Museo Arqueológico de Córdoba: encuentro de culturas

El palacio de los Páez de Castillejo

Portada del palacio de los Páez de Castillejo, Museo Arqueológico de Córdoba.

Portada del palacio de los Páez de Castillejo, Museo Arqueológico de Córdoba. / Miguel Ángel Salas

Cuando se llega a la plaza de Jerónimo Páez, lo que destaca en este singular espacio es esa gran portada del palacio del siglo XVI. A la manera de un arco triunfal renacentista, constituye la imagen del Museo desde que abre su sede en este palacio a partir de 1961. Hasta llegar aquí desde su creación en 1867, otras sedes más pequeñas albergaron esta institución. En esta plaza, llamada de los Paraísos en el siglo XIII, fue adquirido por el Estado para Museo en 1942, siendo rehabilitado por el arquitecto Félix Hernández sobre el proyecto museológico del director del Museo, Samuel de los Santos Gener.

Declarado en 1962 Monumento Histórico Artístico, este edificio guarda no sólo una larga historia, sino también elementos muy especiales de diferentes épocas. Desde unas gradas y una plaza de época romana de su patio III, pasando por los elementos mudéjares como el arco decorado con yeserías, y góticos como las ventanas con azulejos (todos en el patio II) hasta su gran escalera renacentista con el extraordinario artesonado en cúpula de madera realizada por Bartolomé Muñoz en 1498, antes de la reforma del quinientos.

Luis Páez de Castillejo y Valenzuela, veinticuatro de Córdoba y gentilhombre del emperador Carlos V, miembro de la familia que allí habitaba desde finales del siglo XIV y que logra un gran ascenso social a lo largo del siglo XV, es quien encarga al arquitecto Hernán Ruiz II la gran reforma de lo que quedaba de las casas que habían pertenecido al alfaquí Ybrahim Ben Naçer antes de la conquista castellana de la ciudad.

Con ese encargo, el arquitecto Hernán Ruiz II a partir de 1538 reestructura el patio principal, haciendo uno nuevo con galerías superpuestas en sus cuatro lados provistas de arcos sobre columnas de mármol. Hernán Ruiz el joven, que forma parte de la historia de esta ciudad también por haber sido uno de los constructores de la Catedral dentro de la Mezquita, va a ser artífice también de la espléndida fachada de piedra labrada a la Plaza, junto al cantero Sebastián de Peñarredonda (1540) y a Francisco Jato, Francisco Linares y Juan de Toribio, quienes realizan la decoración escultórica en 1543, con un programa iconográfico ligado a la genealogía de la familia Páez de Castillejo.

Escultura Thoracata, de comienzos del siglo I d.C. Escultura Thoracata, de comienzos del siglo I d.C.

Escultura Thoracata, de comienzos del siglo I d.C. / E. D. C.

La portada proyecta una imagen y un relato a la manera del humanismo renacentista, utilizando elementos de la antigüedad clásica, con una narrativa que transmite poder y valor. Su diseño muestra muy bien cuáles eran las claves de la época: se alternan esculturas de héroes mitológicos y personajes históricos con una serie de frisos que llevan armaduras y en un lugar destacado el escudo de la familia. Son las alegorías de valores familiares como la lealtad, la disciplina, la generosidad y el sacrificio propio en aras del bien común. Todo ello escenifica las virtudes del guerrero como paradigma de la idea humanista del renacimiento. La familia, al colocar a estos símbolos, transmite que no sólo asume esos valores, sino que su linaje se quiere identificar con esta corriente. Esta fachada es la culminación de la transformación urbana de la plaza, conformándose una configuración espacial que pervive hasta la actualidad tal y como fue concebida en el siglo XVI.

La historia de la familia Páez de Castillejo va a acompañar los cambios que se acometen en este palacio hasta la primera mitad del siglo XIX, tiempo en que se extingue el linaje al no haber descendencia. Tras un pleito que demuestra que era descendiente legítimo de los Páez de Castillejo, el Duque de Alba, Jacobo Fitz James Stuart, Marqués de El Carpio, se convierte en su nuevo propietario. Con posterioridad, muchos otros usos tuvo este palacio como ser casa de vecinos, acoger a la Academia Espinar en el siglo XX, tener el teléfono número 1 de Córdoba, montar en su patio una de las primeras cruces de mayo en los años veinte del siglo XX… una extensa historia, difícil de resumir en este artículo, pero que se descubre entre sus muros y patios cuando se visita y se disfruta.

En la actualidad se pueden visitar los patios del palacio como parte del Museo durante todo el año; el resto está cerrado para una reforma que está en marcha para rehabilitar y adaptar a las necesidades del siglo XXI este edificio, como sede de la exposición permanente de esta institución museística.

En este Mayo de Córdoba, especial por su singularidad de festejo de la primavera, y por tanto de la vida, los patios del museo son un elemento cultural de primer orden. Muestra de ello son el ciclo Patios de cultura, junto con la celebración del Día Internacional de los Museos (18 de Mayo), los conciertos, las visitas teatralizadas, la celebración de la Noche del Patrimonio o las instalaciones de creadores internacionales en el patio II dentro del Festival Flora, entre otras muchas actividades.

Y sin duda, las excelentes piezas arqueológicas que se exponen en ese marco, como el capitel del templo romano de la Calle Claudio Marcelo, diferentes capiteles andalusíes, la schola o asiento de una basílica romana o la espléndida escultura Thoracata de comienzos del siglo I d.C., procedente del Foro de Colonia Patricia Corduba y hecha a imagen de las esculturas del Foro de Augusto en Roma.

El Museo Arqueológico y el Palacio de los Páez de Castillejo conforman un conjunto de hitos patrimoniales excepcionales, en los que se unen magníficas colecciones con un yacimiento arqueológico y la gran construcción renacentista. Y, como la propia Córdoba, son paradigma de una historia viva que se proyecta al futuro.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios