervalo murió su hijo primogénito, Lorenzo. Y en el verano de 1552 falleció Pedro, el conde de Feria. Durante esta etapa se intensificó su vida espiritual y Ávila la orientó hacia la comunión frecuente, incluso diaria.
En el verano de 1553, tras breves retiros y una profunda melancolía, profesó en Santa Clara de Montilla, con el nombre de sor Ana de la Cruz, en una ceremonia en la que predicó Juan de Ávila, dejando a su hija, de seis años, al cuidado de la marquesa de Priego. Su vida de clarisa es descrita como un modelo de virtudes, destacando en las más conformes al espíritu franciscano: el silencio, la humildad, la pobreza y la obediencia.
En todo caso, su vida religiosa también estuvo marcada por fallecimientos próximos y la confirmó en la transitoriedad de la existencia y en la pobreza afectivo-familiar más honda: en 1569, perdió a su maestro espiritual, Juan de Ávila, y a la marquesa vieja de Priego, su suegra, mujer tan determinante en su vida; en 1573 murió su hermano Luis Cristóbal. En 1574, con 27 años, murió su hija, Catalina Fernández de Córdoba, tercera marquesa de Priego. Todavía tuvo que despedirse de una de sus nietas, Catalina, en 1599.
Como Ana Ponce de León, condesa de Feria, y como sor Ana de la Cruz, esta mujer representa uno de los casos más significativos del discipulado femenino generado por el ministerio y el carisma de Juan de Ávila, último Doctor de la Iglesia. Recibió su doctrina, sus criterios de discernimiento espiritual, sus perspectivas de consuelo en la tribulación, que contribuirían a formar una espiritualidad propia y madura; influencia a la que habría que añadir la de Fray Luis de Granada, con el cual mantuvo relación aún después de que él se trasladase a Portugal. Ejerció una vida religiosa ejemplar y, con fama de santa, murió en 1601, siendo enterrada en el convento de Santa Clara en Montilla. Sor Ana de la Cruz fue también llamada la Santa condesa de Feria. Se introdujo causa de beatificación en Roma en 1665, sin que llegase a prosperar.
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