Ejemplo de vida

Toda una lección de superación: aprobó el MIR a los 65 años y ejerce como voluntaria en Córdoba

Consuelo Añón Barbudo posa en su casa.

Consuelo Añón Barbudo posa en su casa. / El Día

Consuelo Añón Barbudo no es una cordobesa cualquiera. Aunque ella así lo considera, pues asegura que no ha logrado nada extraordinario, su historia es todo un ejemplo de ambición, compromiso y superación. De esas vivencias que necesitan ser conocidas. Sus 79 años de edad, de hecho, no la frenan. Todo lo contrario. Se encuentra con energía, muchas ganas de seguir recibiendo el amor y el cariño de su querida familia y ejerciendo como sanitaria en Córdoba, un sueño que cumplió ni más ni menos que con 65 años, cuando terminó la carrera de Medicina y aprobó el examen de Médico Interno Residente (MIR) tras décadas de sacrificio.

"Con voluntad llegas más lejos que si eres inteligente". Es el lema que Consuelo defiende a capa y espada y que precisamente le ha permitido estar dedicándose a su avanzada edad a lo que más le apasiona: la medicina. Pero alcanzar esa meta no ha sido fácil. Con tan solo cuatro años, Consuelo se quedó huérfana y a los 13 decidió estudiar Corte y Confección. Era una profesión que podía ejercer en Córdoba sin problema, ya que por aquel entonces estaba muy mal visto que una mujer se fuera lejos de casa a estudiar una carrera.

A los 16 años incluso abrió una academia de confección y luego estuvo contratada por una gran empresa andaluza. "Mi jefe me quería llevar a dedicarme a la alta costura y eso a mí me encantaba, pero cuando te casabas, tu profesión pasaba a cero porque eso es lo que había en esa época", explica Consuelo, que a los 23 años contrajo matrimonio con Carlos Recio, su marido, con quien convive felizmente.

El "picadero" de Consuelo, o como ella llama a esa ilusión por iniciar sus estudios por muy tarde que fuera, empezó cuando iba a tener a su tercera hija, con unos 29 años. El graduado escolar fue su primer reto, del que recuerda "llegar a hacer los exámenes con un barrigón" de embaraza. A la segunda fue la vencida, pero tras el aprobado, Consuelo no se conformó con eso y puso la directa hacia el examen de acceso a la universidad para mayores de 25 años.

Matriculada en el instituto López Neyra para estudiar el BUP (equivalente a la actual ESO y Bachillerato), Consuelo todos los cursos se presentaba a ese dichoso examen que se le resistió hasta el quinto año. "Cuando aprobé, aquello fue una explosión porque tenía ya casi 40 años", comenta cuatro décadas más tarde con la misma ilusión que entonces. Y es que nunca es tarde para estudiar una carrera y ella, sin tener muy claro por qué rama tirar, se decidió por esa Medicina que a su marido, hermano, tío y suegro (y también hijo) les ha dado de comer a lo largo de sus vidas.

Justo la carrera de Medicina se instauró ese año en la Universidad de Córdoba y eso facilitó la decisión de una Consuelo que recuerda con exactitud las palabras del catedrático Pedro Sánchez Guijo que se encargó de examinarla para el acceso: "Yo no soy nadie para valorar a una persona con esta edad si vale o no vale para estudiar Medicina, eso vosotros lo tenéis que demostrar". Y Consuelo lo demostró. Un camino que ni fue fácil, ni corto. Al contrario, tardó 22 años. Como bien justifica el refranero español, "mejor tarde que nunca".

Consuelo junto a su marido Carlos en un viaje reciente a Israel. Consuelo junto a su marido Carlos en un viaje reciente a Israel.

Consuelo junto a su marido Carlos en un viaje reciente a Israel. / El Día

Hacer de ama de casa con tres hijos y de auxiliar en la clínica de su marido traumatólogo era suficiente para colmar las 24 horas que tiene un día en la vida de cualquier ser humano. Por eso Consuelo terminó el primer curso universitario en siete años, a una asignatura o dos por año. En tercero, para colmo, un nuevo plan educativo la devolvió al primer curso. Un periodo de decadencia que incluso la llevó a pensarse en abandonar. Hasta su hijo Carlos la adelantó en tercero de carrera. Sin embargo, su ilusión pudo con la carga lectiva, aunque con la ayuda de unos compañeros de clase que jamás la miraron mal; todo lo contrario, le pasaban incluso los apuntes.

Su fuerza de voluntad y el apoyo de un profesorado que confiesa que la ayudó mucho la animó a seguir para adelante. Sí, terminó a los 65 años colgando en un marco su título en Medicina. "Yo vine muy contenta pensado que aquí se había acabado mi vida. Pero mi hijo, de repente, me dijo que me había matriculado en el MIR y me puso una montaña de libros delante. Se matriculó hasta conmigo para controlarme el día del examen y, cuando salieron las notas, había sacado más que él", comenta Consuelo entre risas.

La ilusión de su vida era haber sido psiquiatra y para conseguirlo debería haberse ido a Oviedo, donde tuvo la oportunidad. Aunque "el picadero" era "tremendo" y a día de hoy confiesa que no tendría que haber renunciado a irse a Asturias, lo que escogió fue una vacante de médico de familia en Andújar, donde tuvo como tutora a María Victoria, de quien guarda un recuerdo "fabuloso".

Aunque tuviese ya una edad con la que cualquiera decide jubilarse, Consuelo estuvo en Montalbán haciendo certificados de conducir y en una empresa realizando visitas domiciliarias hasta que le comunicó al Colegio de Médicos de Córdoba que quería un voluntariado que le permitiese ejercer cerca de su familia sin ánimo de lucro. Varios voluntariados después, Consuelo acaba de cumplir su noveno año en una asociación cordobesa donde da apoyo psicológico a pacientes con adicciones.

Pese a todo lo conseguido, a Consuelo le gustaría tener su título de psiquiatra. Una espinita clavada que no le quita ningún mérito a su historia y que refuerza otro de sus lemas: "La suerte no existe, es para quien está preparado". Un ejemplo de vida que demuestra que la edad tan solo es un número y con el que Consuelo anima a quienes, como ella, duden de sus capacidades: "Que se levanten todas las mañanas con ilusión y dando gracias a Dios por saber disfrutar de las pequeñas cosas y sobre todo de la familia", pide la cordobesa a sus 79 años con la vitalidad de toda una joven que está dispuesta a comerse el mundo.

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