"Me siento muy orgulloso de ser torero, un torero cordobés y de Santa Marina"

rafael gónzález 'chiquilín'. torero

El matador, ya retirado, recibe el cariño de la ciudad cuando se cumple el 25 aniversario de su alternativa. Confía en que algún nuevo torero revitalice a una afición que vive horas bajas

En la imagen, el diestro cordobés.
En la imagen, el diestro cordobés. / O. Barrionuevo
Félix R. Cardador

14 de mayo 2017 - 09:05

Rafael González Chiquilín nació torero y torero sigue, cercano ya a la cincuentena. Veinticinco años se cumplirán el 27 de mayo de su alternativa, que el diestro recuerda con cariño, emocionado. Aunque retirado de los ruedos, Chiquilín, que es director artístico de la Escuela Taurina, vive muy de cerca aún el mundo del toro. Hombre tranquilo, afable, de simpatía natural, recuerda sus éxitos con orgullo y se lamenta mesurado, con aceptación y sin amargura, de la pizca de suerte que le faltó cuando era matador. Su sueño ahora es que de la Córdoba taurina salga un nuevo torero, o más de uno, que alimente una fiesta que en esta tierra vive años de decadencia, atonía y falta de entusiasmo.

-Un cuarto de siglo se cumple de su alternativa, con Curro Romero de padrino. Un recuerdo imborrable, supongo.

-Aquella fecha la recuerdo, claro, con mucha emoción. Cómo olvidarla, ¿no? Alguien que, como yo, soñaba desde niño con ser torero no puede sino sentirse muy orgullo de aquella alternativa. De padrino, nada menos que Curro Romero. Y de testigo, Julio Aparicio. Salí por la puerta grande, y también con una cornada. Ocurrieron muchas cosas imborrables en aquellas horas, aquel día. Entonces estaba muy contento y hoy, 25 años después, me siento feliz de poderlo recordar y celebrar como la fecha merece. La gente, las instituciones, los colectivos y las peñas se están volcando conmigo y no me queda sino estar muy agradecido por tanto cariño. Es muy hermoso que la gente aún se acuerde de mi forma de torear y que también me muestre su aprecio como persona.

-A usted le venía de casta, con muchos antecedentes familiares. ¿Es cierto que ya de niño toreaba en el salón?

-Torero se nace, esa es la realidad. Y yo tuve la fortuna de venir al mundo en una familia de honda raíz torera. Soy descendiente directo de Lagartijo, de Lagartijo el grande, y también tengo lazos familiares con Manolete. Mi tatarabuela materna era hermana de Lagartijo. Y en la familia también hubo otros toreros: Recalcao, Chiquilín... Mi abuelo materno me contaba muchas anécdotas desde muy niño y eso me hacía soñar, aunque en realidad el toro me fascinaba desde mucho antes. En mi casa cuentan que con dos añillos ya me quedaba embobado viendo las corridas que retransmitían por televisión. Y poco después me hicieron una muletita con la que jugaba al toro. Son recuerdos muy bonitos de una niñez vinculada con la tauromaquia, que dio pie a una vida que ha seguido vinculada a los toros. Creo que nací torero. Estas cosas son así, a nadie se le puede inculcar esta pasión por la fuerza.

-Su tauromaquia se caracterizó por la elegancia, pero no significa eso que sus inicios fuesen fáciles. Maletilla, tientas, espectáculos cómicos... Costumbres que estaban llamadas a desaparecer pero que usted vivió.

-Por entonces aún se veían esas cosas, aunque ahora han desaparecido. Eran experiencias bonitas, bonitas y difíciles. Me probé primero con una becerra y cuando vieron que podía tener condiciones fui dando pasitos. Anduve de maletilla, en las plazas de tientas. Los chavales íbamos allí a pie y como podíamos, a Andújar, a Jaén, y al llegar te daban un turno por si podías torear a las vacas. Primero toreaban los matadores y, cuando ya la vaca estaba tentada, nos dejaban torear a los chavales. Si no tenías suerte te volvías a casa sin dar ni un pase, pero sí había suerte podías dar una tanda y eras feliz. Allí cogí experiencia y, eso me valió para poderme manejar en la parte seria del espectáculo del Bombero Torero, que fue donde me curtí. Fueron años duros aquellos. Ahora recuerdo con simpatía que para vestirnos, antes de torear, nos llevaban a los sitios más curiosos, a una cuadra por ejemplo, o a una cárcel, como me ocurrió en Castellón. En fin, que fácil no lo tuve, porque aquello era una vida dura, pero yo trataba de animarme y tenía confianza en mí. Mi carácter creo que en una buena parte se forjó en aquellos años.

-Pero lo que marca su vida es la etapa de novillero y la rivalidad con Finito de Córdoba, que ocupa ya un capítulo destacado en la historia de la tauromaquia cordobesa. ¿Cómo recuerda aquellas tardes?

-A Finito lo conocí cuando éramos todavía novilleros sin caballos y esa rivalidad no existía aún. Pero luego, cuando cambiamos de escalafón, surgió y se extendió rápido. Nosotros la llevábamos con respeto, pero no era fácil. Córdoba estaba dividida, con los finitistas por un lado y los chiquilinistas por el otro. Cada uno tenía sus partidarios, y había quienes se lo tomaban realmente a pecho. La plaza de Los Califas se llenaba, toreábamos mucho. Ahora lo recuerdo como una etapa preciosa, pero, claro, eso es el recuerdo. Vivirlo no fue tan dulce, porque la tensión era grande y el objetivo evidente era ganar la pelea. Visto con el tiempo no cabe duda de que sí, de que es un capítulo que queda en la historia de la tauromaquia cordobesa.

-Cuenta la leyenda que, hasta cuando tenía corrida de gran responsabilidad, dormía usted como un saco. ¿Un hombre tranquilo?

-Sí, en general sí. Solía dormir relativamente bien. Yo soy así, calmado, y antes de las corridas me echaba una pequeña siesta. Después de la comida, una comida ligerita, subía a la habitación y mi mozo de espadas me decía: "No sé cómo puedes, Rafael". Y generalmente me dormía. Lo malo venía luego, cuando me despertaba y tomaba conciencia de que había llegado el momento de vestirse de luces e ir a la plaza. Todavía lo recuerdo y se me corta el cuerpo. Después se iba pasando, te ibas concienciando, pero el momento de despertarse de la siesta era con diferencia el peor de todos.

-Su carrera como matador, una vez pasada la alternativa, no alcanzó los vuelos que podían esperarse. ¿A qué lo achaca?

-Yo tuve la fortuna de torear en todas las grandes plazas. Y conseguí éxitos. Fue el ganador del Premio Maite al mejor novillero de la Feria de San Isidro, algo que no ha logrado otro cordobés hasta la fecha. También triunfé en Sevilla, pero con la desgracia de que lo hice el mismo año en el que murió el inolvidable Manolo Montoliú. Aquello debió tener mayor recorrido, más impacto, pero no lo tuvo. La desgracia de Montoliú lo difuminó todo. También aquí en Córdoba cuajé a un toro de Murteira Grave y aquello no sonó lo que debía de haber sonado, no tuvo la repercusión que entiendo que merecía. Después también influye que a unos toreros se les aguanta más y a otros se les aguanta menos, no hay la misma paciencia con todos, y en mi caso no llegaron las oportunidades que esperaba. Creo que me faltó un pelín de suerte, porque la suerte influye en los toros y en todo, aunque eso no lo digo con amargura. La vida es como es.

-El Círculo Taurino les juntó a usted y a Finito hace cuatro años para recordar aquella rivalidad. Y Juan le propuso a usted la posibilidad de regresar en un mano a mano, opción que entonces ni se planteó. ¿Alguna vez se lo ha pensado?

-En la vida todo tiene su momento y creo que las cosas deben de salir de dentro de uno. La posibilidad del mano a mano la planteó Finito aquel día y se ha planteado otras veces, desde distintos ámbitos. Y yo no dudo de que tendría su impacto y podría ser un éxito, pero el problema es que a mí no me lo pide el cuerpo. No es algo que salga de mí y de hacerlo lo haría forzado, lo que no tiene ningún sentido. Yo nunca he pensado en volver a los ruedos, y me llena más mi labor con los jóvenes de la Escuela Taurina o las actividades solidarias. La rivalidad con Finito fue una etapa bonita, pero pasó y ya está.

-La tauromaquia en Córdoba no pasa por sus mejores años. ¿Tiene esto solución?

-Supongo que son muchas cosas las que influyen, pero creo que si lográsemos sacar un par de chavalaes que ilusionasen lo veríamos todo de otro modo. Ahora mismo no existe eso, pero sí al menos tuviésemos un novillero que hiciese soñar a los aficionados todo cambiaría. Pienso que la Córdoba taurina está deseando que llegue ese momento.

-Usted trabaja con jóvenes en la escuela. ¿Las nuevas generaciones entienden lo sacrificado de esta profesión?

-Hay jóvenes que vienen con ganas y condiciones, pero es que ser torero es muy complicado. El toreo te exige todo tu tiempo, un gran sacrificio como usted dice. Hay que vivir el toreo hasta dormido. Entrenar, llevar una vida sana, hablar de toros, ver toros y vivir en fin alrededor del toro. Ni novia, ni amigos, ni familia... Los toros reclaman todo tu tiempo y la infancia te la pierdes. Desde muy joven te ves rodeado de personas mayores, y apenas tienes contacto con la gente de tu edad ni con las costumbres de estos. Yo me llegué a perder el bautizo de mi sobrina y, eso que soy su padrino. Pero los toros son así y, eso es difícil que un chaval de esta época, acostumbrado a otra forma de vida, quiera asumirlo pues le supone desprenderse de cosas que para él son valiosas. A los padres, sin embargo, yo les digo que para los chavales es buena esta educación, pues estimula la vida sana, la disciplina, el respeto a los mayores, la madurez, la búsqueda de la mejoría, la capacidad de sacrificio y el afán de autosuperación. Más allá de que acabes siendo o no torero, que eso es muy complicado, en la Escuela de Tauromaquia te enseñan unos valores que te valen para el resto de la vida.

-El aniversario de su alternativa ha coincidido con el centenario de Manolete, un torero con el que se le comparaba por su corte taurino y por su físico. ¿Supuso eso una tensión añadida?

-Manolete es mucho Manolete. Y que te comparen con él pues no cabe duda de que es un gran orgullo. A mí me llenaba de orgullo, desde luego. Pero, claro, también está la presión. Porque con Manolete no hay quien pueda y compararse con él es una locura, porque perderás siempre. Manolete sigue vivo entre los taurinos y lo seguirá porque fue muy grande, algo que demuestra que ahora, en su centenario, sean tantas las personas que lo recuerdan y lo homenajean. Manolete es tremendo. Nadie puede compararse con él.

-¿Le han gustado los carteles que ha presentado la FIT para la feria de Córdoba?

-Bueno, duele ver que sólo haya dos corridas, y cuatro festejos en total, cuando estábamos acostumbrados a ciclos de siete festejos, con una semana entera dedicada a los toros. Aún así, creo que los carteles tienen atractivo, están rematados, y la afición debería responder. Si la afición cordobesa vuelve a la plaza y responde bien seguro que, poco a poco, nuestra Feria de la Salud irá volviendo a ser lo que fue.

-Está claro que, a pesar de estar retirado, los toros siguen siendo uno de los ejes de su vida. ¿Cómo lo vive ahora?

-Pues ahora sigo viviendo el toro, por supuesto, pero lo hago de otra manera. Ahora se trata de disfrutar, y no es que como torero no se disfrute, que se disfruta y mucho, sino que a menudo la presión es tremenda y se pasa mal. A mí me satisface mucho enseñar a los jóvenes y tratar de enseñarles lo que yo aprendí. Creo que es una buena forma de defender la tauromaquia, pues es una apuesta por el futuro, y de mantenerme muy vinculado a ella.

-O sea, que torero de la cuna a la tumba.

-Claro, porque si uno nace torero, se muere torero. Y una de las cosas de las que me enorgullezco en mi vida es de haber sido torero, torero cordobés nada menos y del barrio de Santa Marina. Eso lo llevo y lo llevaré siempre a mucha honra pasen los años que pasen.

stats