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Las tabernas históricas de Córdoba llevan más de un siglo sobreviviendo a los cambios y adaptándose a los nuevos hábitos de consumo de la sociedad. En este especial, 'el Día' recorre seis de estos templos costumbristas, guardianes de la memoria de la ciudad, representantes de su gastronomía y despachos de los mejores caldos, denominación Montilla-Moriles
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Ir a la noticia: Tabernas Históricas de Córdoba: lugares para la eternidad

Juan Ayala
Sede antropológica del arte y del flamenco espontáneo. La Fuenseca es taberna-taberna, como diría Fernando González Viñas. La más antigua de todas las que siguen vivas: del año 1850 según sostienen los documentos municipales. Algunas de sus historias y leyendas se recitan de memoria, otras están incrustadas a martillazos en sus paredes como un billete de 20 euros firmado por El Pele. Se encuentra en la esquina de la calle Juan Rufo con Conde de Arenales y recibe el mismo nombre de la icónica plaza donde también se pone el cine de verano. "Aquí todo se articula de forma natural", cuenta su actual gerente, Jesús Alamillos, séptima generación detrás de la barra y nieto del conocidísimo tabernero Emilio Álvarez. Las tertulias, los horarios y las juergas son improvisadas: la verdad no se planifica, no se busca, simplemente pasa. La Fuenseca es antigua, pero no clásica; es decir, "no es representativa del concepto generalizado que se tiene de taberna": "es moderna, cultural, vanguardista", califican algunos de sus parroquianos (cantaores, pintores, guitarristas...), que obtienen el honor de ser bautizados como fuensequeños por su fidelidad a la taberna. Alamillos no tiene apego por el dinero, no quiere llenar el local de turistas y que se vacíe de esencia: así funciona esta taberna, que también es sede de la peña flamenca dedicada al guitarrista Merengue de Córdoba.

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Justo en la plaza de Las Beatillas, barrio de San Agustín, al lado del Palacio de Viana, se ubica El Rincón de las Beatillas. En su libro Paseos por Córdoba, Ramírez de Arellano despeja las versiones que relacionaban el nombre de dicha plaza y taberna, en tono de burla, con una monja merodeadora de pequeña estatura, y atribuye el verdadero origen a un beatario ocupado en la esquina con la calle Zarco. De una piconería pasó a ser bodega y más tarde, allá por los años 40, una taberna tal y como se conoce hoy en día. Antonio Sánchez Salamanca, antiguo parroquiano del lugar, se hizo cargo del negocio en 1989 para restaurar su esencia de taberna clásica. Sus salas y su luminoso patio central, aledaños a la entrada de la taberna, fueron una antigua casa de vecinos y todavía siguen respetando los elementos arquitectónicos y decorativos de la cultura andaluza, a pesar de las reformas que han ido soportando. Es sede de la Peña Flamenca Fosforito y de la tertulia taurina del maestro cordobés Rafael González, Chiquilín. Flamenco, toros y lo que se tercie siempre que haya un fino por delante -"criado por nosotros en el campo", apunta el propietario-. Entre sus platos de excepción se abren paso el salmorejo, la japuta en adobo, el venao en salsa de espárragos o el jabalí. Varias personalidades hablan de lo vivido entre sus paredes. Entre las anécdotas de postín, un artículo narra sobre la pared las horas que Federico García Lorca pasó en esta taberna durante el Viernes Santo de 1935, esperando la llegada de la Virgen de Las Angustias al compás de San Agustín.

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Frente por frente con la iglesia de Santa Marina, esta taberna conserva la solera del barrio de los toreros. Aquí se lleva despachando Montilla-Moriles desde la segunda mitad del siglo XIX, cuando era conocida como Casa Almoguera, una antigua venta de vinos. Algunas escrituras la sitúan como la tercera taberna más antigua de Córdoba. Sus muros y columnas son intocables por leyes de conservación, mientras que sus cuadros y vitrinas la convierten en un museo permanente y singular con documentos únicos de Manolete, incluida su máscara mortuoria, que fueron donados por Camará, apoderado del diestro. Jesús Murillo afrontó el relevo generacional de su familia para ponerse a los mandos de la taberna en 2018, tratando de reimpulsar la "cultura de auténtica taberna". A principios de 2022 inauguró el Rincón de El Puri, en homenaje al diestro de Bujalance, y se han recuperado las tertulias flamencas los días entre semana. Además de despertar el atractivo de cordobeses y turistas por el buen beber y buen comer que se dispensa, la taberna Santa Marina conserva su clientela fija y sigue formando parte de la vida en las múltiples generaciones que han pasado por este barrio, de Manolete a Manuel Román -flamante promesa taurina cordobesa que vive en la plaza de Las Lagunillas, donde el Monstruo jugaba al toro-.

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Un clásico entre clásicos, de obligada visita y en pleno centro de la ciudad, es la Taberna San Miguel, también conocida como El Pisto -con esto se hará una idea de uno de los platos que no pueden faltar en su mesa-. Satisfacer al cliente con su gastronomía puramente cordobesa es una seña de identidad popularmente reconocida de esta casa; tampoco faltarán buenos vinos de la tierra para acompañar al sediento. Fundada en 1880, esta taberna lleva más de 140 años sobreviviendo a los tiempos, adaptándose a las costumbres y hábitos de la sociedad: "En las tabernas antiguamente no se iba a comer porque tampoco había poder adquisitivo. Se iba a beber aguardiente, vino y a comprar tabaco. Hoy en día conocemos y vamos a la taberna por lo que ponen de tapa", explica su actual gerente, Rafael López Acedo, heredero de dos sagas de taberneros históricos de Córdoba. La familia de su padre, Pepe López, fue quien inició la originaria Casa El Pisto en el barrio de San Basilio. Por la rama materna es hijo de Lola Acedo y nieto de Paco Acedo, quien tuviera su propia taberna en la Torre de la Malmuerta a la que acudía, entre otros, Manolete. El torero, que también frecuentaba la taberna San Miguel de niño, está representado con un azulejo en la magnífica fachada del local y se hace omnipresente dentro en cualquiera de los tamaños y formatos posibles: carteles, retratos, fotografías y hasta una entrada original de aquella trágica tarde de 1947 en Linares.

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Abierto desde 1872, sin otro fin benéfico que no fuera el de asegurar unos ingresos suficientes para el gremio de plateros por las dificultades que estaban atravesando. De un extremo a otro, esta emblemática taberna conecta la calle San Francisco con Romero de Barros, a través de un extenso patio que abarrotan los peregrinos del flamenquín y el salmorejo de martes a domingo, con especial dedicación durante los fines de semana, cuando la cultura de la reserva se impone por goleada al status quo de comidas improvisadas. Los arcos y columnas soportan con firmeza el impacto del turismo de masas, en detrimento del éxodo de los vecinos del Casco Histórico. Antonio López, el último gerente de esta sociedad que su familia regenta desde 1968, lamenta que se hayan terminado los días de gloria, aunque todavía queda una clientela fija que sigue apoyando su codo y su catavinos en la barra. Ha sido escenario para generaciones de artistas flamencos -"Camarón estuvo, pero no cantó", recuerda López- e ilustres cordobeses como Antonio Gala o Julio Anguita, quien era especialmente asiduo y que da nombre a una de las salas del local, con capacidad para ocho personas. Por alguna razón, los diferentes alcaldes de Izquierda Unida han frecuentado esta taberna. Sea la que sea, no es cosa de política porque si una cosa tienen las tabernas es que igualan a todos.

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Fundada en 1924 por Francisco Salinas, aunque hay testimonios que aseguran la existencia de otra bodega en el mismo sitio desde 1879. En pleno itinerario por la Axarquía, se encuentra como un resguardo en la calle Tundidores del mundanal ruido que baja por Claudio Marcelo y que sube desde La Corredera. Sus mesas han sido sitio de encuentro y tertulia para intelectuales de la talla de Pío Baroja, Ortega y Gasset o Camilo José Cela. Actualmente, consagrado restaurante de la gastronomía cordobesa entre familias y turistas durante la semana. Buen vino de Moriles y tapas exquisitas como la sangre encebollada, el rabo de toro, las berenjenas fritas, las manitas de cerdo o las setas en salsa. Aunque lo realmente importante se encuentra justo en la entrada: la barra y las cuatro paredes, "el sancta santorum de cualquier taberna que se precie", citando de nuevo a González Viñas. El lugar, hoy regentado por Manuel Jiménez, permite admirar las antiguas botas con el vino propio de la casa que se servía a los clientes y, una vez más, la figura de Manolete se abre paso entre cuadros y fotografías que acompañan un suelo de azulejos en peligro de extinción. Como dijo el poeta Pablo García Baena, esta taberna es "el rincón último de la autenticidad cordobesa".
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