Toros

Una oreja para Talavante en una tarde fría y desangelada para cerrar la Feria de Córdoba

Alejandro Talavante pega un natural al primero de su lote, al que cortó una oreja.

Alejandro Talavante pega un natural al primero de su lote, al que cortó una oreja. / Miguel Ángel Salas

Se atribuyen a Rafael Guerra multitud de sentencias. Una de ellas es la de “lo que no puede ser, no puede ser, y además es imposible”. Imposible resulta en la fiesta de toros el lucimiento, si la materia prima, o sea el toro a lidiar, falla. La nueva tauromaquia se mueve en unos parámetros en los que el toro ha perdido mucho protagonismo. El toro de hoy, poco importa. El primer tercio, léase el de varas, ha pasado a la historia. La suerte de picar ha dejado de ser un baremo de bravura, para convertirse en un mero trámite. Todo se centra en el tercio de muleta, antes llamado de muerte. Si el toro brinda veinte o veinticinco arrancadas, el éxito está asegurado; si por contra, estas no brillan, o están ausentes, todo queda en agua de borrajas. Es el toreo moderno, el toreo de hoy, el que nos quieren imponer los taurinos. Un toreo descafeinado y carente de emociones y por qué no, de tragedia y de épica.

En la tarde de este domingo, los toros de Álvaro Núñez dieron al traste con la corrida. Su juego no resultó el más favorable al lucimiento de los toreros. O lo que es lo mismo, los toros se cargaron el broche de una feria corta y que ha mostrado la versión más pobre de una afición y plaza que han perdido la categoría que un día tuvieron. Urge buscar, entre todos, nuevos criterios. Unos criterios que unifiquen y sirvan para revitalizar una plaza que ha tocado fondo. Porque de lo contrario, Córdoba continuará en la sima del ostracismo en el planeta de los toros.

Abrió plaza Finito de Córdoba, que volvía a su plaza. El torero cordobés lo intento, pero se estrelló con dos toros de nulas posibilidades. Aún así mostró su personal toreo tanto con el percal como con la franela, pero todo fue un querer y no poder, debido a las pobres posibilidades que le brindaron los dos toros que le tocaron en suerte. De hecho su primero se llegó a echar antes de entrarlo a matar y su segundo, en el momento en que le exigió, buscó el refugio de las tablas. Aún así lo dicho, algún lance con gusto y prestancia y algunos muletazos, con el aroma a una tauromaquia que se añeja con el paso del tiempo, pero que no pierde vigencia a pesar de los años.

Finito de Córdoba pega un muletazo durante su faena. Finito de Córdoba pega un muletazo durante su faena.

Finito de Córdoba pega un muletazo durante su faena. / Miguel Ángel Salas

Alejandro Talavante cortó la única oreja de la tarde a un animal que se prestó más que sus hermanos. Tras brindar al público, Talavante realizó una faena personal, en el estilo que le llevó a deslumbrar a los públicos no hace mucho. Faena templada que tuvo la virtud de destacar en el toreo al natural, cuajando tandas con cierto poso y temple. No fue una faena redonda, pero que tuvo sus pasajes con cierto interés. Tras un pinchazo y una estocada, y ante una petición no mayoritaria, el pañuelo del usía asomó por el antepalco, logrando así cortar una oreja que tuvo poco peso. En su segundo poco pudo hacer. Lo intentó pero el toro no se prestó al lucimiento, el espada ante la falta de colaboración con su oponente, abrevió y el público lo agradeció.

Pablo Aguado es un torero muy esperado por los aficionados. Su concepto natural y ortodoxo es muy del gusto del respetable. Como sus compañeros de terna, sus deseos se estrellaron con las desabridas embestidas de sus dos oponentes. Aún así se vio a un Aguado comprometido y deseoso por puntuar en una temporada que, por unos motivos u otros, comienza a ponérsele muy cuesta arriba tras su paso por Sevilla y Madrid sin puntuar.

Pablo Aguado se arrima a su toro en su actuación en Los Califas. Pablo Aguado se arrima a su toro en su actuación en Los Califas.

Pablo Aguado se arrima a su toro en su actuación en Los Califas. / Miguel Ángel Salas

En su primero realizó una labor de toma y daca. Un trasteo esforzado donde estuvo muy por encima de su oponente. En el sexto, jugado como sobrero, estuvo importante. Ante un animal de descompuestas acometidas, Aguado estuvo solvente y profesional. Comprometido, muy cruzado y muy de verdad se impuso al toro, cuajando un par de tandas de mucho mérito. Lástima del mal uso de los aceros, pues de haber viajado con más contundencia hubiera cortado una oreja de peso, que seguramente le habría servido de estimulo en próximos compromisos.

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