Trasplante: la espera que agota
Humanidades en la Medicina
El trasplante es una transacción humana, emocional y ética. Cada órgano que llega a un nuevo cuerpo lo hace cargado de historia e implica un vínculo silencioso entre quien se va y quien permanece
Los órganos donados por María Jesús Aroca ayudan a seis personas: "Me voy para salvar vidas"

Cada 6 de junio se celebra el Día Mundial de los Pacientes Trasplantados, una fecha que busca concienciar sobre la importancia de donar órganos. Gracias a las leyes que regulan este acto de forma ética y legal, miles de personas con enfermedades graves o crónicas tienen una nueva oportunidad de vivir o mejorar su calidad de vida. Por desgracia, existe un porcentaje nada despreciable de pacientes que, por circunstancias económicas, geográficas, sociales y políticas, no podrán acceder a un tratamiento, no solo de trasplante, sino de diálisis, por ejemplo.
Hoy en día, los trasplantes de riñón, hígado, corazón y pulmón se han convertido en una práctica común. Los avances de la inmunoterapia y las técnicas quirúrgicas han contribuido a minimizar el rechazo y, por ende, sus buenos resultados. Aun así, un trasplante no es solo un acto clínico. Es un vínculo silencioso que prolonga la vida a través de la muerte, una maravillosa expresión de la medicina, implementado por la interconexión entre el donante y el receptor, que es el equipo médico.
Con este cruce silencioso podemos evocar las Vidas paralelas de Plutarco. Sus cuerpos se han vinculado sin conocerse. Cada uno con un destino diferente, pero con un cruce de caminos, donde la muerte se convierte en una continuidad que da vida al cuerpo que recibe el órgano.
Pero en cada trasplante hay dos historias: la del que sobrevive y la del que se despide entregando parte de su cuerpo, y a través de ellas se puede construir una narrativa que, aunque ficticia, nos transporta al alma de unas personas siempre desconocidas, sin nombres, pero entrelazadas por hechos objetivos y clínicos en los que, por ejemplo, la insuficiencia renal terminal, o la fibrosis pulmonar, o la insuficiencia cardíaca serían los prototipos de trasplantes y esencia para la donación de órganos. Sin dejar de lado el aspecto humano y emocional del proceso, hemos de contemplarlo en un marco legal y ético.
En un supuesto práctico, un joven en la UCI por un problema súbito cerebral, en el que el paso de la vida a la muerte estaba pendiente de un hilo. Sano, sin antecedentes clínicos de interés ni citas médicas conocidas; de ejercicio físico habitual. Un accidente de tráfico le provocó un traumatismo craneoencefálico grave, en coma y, a las 48 horas, se declaró la muerte encefálica confirmada clínica y electroencefalográficamente. Sus responsables tutores firmaron el consentimiento de donación múltiple. En este momento su corazón tiene un posible receptor.
Este posible receptor podría ser un padre de familia con insuficiencia cardíaca, procedente de una lista de espera larga y silenciosa, esperando que su compatibilidad fuese óptima y deseada. Sus vidas se cruzaron por una tragedia inesperada. Nunca se conocieron, caminaron mundos distintos; uno amaba la música, la velocidad y vivía sin pensar en el mañana. El otro aprendió a ir más despacio, esforzado en caminar al son de un corazón cada vez más mermado y que fallaba día a día. Ambos tenían sueños; uno no despertaría y el otro no sabía si podría despertar al día siguiente.
Por suerte, una noche cualquiera sonó el teléfono, y al día siguiente la intervención tan deseada: injerto cardiaco implantado y evolución favorable. Su cuerpo dejó de depender de la fatiga que le producía un corazón roto y comenzó una vida autónoma. Luego, la inmunosupresión, para evitar el rechazo. Aquí el tiempo corría a su favor. Ya podía beber, caminar sin cansancio, planificar vacaciones sin la sombra de un futuro incierto. Comenzaba una nueva vida. Una historia se cerró mientras otra se reescribía, en silencio, sin nombres. El donante dejó aliento que el receptor agradecería cada día.
Tengo que recordar y homenajear a una paciente que, esperando un trasplante, falleció y dejó firmada su donación de órganos útiles; es la forma más generosa y desprendida que podemos observar.
Es imposible apartar de nuestro pensamiento que el trasplante es una transacción humana, emocional y ética. Que cada órgano que llega a un nuevo cuerpo lo hace cargado de historia, aunque sea de vidas desconocidas e invisibles, e implica un vínculo silencioso entre quien se va y quien permanece.
Al final hemos de verlo, no como una existencia que termina, sino como un cambio de cauce, mediante un puente invisible entre la vida que se extingue y la que clama una oportunidad.
Una familia llora la pérdida, mientras otra celebra la esperanza. “Dos historias separadas por el dolor, pero unidas por el don u ofrenda altruista”.
Desde estas letras: gracias a todos los donantes y familiares anónimos.
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