"El programa de trasplantes es duro pero cada día supone una ilusión"
José Luis Medina. enfermero perfusionista
Tras casi 40 años, el excoordinador del programa ha abandonado el Hospital Reina Sofía, un centro que nunca ha dejado de enseñarle y del que nunca va a perder "el sentido de pertenencia"
Ha desarrollado la mayor parte de su labor en los quirófanos debido a su especialidad, enfermero perfusionista, y ahora, tras casi 40 años dedicado a la medicina, José Luis Medina (Andújar, Jaén, 1952) ha dejado el Hospital Reina Sofía por motivos de salud. Cuando llegó al centro sanitario estuvo un año en la Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), que fue para él "la gran universidad". Luego descubrió que quería ser perfusionista, por lo que su trabajo se ha centrado en la cirugía cardíaca, además de ser enfermero coordinador -junto a Bibián Ortega- del programa de trasplantes del Reina Sofía. En la última década también ha participado en una nueva línea de trabajo como es la quimioterapia intraoperatoria hipertérmica, para tratar tumores abdominales. Medina asegura que es un hombre feliz porque la vida lo llevó a trabajar en un hospital y que nunca va a perder "el sentido de pertenencia".
-¿Cuándo empezó a trabajar en el Reina Sofía?
-En el año 1976, al poco de abrir, recién terminado de estudiar en Jaén. En ese momento el hospital estaba abriendo poco a poco más plantas y servicios y había trabajo. Nací en Andújar, de modo que Córdoba no me cogía muy lejos. Córdoba es una ciudad que me encanta, es pequeña, preciosa, coqueta, divertida y para mí cercana, con lo cual no noté mucho el cambio.
-¿Nunca se planteó cambiar de hospital?
-No, nunca se me ocurrió porque el hospital nunca dejó de enseñarme, por lo tanto no tenía que ir a ningún sitio. Aquí he aprendido muchísimo, aunque es verdad que he viajado mucho, he estado en quirófanos de otros centros y en ellos no veía nada que no hubiera en mi quirófano y los criterios que nosotros teníamos para aplicar cualquier tratamiento no eran distintos. Hace más de 30 años viajé al santo santorum de la cirugía cardíaca en el mundo, que era el Hospital Monte Sinaí de Nueva York. Mi sorpresa fue que cuando entré ellos tenían exactamente el mismo material que nosotros. Yo no salía de mi asombro, y cuando me puse a hablar con el jefe de perfusionistas sobre protocolos, los criterios que tenían eran los mismos que los nuestros. Me he sentido pleno, feliz, en mi hospital y he crecido con la cirugía cardíaca.
-¿Por qué perfusionista?
-Eso es una cosa extraña. En el año 1953 en España se realiza la primera intervención cardíaca con circulación extracorpórea. Es decir, nosotros necesitamos sustituir el corazón y los pulmones cuando vamos a trabajar sobre el corazón. No podemos pararlo, a no ser que tengamos algo que sustituya al corazón y también a los pulmones, ya que éste trabaja para llevarles sangre para que se oxigenen. En aquel momento el doctor Concha vino al hospital, se abrió el servicio de cirugía cardíaca y un compañero mío, José Luis Molés, fue mi maestro. Cuando se empezaron a hacer las primeras intervenciones era algo tan de ciencia ficción que dije, con esa osadía que tiene uno a esa edad, que quería aprender eso. En aquel tiempo éramos poquísimas las personas que hacíamos la circulación extracorpórea en España, y hoy somos algo más, casi 200, y en Andalucía algo más de 30 nada más. Tenía que aprender eso y así lo hice, y así he estado trabajando hasta hace unos meses. He estado en un servicio que ha sido la punta de lanza en todo lo que es la enfermedad y cirugía cardíaca y siempre me he sentido muy feliz con la gente que me ha rodeado, que me han hecho crecer profesional y personalmente. Ese servicio además está ubicado en un hospital del que estoy profundamente enamorado. Creo que esta ciudad algunas veces no sabe muy bien el valor de su hospital.
-¿Qué recuerda de sus primeros años en el Reina Sofía?
-Sobre todo un sentimiento permanente de que no sabía lo suficiente, como creo que le pasa a todo el que acaba sus estudios y se pone a trabajar. Siempre estaba preguntando. En la UCI aprendí mucho y no paré nunca de preguntar porque siempre tenía la sensación de que me quedaba muchísimo por saber.
-¿Cómo era el ambiente en aquella época?
-No sé cómo explicarlo para que la gente no lo malinterprete, pero era divertido. Nos comíamos el mundo. No había nada que se nos resistiera. Nunca he tenido un cargo de ningún tipo en el hospital, soy un trabajador como cualquier otro, pero nunca la dirección fue la dirección con mayúsculas, algo que está ahí arriba y es inalcanzable. Nunca he sentido esa distancia. Esto contribuye a que sea un centro de trabajo cálido, cercano, cordial. Aquí no existen los líderes, o vamos de la mano o esto no funciona. Todos necesitamos de todos. Siempre se respira de un aire discretamente tenso porque debe ser así, estamos tocando la vida de los demás, y cuando hablamos de la vida de los demás no sólo hablamos de los enfermos, sino de sus familias, es decir, de sus hijos, que son iguales que nuestros hijos, sus hermanos, que son iguales que nuestros hermanos, o sus padres que son como nuestros padres. Es algo tan serio que cuando las cosas no van bien, siempre es un pequeño drama para todos nosotros. Y lo peor es que el drama persiste. No sé por qué extraña razón las grandes alegrías son tan volátiles y los malos ratos nos duran tantos días. Una de las cosas que llevo a gala en mi vida es el haber trabajado en un hospital y, además, en el Reina Sofía. El sentido de pertenencia jamás lo voy a perder. Llevo tres meses que no trabajo en el hospital y sigo hablando de mi hospital, y tengo la sensación de que sigo estando y perteneciendo a él.
-¿Cuándo comenzó en el programa de trasplantes?
-Al principio. En el hospital se hacían trasplantes renales exclusivamente y cuando empezó el cardíaco hacía falta alguien que organizara todo lo que supone mover tantísima gente. Los renales se hacían de donantes que teníamos en nuestro propio hospital y era más simple, pero con el trasplante cardíaco teníamos que salir de nuestro hospital, emplear medios de transporte e incluso helicóptero. Eso era una debacle en la que hacían falta personas que estuvieran implicadas y coordinaran a cirujanos, anestesistas, enfermeros, auxiliares, celadores, aeropuertos, Policía... Aquello era y sigue siendo un trabajo duro pero no deja de ser cada día un reto nuevo y una nueva ilusión. Junto con mi compañero Bibián Ortega, siempre hemos llevado los dos la coordinación intrahospitalaria adelante. Ha sido un trabajo muy duro pero si la vida diera marcha atrás, no cambiaría los años de coordinador. Me ha exigido muchísimo personal y profesionalmente, pero merece la pena sin ninguna duda.
-¿Qué le ha aportado estar en el programa de trasplantes?
-Ver la vida de otra manera. Cuando se interviene a un paciente y se le cambia una válvula o se le hace un bypass coronario, o a un niño se le corrige la estructura de su corazón, los perfusionistas tenemos que hacer la circulación extracorpórea. El paciente va a seguir vivo gracias a lo que los médicos y nosotros empleamos. Uno lógicamente piensa, porque esta vida es muy corta, que cualquier día nos puede pasar cualquier cosa. Eso lo pensamos todos, pero los que estamos más cerca de esas situaciones lo vemos con más claridad. Eso hace que uno cambie su chip, su manera de ver la vida, entender la amistad, la familia, los hijos... Para nosotros cobra muchísimo más valor tomar una cerveza con un amigo que para quien no ve el sufrimiento tan de cerca. Somos personas un poco extrañas en ese sentido. Y el programa de trasplantes es mucho más duro porque hay personas de todas las edades y cuando las ves tumbadas en la mesa de quirófano, eso te exige mucho a nivel profesional y aporta muchísimo a nivel personal. Creo que no soy una mala persona y se lo debo al hospital y a la gente con la que he tratado.
-¿Cuál es el mejor recuerdo o momento que tiene?
- El mejor momento... Es muy duro y yo soy muy blando contando estas cosas. En una ocasión, una chica muy joven falleció y reunía las características para ser donante de órganos. La madre, una señora mayor, me cogió del brazo y me dijo "¿usted qué dice?". Le contesté: "decida lo que usted quiera, pero si decide que sí se va a alegrar toda su vida, si dice que no es muy probable que se arrepienta ya mañana y de por vida". La señora, con los ojos llenos de lágrimas, me abrazó. Aquello fue durísimo. La chica fue donante. Tiempo después, un día en la televisión había un programa sobre donación y trasplantes y una señora llamó por teléfono y contó que un médico, porque me vio con el pijama verde y no sabía que era enfermero, le dijo eso que yo le había dicho y que quería agradecérselo siempre. A mí me dio muchísima alegría y me llenó el alma que esa mujer se acordara de ello y llamara por teléfono para contar lo feliz que estaba. Esta vida se resume siempre en lo mismo, tenemos que intentar que la gente que nos rodea sea feliz; en un hospital, en un periódico, en una cafetería... No vamos a poder nunca ser felices si la gente que nos rodea no lo es. Creo que todo se resume en eso.
-¿Y el momento más complicado vivido en el programa?
-Cuando algunas veces las cosas no salen bien. No tengo necesidad de quedar bien con nadie pero necesito ser sincero, y cuando las cosas no van bien, es un drama para todos nosotros. No crea que salimos por la puerta del hospital y vamos a casa como otro día más de trabajo. Pero ojo, nosotros no nos quejamos, asumimos ese riesgo. Asumimos que vamos a estar varios días fastidiadísimos porque aquel caso no salió bien. No nos da igual, de verdad que no, nunca, en ningún caso.
-¿Qué evolución ha visto del centro en los 40 años que ha trabajado en él?
-La evolución ha sido increíble. Otra de las cosas buenas que ha tenido este hospital es cómo ha evolucionado y adaptado a los nuevos tiempos. Hemos ido cambiando una tecnología punta por la siguiente tecnología punta, de modo que la anécdota de cuando fui al Hospital Monte Sinaí se podría repetir. Si fotografiáramos todo lo que hay en un quirófano de aquí, y luego nos fuéramos al hospital más importante del mundo, seguro que va a haber lo mismo que tenemos en nuestro hospital, y los criterios también. Todos nos hemos ido acomodando a cada momento y a la evolución que la propia sanidad y la medicina han tenido. Luego, como estructura también ha crecido mucho. Tenemos un nuevo edificio de consultas dignísimo, que difícilmente se pueda encontrar en ningún otro hospital. A esto se añade la labor de educación: el hospital está formando a gente de la mano con la Facultad de Medicina. Luego, otra faceta es la de investigación, que se centra en el Instituto Maimónides de Investigación Biomédica de Córdoba (Imibic). Creo que en la ciudad debería de haber un día en el que se conmemorara el hospital que tenemos.
-A la vez que el Reina Sofía han evolucionado sus profesionales.
-Nosotros nos hemos ido formando permanentemente. Es de tal dinamismo la cirugía cardíaca y la circulación extracorpórea que es imposible quedarse quieto. Siempre estás innovando, siempre aparece algo nuevo y la dirección siempre ha sido muy sensible con ello. Claro que nunca es suficiente, siempre queremos mucho más de lo que se puede.
-¿Cómo cree que es la relación de los cordobeses con el hospital?
-A veces tengo la sensación de que Córdoba no valora del todo lo que tiene, no es consciente de verdad de ello. La ciudad tiene un pedazo de hospital en el que trabajan más de 5.000 personas y en él se atienden al año 190.000 urgencias. A veces es más noticiable una queja o un suceso desafortunado que las miles de actuaciones que se hacen al cabo del año y son un éxito. Necesitamos de la crítica de la gente, es imprescindible, pero la crítica destructiva hace un daño que no puede figurarse. Podemos meter la pata, claro que sí, somos más de 5.000 personas trabajando. Cuando alguien se queja lo entiendo, y al 99% de las quejas que he oído le he dado la razón, pero no podemos destruir por destruir. La capacidad de ilusión y de entrega de esas 5.000 personas merece que la gente nos perdone algún posible error que hayamos podido tener.
-¿Qué peso tiene el programa de trasplantes dentro del Reina Sofía?
-Somos referencia en muchísimas cosas, lo que ocurre es que quizás la prensa lógicamente escribe lo que el lector quiere leer, y quizás es más noticiable que se ha trasplantado un corazón a que se haya cambiado la válvula aórtica de un paciente. El programa de trasplantes tiene mucho peso, pero porque exige muchísimos recursos del hospital, la participación de mucha gente. Estos programas de trasplantes se han instaurando para exigirnos más, para que haya más gente involucrada. El hospital siempre es algo descomunalmente vivo y dinámico. Cuando miro hacia atrás veo que el hospital es una montaña de arena pero un granito chiquitín lo he puesto yo, tampoco necesito más.
-¿Se ha notado en el personal, en el ambiente, los recortes de estos últimos años?
-Los primeros recortes han sido para nosotros: dejamos de cobrar la paga extraordinaria que nos correspondía, nos bajaron el sueldo... Luego llegaron otros recortes, por ejemplo teníamos personal que estaba contratado para trabajar de tarde en los quirófanos pero no había dinero para pagarle. ¿Qué se hizo? Que al resto nos prolongaron la jornada laboral. Esos recortes cayeron sobre las personas que allí estamos, como debe ser además. Hemos seguido trabajando exactamente igual, sino más, porque la presión asistencial es terrible. Estamos pasando una crisis, pero a nivel material no se ha notado. No falta de nada, nunca nos faltó de nada.
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