"Me molesta que se hable mal de El Cerro porque se dicen muchas mentiras"

Antonio Murillo. Párroco de Jesús divino obrero y canónigo de la catedral

El sacerdote lleva 22 años al frente de su iglesia, situada en uno de los barrios con mayor exclusión social de la ciudad pero donde hay un gran sentido de ayuda vecinal.

Antonio Murillo, en su parroquia de Jesús Divino Obrero.
Ángela Alba

10 de julio 2016 - 01:00

El 2 de octubre de 1994 Antonio Murillo (Villanueva de Córdoba, 1950) tomó posesión como sacerdote de Jesús Divino Obrero, una iglesia localizada en el centro del Campo de la Verdad y en el arranque de la barriada de El Cerro, es decir, la zona de mayor exclusión social de Córdoba debido, entre otras cuestiones, a que su población está muy envejecida. Siempre sonriente, muy expresivo y con palabras amables para todo el que se cruza en su camino, Murillo lleva 22 años en El Cerro, donde impulsa una gran labor social apoyado en el voluntariado. Es un hombre de gran versatilidad: canónigo de la Catedral, consiliario del Secretariado Gitano, profesor de Pedagogía del Sagrado Corazón y dedica sus vacaciones a ayudar en un país del Tercer Mundo. Ha estado en un campamento palestino, en Marruecos y ahora lleva unos 12 años yendo a Perú. Su lema es "lo primero para lo que Dios nos ha mandado a esta vida es para ser feliz", algo a lo que él contribuye como puede.

-¿Qué recuerda de sus comienzos en la iglesia de El Cerro?

-Nunca había estado de párroco en Córdoba, sino en sitios como Conquista, Cardeña, la Venta del Charco o La Carlota. Esto para mí era algo enteramente nuevo. Me encontré con una parroquia donde había una comunidad muy comprometida y eso fue una ayuda grande. También había unas religiosas, que están todavía, que son las Reparadoras. Me pusieron de capellán del colegio de Las Mercedarias, donde sigo, y eso me dio la oportunidad de relacionarme con los jóvenes del barrio. Me encontré con una situación de pobreza. Un compañero mío, cuando me nombraron párroco y delegado de Cáritas, me dijo: "¿te gustan los pobres? Pues te vas a hartar".

-¿Y así ha sido?

-Me daba mucha pena porque morían muchas personas de sida. Raro era el mes que no enterraba a alguien que había muerto por esa enfermedad. Iba de vez en cuando a verlos a la sexta planta del Hospital Provincial y viví experiencias muy duras. Pensaba: "esta gente se va a morir con 22 años, tienen sida, pero son muy buenas personas". Hay cosas que no se te olvidan nunca. Había un muchacho de 22 años que me dijo: "mire padre, la vida me ha metido en esta historia y ahora Dios me va a castigar y me voy a morir". Le dije: "eso no es verdad, Dios no te va a castigar. Tú buscando la felicidad te has metido aquí, más o menos con cierta responsabilidad, porque nadie sabe hasta dónde uno es libre en medio del ambiente del barrio. Dios te va a dar lo que tú más has deseado mientras que la sociedad te ha engañado". Y me dio un abrazo, empezamos a llorar y a los dos días lo enterré.

-¿Era el sida el problema más enquistado en los 90 en la zona?

-La pobreza, el sida y la droga. Hay experiencias muy duras. Una vez llegó una mujer a encargarme la misa del mediodía para el cuarto hijo que se le había muerto por la droga. Me contó que mientras barría la puerta de su casa pasó con un cochazo el que le vendía la droga a sus hijos, y que se había quedado sin ellos y sin nada porque le habían vendido hasta las sillas. Cuando el hombre la vio, se volvió para atrás con el coche, se bajó y le dio un beso y el pésame. Me dijo: "Padre, lo he perdonado". Entonces le pregunté si de verdad había perdonado a un hombre que le había vendido la droga que se había llevado a sus cuatro hijos para adelante, y me dijo que de verdad lo había perdonado. Esas historias no las encuentras en otro sitio.

-¿Cómo logró hacerse un hueco en el barrio?

-La gente fue y sigue siendo muy cariñosa conmigo. Llegué en octubre y cuando podía, por las tardes me daba un paseo porque las señoras estaban en sus puertas hablando con las vecinas, tomando café, haciendo punto, comentando la novela... Y era cuestión de juntarse con ellas. Ahora cuando llega el verano hago lo mismo; doy una vuelta y están allí tomando el fresco. Es un barrio muy familiar.

-¿Qué tipo de acciones sociales se llevaban a cabo en el barrio cuando usted llegó?

-Había varios proyectos para niños de distintas ONG. Como estuve en Cáritas, un año hicimos un taller de empleo con la Junta, tuvimos dos escuelas taller que nos sirvieron cuando se hizo la residencia de ancianos que hay en la Acera del Río, en un terreno que nos cedió el Ayuntamiento. Luego, como la gente era tan buena, la Asociación de Madres y Padres del instituto Santa Rosa me cedieron la casa de los guardas para Cáritas. Construimos cuatro apartamentos para los trasplantados que están todavía en funcionamiento.

-¿Qué tipo de necesidades había en aquella época en el barrio?

-Necesidades económicas, y las sigue habiendo. Ahora con la crisis si vas cualquier miércoles a mi parroquia verás cuanta gente va a buscar alimento, que es lo que le podemos dar. Y rara es la semana que no van dos o tres personas pidiéndome trabajo, y más quisiera yo poder dárselo. Vienen a pedir algo que es un derecho y que los dignifica, entonces se me cae el alma; ¡vienen a pedir trabajo, Dios mío, y no se lo puedes dar!

-¿Qué evolución social ha visto en el barrio?

-El barrio fue a mejor pero la crisis le ha dado un palo muy fuerte, de tal manera que no llegamos a tener nada más que 15 o 20 familias a las que ayudar y ahora nos encontramos con más de 100. Yo empecé a recoger ropa porque en verano me voy a Perú y me la llevaba, pero desde que empezó la crisis, la ropa de niño y adolescente no podemos mandarla a Perú, se queda toda aquí. Los martes damos ropa y los miércoles alimento. Y porque no tenemos dinero para pagar luz, agua... En Navidad por ejemplo, a los niños de familias que van a Cáritas o de las Catequesis que se encuentran en malas condiciones les compramos Reyes; juguetes nuevos, sin estrenar. Cuando alguien me trae algún juguete usado le digo que no. Si me dicen que está en buenas condiciones, les contesto que entonces se lo den a los suyos porque todos los niños el día de Reyes tienen derecho a estrenar juguete. Para mí un niño es como Jesucristo, y yo a Jesucristo, si puedo, no le doy una cosa usada. Este año llegábamos a las casas a repartir los juguetes y los veíamos arropados con mantas porque no tenían luz y no podían poner estufa. Eso te duele en el alma.

-¿Cuáles fueron los mejores años del barrio?

-Desde el año 2000 fue subiendo hasta la crisis. Los años anteriores a la crisis hubo mucha gente que se metió en la construcción y reformaron sus viviendas. Luego Vimcorsa, como las casas se rajaban, dio ayuda para el plan de restauración de San Martín de Porres. Eso ayudó a revitalizar el barrio.

-¿Ha tenido usted algún roce o conflicto en el barrio?

-Al principio, cuando no me conocían, me robaban, pero normalmente no era gente del barrio, sino que venían de otros sitios. La experiencia más triste que tuve fue una noche antes de Navidad, que entró un muchacho con una navaja a mi casa. Habíamos tenido reunión en los salones parroquiales y él se metió en el baño. No nos dimos cuenta, cerramos y se quedó allí. Como no había por donde salir, dio un porrazo y entró a mi casa con una navaja. No pasó nada, pero el susto fue grande. Luego, alguna vez han entrado en la parroquia, pero como tampoco hay nada que llevarse... Ahora, no suelen ser del barrio.

-¿Cuál es el momento más complicado que ha vivido en estos más de 20 años?

-No sé, porque como la parroquia tiene tantas cosas te encuentras con muchos problemas, pero en general yo he vivido muy feliz allí. De hecho, no hace mucho me preguntaba el obispo que si estaba contento y le dije que sí, que estoy a su disposición pero allí estoy bien y la gente es cariñosa conmigo. Unas veces nos llevamos mejor y otras regular, pero bueno... (ríe). De hecho, tengo muchos niños para hacer la Primera Comunión. Para el año que viene tengo 80 y éste han sido más de 60.

-¿Y el mejor momento que recuerda?

-Han sido muchísimos, ya digo que la gente es muy buena conmigo. Estando en esta parroquia murieron mis padres, por lo que me quedé solo porque siempre había vivido con ellos, y siempre me he sentido muy acogido.

-¿Qué labor juega el voluntariado dentro de su parroquia?

-Una muy importante porque ésta es una parroquia con mucha necesidad de medios económicos, por lo que todo se hace con voluntariado: la catequesis, Cáritas, la limpieza, visitas a ancianos y enfermos... Durante unos años hemos tenido comedor en verano y ahora tenemos escuela de verano, y todo a base de voluntariado.

-¿Ya no tienen comedor para el verano?

-Desde hace dos años los viernes damos a cada familia una bolsa de comida para que ellos se la distribuyan. El tema del comedor es que, al haber veintitantos niños, aciertas con la comida con unos sí y con otros no, y además no comían nada más que los niños y los padres no. Por eso, pensamos que era preferible comprarles comida y que las madres la cocinen. Entonces, de 11:00 a 13:00 damos apoyo escolar y luego los viernes el alimento.

-¿Qué evolución ha visto en la ciudad en estas dos décadas?

-Ha cambiado mucho para bien, está muy bella. ¿Se pueden hacer cosas por la ciudad? Pues sí, y cada gobierno municipal cuando llega hace más cosas. Creo que los gobernantes intentan cuidarla. Los barrios tienen centros cívicos y centros de mayores, los colegios están remozados...

-¿Cree que hay una visión errónea de lo que es El Cerro desde la otra orilla?

-Desde que llegué aquí, hay una cosa que me da mucho coraje. Por ejemplo, te puedes sentir muy bien diciendo que estás ayudando a una barriada que tiene muchos problemas. Entonces eso sale en la prensa y la gente piensa: "uy, cuántos conflictos hay allí". Sin embargo, problemas de sida y de droga ha habido en todos lados, y buenas personas, hay en todos lados. Los vecinos del barrio son muy buenas personas y tienen un sentido de ayuda vecinal que no tienen los de los pisos. Y el cuidado que tienen a los mayores es mucho mejor de lo que me encuentro en otros sitios. ¿Pero qué pasa? Que hemos retintado la parte negativa de un barrio pobre. Hablamos de la calle Torremolinos y parece que estamos hablando de yo qué sé... y allí nació y se ha criado un cura. No será el ambiente tan complicado cuando ha salido un cura que está en una parroquia de Córdoba.

-Le molesta que se hable mal del barrio.

-¡Claro que sí, entre otras cosas porque se dicen muchas mentiras!

-¿Se iría usted de su parroquia?

-Estoy a disposición de mi obispo, siempre. Hoy en día los superiores hablan con nosotros y si estás a disgusto no te dejan en el mismo sitio muchos años. Si yo no estuviera bien me habrían cambiado. ¿Cómo voy a anunciar yo la alegría del Evangelio enfadado? Sería imposible.

-Su iglesia es sede de una hermandad muy querida, la del Amor. ¿Cómo lleva la relación con la hermandad? Tuvieron unos roces hace unos meses...

-Las mejores familias también meten la pata, y el roce hace el cariño pero también hace rozaduras. Hemos tenido algunos conflictos pero ya está la cosa bien. Ahora se está organizando un programa porque en noviembre hace 25 años que vino el Señor del Silencio.

-¿Qué labor hace en Perú en verano?

-Voy y doy clase en un seminario y ayudo en lo que puedo. Los fines de semana visito algunas de esas comunidades por las que hace meses que no pasa un cura. Llego el viernes por la noche, me junto con la comunidad y entre el sábado y el domingo hago unos 50 bautizos, 100 comuniones, unas pocas bodas y digo la misa por los difuntos que han muerto en ese tiempo.

-Usted también es canónigo de la Catedral. ¿Cómo lleva esa dualidad?

-A mí la Catedral me gusta mucho porque es muy bella. Estudié música en el Conservatorio y los cursos de canto gregoriano en el Valle de los Caídos con los benedictinos. Me gusta la música y soy el encargado de la parte musical de la Catedral. Allí puedo disfrutar de eso. Sí hay una cosa que me choca mucho, y es cuando saludo a alguien y me pregunta quién soy. Cuando digo que soy el párroco del Cerro me miran así como de reojo. Otras veces digo que soy canónigo de la Catedral y se sorprenden y tienen otra actitud. ¡Pero mire usted, si soy el mismo! La gente no te mira igual, y eso sí me da coraje.

-¿Qué opina del conflicto sobre la titularidad de la Mezquita-Catedral?

-Quiero mucho a la Catedral y para mí es una alegría que la gente pueda ver su belleza todos los días del año. Ese tema que lo arregle quien tenga que arreglarlo. A mí lo que me preocupa es la parroquia, que la gente sea feliz y pueda salir de su situación de pobreza. La obra socio caritativa de la Catedral me parece muy importante. Hace un año dimos 4.000 becas. En esa comisión se habían convocado 755 becas, pero hubo 4.000 peticiones. ¿A quién quitábamos? Si lo hacíamos por nota, ¿quiénes son los que suelen tener peores notas? Los más necesitados. Si lo hacíamos porque no estaban bien hechas las solicitudes pasaba igual. Yo estaba en esa comisión y propuse que hubiera para todos. Cuando haces esas cosas piensas que merece la pena estar allí de canónigo.

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