El poeta pobre que enriqueció las voces de Góngora y Quevedo

Cordobeses en la historia

Antón de Montoro nació alumbrado por el brillo provisional de la molinaza y el monte dorado; creció en una Córdoba de cristianos viejos y conversos, y puso luz a la poesía del Siglo de Oro.

El poeta pobre que enriqueció las voces de Góngora y Quevedo

12 de septiembre 2010 - 01:00

C ÓRDOBA se debatía entre las nuevas costumbres impuestas por los castellanos, la primacía de los cristianos viejos y el declive de las sinagogas y mezquitas. Corrían malos tiempos incluso para quienes optaron por la conversión. Uno de ellos fue el orfebre ambulante Fernando Alonso de Baena y Ventura, emparentado con el poeta Juan Alonso de Baena, también de origen judío, como lo fuera su mujer Doña Jamila, madre del poeta Antón Montoro, a quien le tocó nacer bajo el reinado de Enrique III y con Juan II siendo él niño. Vivió ya en plena madurez la llegada al trono de Enrique IV, y finalmente de su hermanastra Isabel La Católica, a quien se atrevería a pedirle en un poema que parara la persecución antisemita y "aplazase las llamas hasta más allá de Navidad", pues nunca cesó de defender sus orígenes ni de aludir a ellos: "...y padre pobre y muy viejo,/y madre doña Jamila,/y hija moça, y hermana,/que nunca entraron en pila".

No se ponen de acuerdo los estudiosos en que fuera casual o larga la estancia del muchacho en la ciudad que lo apellidó, ni ayudan a conocer su biografía las contradicciones y errores en que incurren autores como Ramírez de las Casas Deza, Amador de los Ríos o Menéndez Pelayo. Inexactitudes que denuncian Marcella Ciceri y Julio Rodríguez-Puértolas. En el Cancionero escrito por Antón de Montoro, ambos sostienen, con otros autores, que nació en Montoro "hacia 1404" llegando aún niño a Córdoba. Por estas mismas fuentes se sabe igualmente que casó con Teresa Rodríguez, viuda de Diego Rodríguez, y tuvieron al menos cuatro hijos: Martín, Gonzalo, Leonor y Catalina, todos mencionados en su testamento.

Vecino probablemente de la collación de Santo Domingo, malvivió como sastre. Y porque entre telas se ganaba la vida, fue apodado El Ropavejero. Aunque relacionado con los poetas castellanos como el Marqués de Santillana y otros que tanto se nutrieron de la poesía andalusí, nunca lo tuvieron en consideración por pobreza y cuna, circunstancias a la que alude valientemente en sus composiciones. Sin embargo, la profesora norteamericana Marithelma Costa lo define como "uno de los autores más interesantes del siglo XVI", y llaman su atención los juegos de preguntas y respuestas, o "justas poéticas", que se impondrían luego en las cortes europeas. Denota este apunte que pudo recoger la tradición de las pugnas poéticas andalusíes.

Coetáneo de Juan de Mena, que fuera secretario de Juan II, conoció de cerca a los cortesanos cordobeses y recogió el drama de Fernán Alonso, amigo del monarca, quien se alejó de palacio para vivir en su casona de la actual plaza de los Condes de Priego junto a su mujer, a la que adoraba. En el romance elegíaco Muerte de los dos hermanos Comendadores relató los hechos que, entre la leyenda y la historia, dejaron luego autores anónimos cordobeses, como el de Casos notables de la ciudad de Córdoba o Ramírez de Arellano. Está inspirado en la historia de infidelidad de Beatriz de Finestrosa y su primo, que acabaría en la matanza por parte del marido, Fernán Alonso, de los dos caballeros Veinticuatro y las sirvientas, allá por 1448. Del casi desconocido Antón y del anónimo cronista bebió Lope de Vega en su obra Los comendadores de Córdoba o el honor desagraviado, escrita en 1609, quizá pocos años después que Los casos notables…, siendo una historia exacta en los personajes y la trama de la obra.

También se advierte en la lírica burlesca y satírica de Quevedo el precedente de Antón Montoro. El madrileño, enemigo de Góngora, escribiría su Oda al pedo casi dos siglos después de estos versos de nuestro poeta: "Que son pedos mal logrados,/de todos cuatro costados…". Asimismo, Antón atesora la fina y ácida ironía que caracterizaría luego a don Francisco en sus rivalidades líricas invectivas, como denuncia su recomendable Cancionero que tiene, entre otros, estos versos dedicados a un cornudo: "…que un duque y un maestre/ gocen de vuestra mujer;/ovistes buena ventura,/que vos fizo Dios igual;/que un grande e un real /ayan tal cabalgadura:/ dulce tiene el angostura". También se anticipó a su paisano Góngora al decir: "Que con dos morcillas buenas/ y del rasconcillo tierno/ de sacaros de novenas /y llevaros al infierno". Ya en vida, debió sufrir la sensación de estar siendo plagiado por hombres de relumbrón efímero cercanos a la oficialidad, en la que él nunca militó. Así, el poeta cordobés dedicó unos versos a un colega, cuyo nombre ni obra quedó en la historia de la Literatura, en los que lo acusa de gandul y zangón, y de ser de baja ralea por apropiarse versos ajenos.

Dicen que se pierde su pista, como la de tantos conversos, tras los trágicos sucesos que tuvieron lugar en la Cruz del Rastro en 1473 al paso de la Hermandad de la Caridad; otros aseguran que no fue víctima de aquellos cuatro días de xenofobia, que acabaron en sangrienta matanza, y siguió escondido en Córdoba. Así debió ser, cuando los profesores Ciceri y Rodríguez-Puértolas aseguran que dedicó el poema a Isabel I en torno a 1474 "en que afirma contar 70 años de edad", y todos fechan su muerte en 1480.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último