Vacuna contra la estupidez

Humanidades en la Medicina

Los pensadores recurren a la biología y la política para entender holísticamente al ser humano, a través de la filosofía y la psicología

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Imagen que recrea la creación de una vacuna contra la estupidez / El Día

Frente al virus de la estupidez podríamos inocular una combinación de educación, pensamiento crítico, información verificada y creatividad intelectual. Albert Einstein reflexionaba: “Dos cosas son infinitas: La estupidez humana y el universo, y no estoy seguro de lo segundo”. Immanuel Kant la veía como una “falta de pensamiento crítico, es decir, no cuestionar lo que nos rodea” y Schopenhauer decía que la estupidez es “el mayor pecado de la humanidad, porque impide aprender de los errores”.

Recurriendo a estas tres conceptualizaciones, llegamos a la conclusión de que la estupidez es el fracaso de la inteligencia, como nos explica José Antonio Marina en su libro La inteligencia fracasada.

Si esta deliberación la llevamos a nuestra anterior pandemia, covid-19, observamos cómo se ha reintroducido la inmunología en nuestros modelos de pensamiento. Tom Grimwood, en su artículo titulado On Covidiots and Covexperts: Stupidity and the Politics of Health puso de manifiesto la importancia de la interpretación en política de salud, introduciendo los términos de covidiotas y covexpertos, u opinadores sin la debida formación. Llama la atención cómo en las redes sociales, cuando algo se propaga, se acude al argot médico, diciendo que se ha viralizado, sin buscar la verdad porque requiere un esfuerzo.

El psicólogo social William McGuire dijo que las personas podían desarrollar resistencia a la persuasión y fortalecerse contra la manipulación creando anticuerpos mentales, metafóricamente hablando.

Como vemos, los pensadores recurren a la biología y la política para entender holísticamente al ser humano, a través de la filosofía y la psicología. La biología para el enfoque científico, cerebro y emociones; la política, para entender la inteligencia como fenómeno colectivo conectado a la ética, alejándose de lo meramente teórico.

La fuerza de la inteligencia debemos de verla como el camino para buscar soluciones, siempre que no estemos imbuidos en la sociedad del agotamiento a la que se refiere Byung-Chul Han (filósofo surcoreano), en la que los individuos están agotados, frustrados y deprimidos, con una falsa sensación de libertad, compitiendo con ellos mismos en su propia explotación, donde no hay explotadores a los que culpar.

Esta situación nos lleva a estar representados en una comunidad estúpida que impide el pensamiento crítico y la creatividad, que son los valores esenciales de una sociedad inteligente. Albert Einstein defendía la mente curiosa y que “lo importante es no dejar de hacerse preguntas”. Igualmente, pensaba que la estupidez humana era un obstáculo para el progreso y el entendimiento. Las decisiones irracionales y la falta de pensamiento crítico llevaban a situaciones desastrosas, constatando que esto se superaba con “educación”. Los estúpidos perjudican a todos, sin obtener ningún beneficio, ni siquiera para ellos.

La estupidez la vemos como una incapacidad para cuestionar, y si la causa está en la hiperproductividad, nos quita la energía necesaria para la reflexión crítica del sistema. En este contexto observamos una sociedad atrapada e incapacitada para reaccionar en la toma de decisiones, porque la fatiga generada nos hace sentir responsables de nuestro propio agotamiento, como hemos anotado anteriormente. Incluso podemos determinar que la estupidez es la falta de pensamiento crítico en una sociedad alienada.

La idea de desarrollar una vacuna contra la estupidez es una metáfora utilizada por diversos pensadores para enfatizar la necesidad de fomentar la racionalidad en una colectividad con graves deficiencias de autocrítica.

La manipulación y la desinformación, o ambas, son una constante en nuestro día a día, y si nos fijamos en la historia, no hay nada nuevo. En Política, Platón analiza cómo un gobierno se puede mantener en el poder a través de una división social, en el “divide y vencerás” y, sobre todo, debilitando la educación y castrando el pensamiento crítico de los ciudadanos, inculcándoles el mito de Pigmalión, hasta conseguir que piensen que no tienen capacidad para decidir y gobernarse.

Toda esta carga podríamos aliviarla fomentando la educación sin componente ideológico. No deja de ser curioso que en las encuestas que hace el CIS nunca aparece la educación como preocupación en nuestro país, con lo cual los políticos caen en la autocomplacencia. Esto puede ser fatal si perdemos el puesto y somos los últimos de la clase, como vamos viendo en los sucesivos informes PISA. El que no haya un pacto de Estado para la educación es una forma maquiavélica de denigrar el proceso educativo en España.

Nos preguntamos si debería de haber una vacuna contra la estupidez, a lo que con toda seguridad diríamos que sí, incluso con el beneplácito de los antivacunas biológicos. En el supuesto de que tuviésemos que inventarla, ¿de qué constaría? Pensamos que debiera ser una combinación de educación, pensamiento crítico, información verificada y creatividad intelectual. El problema estaría en aquellos que negarían su propia estupidez, como son los casos de Dunning-Kruger, que sobreestiman sus capacidades, aun teniendo una capacidad intelectual muy limitada.

Hemos de comprender que el cerebro humano no siempre opera de manera lógica, a veces, se basa en la intuición, en el sesgo cognitivo o buscando la información que nos convenga, rechazando la que nos contradiga.

Nuestra racionalidad está limitada por mecanismos evolutivos que, aunque fueron útiles en el pasado, pueden hacernos cometer errores en el mundo moderno. La estupidez está cercana al fanatismo y al poder, necesitándose mutuamente.

Aun así, no está todo perdido. Podemos entrenarnos en lo que la neurociencia nos sugiere: pensar sobre cómo pensamos, control de impulsos y exponernos a opiniones contrarias con raciocinio; en definitiva, desarrollar la reflexión.

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