Neuromitos: del 90% del cerebro sin utilizar al aprendizaje nocturno

Las ideas erróneas sobre el funcionamiento del cerebro y el aprendizaje del cerebro a través de los tiempos han gozado de una gran popularidad y persistencia

Desinformación y salud: la mentira han formado parte de la sociedad en todas las épocas

Imagen de dos cerebros, de una investigación sobre su rejuvenecimiento / CSIC

Casi seguro que más de una vez nos hemos hecho eco de algún neuromito, y es posible que lo hayamos aceptado con toda la complacencia porque vemos que nos llena y hasta nos encuadra en un agrado mayor como pensantes.

Por ejemplo: “Para ser más inteligente debes desbloquear el 90% de tu cerebro, pues solo estás usando el 10%”. Es falso, empleamos el 100% del cerebro, aunque no todo a la vez. Se dice que fue Albert Einstein el impulsor de esta idea para que adquiriera fuerza como creencia. No fue Einstein. Este dicho se le achaca a Lowell Thomas al escribir el prefacio del libro de Dale Carnegie, malinterpretando los estudios de William James, que se refería a la capacidad mental latente. Las pruebas de imagen ratifican que usamos todo el cerebro incluso en los periodos inactivos más básicos. Un ejemplo de ello es la neuroplasticidad o potencial para su desarrollo adaptativo.

Las ideas erróneas sobre el funcionamiento del cerebro y el aprendizaje del cerebro a través de los tiempos han gozado de una gran popularidad y persistencia. Prueba de ello es que ya tenían predicamento en la Grecia clásica, como la Ilíada, la Odisea, la relación de los humanos con los dioses, etc. Su atractivo actual radica en la mezcla e interpretación de los factores cognitivos consumidos capciosamente a través de la ciencia.

Otra muestra: “¿Somos de cerebro derecho o de cerebro izquierdo?”. Es el mito de dominancia de hemisferio cerebral. Se dice que las personas creativas tienen dominancia del cerebro derecho y las racionales, del izquierdo. Es cierto que hay una asimetría entre el hemisferio derecho y el izquierdo, pero las tareas que hacemos requieren la colaboración de ambos hemisferios. Es erróneo pensar que cada hemisferio es independiente, aunque no hacen exactamente lo mismo. Su interconexión se lleva a cabo por el cuerpo calloso.

A medida que la ciencia los va desmitificando, nos creamos una frustración, y nos preguntamos: ¿qué tienen de atracción las llamadas falsas creencias de la neurociencia o neuromitos? ¿A qué atribuimos su permanencia?

Pensamos que su simplicidad a la hora de interpretar fenómenos complicados ofrece explicaciones fáciles que se alinean con nuestras esperanzas potenciales de alcanzar una mejora en el aprendizaje. Además, si el neuromito se acerca a nuestras creencias persistentes, será más fácil que lo aceptemos. Pueden existir neuromitos que no sean totalmente falsos, sino que, a través de una interpretación parcial o sesgada de hallazgos científicos reales, simulen una realidad probada.

A veces, los medios de comunicación y divulgación científica, en su afán de hacer los hallazgos científicos más accesibles al público en general, pueden caer en la simplicidad, perdiendo sus matices ortodoxos para convertirse en errores propagandísticos. Puede ocurrir igualmente que, en el ámbito educativo, por la búsqueda de pedagogías eficaces, se adopten prácticas basadas en neuromitos. Esta eventualidad se combatiría mejor con una mayor alfabetización neurocientífica.

Es lo que ocurre con “la mejor forma de enseñar: adapta el aprendizaje al modo visual, auditivo o kinestésico”. Este mito confunde el hábito de trabajo con el estilo de aprendizaje al afirmar que cada alumno tiene uno preferido. Para facilitar la atención, todas las modalidades sensoriales intervienen, mejorando la memorización y la eficiencia en el estudio.

Dilucidar cómo elabora el cerebro lo que será la inteligencia y la creatividad es harto complejo y además está en constante evolución, en contraste con lo que son los neuromitos, que empaquetan estas cuestiones difíciles y las transforman en afirmaciones simples.

¿Podemos aprender mientras dormimos?” La respuesta es no. Es una creencia popular promovida por la Unión Soviética en los años 50 y 60, mediante hipnopedia o aprendizaje durante el sueño. Estas investigaciones presentaban serias deficiencias metodológicas, como que no siempre estaban controladas las fases del sueño mediante electroencefalogramas. La comunidad científica rechazó la validez de estos hallazgos ante la imposibilidad de poder replicarlos por investigadores independientes.

Otro de los neuromitos clásicos y posiblemente el más importante desde la neurobiología es “el cerebro triuno”, propuesto por Paul D. MacLean en los años 60, amplificado por Carl Sagan en su libro Los dragones del Edén, por el que ganó el premio Pulitzer de Literatura en 1978. Para MacLean existían tres estructuras evolutivamente distintas: cerebro reptiliano (funciones básicas y supervivencia), límbico (emociones) y neocortex (pensamiento racional y abstracto). Este modelo es considerado como una herramienta didáctica metafórica que se aleja totalmente del cerebro humano real. En la actualidad, se le da un valor histórico divulgativo, no más.

Todas estas interpretaciones irreales de los neuromitos están recubiertas de una sensación de comprensión y control, que precisarían de una profundización de la neurociencia real. Satisfacen necesidades de forma eficaz, pero sacrificando la precisión científica.

La OCDE (Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos) emitió un informe en 2007, Entendiendo el cerebro: el nacimiento de la ciencia del aprendizaje, en el que dedicó un capítulo a explicar por qué los neuromitos carecen de evidencia científica.

El desarrollo de una visión crítica de estos mitos no implica renunciar a la fascinación por el cerebro, significa seguir estudiando para una más profunda comprensión de su funcionamiento, sin olvidar que “el ser humano se halla a medio camino entre los dioses y las bestias” (Plotino), atrapado entre la tentación del mito y la exigencia de la ciencia.

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