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Inmersión multitudinaria en el Medievo

  • El Mercado Medieval reúne a miles de personas en su día grande con una amplia programación de actividades, talleres para los más pequeños y gastronomía variada

La calle principal del Mercado Medieval, repleta de gente.

La calle principal del Mercado Medieval, repleta de gente. / Jordi Vidal

La jornada en el Mercado Medieval ha amanecido con un cielo raso y un sol radiante. Desde la orilla sur del río Guadalquivir la vista más reproducida del conjunto histórico de la Mezquita-Catedral está salpicada de banderines de colores.

Hay un grupo de teatro reproduciendo una escena desternillante, algo que puede suponerse por las risas que provoca entre los asistentes. La estampa recuerda un poco al Festival de los Bufones que se reproduce en la película El jorobado de Notre Dame, que además empieza con una vista aérea y cubierta de nubes de una de las catedrales más famosa del mundo (como la de Córdoba).

El filme de Disney, eso sí, traslada al público infantil una obra de Víctor Hugo (Nuestra Señora de París) salpicada de drama en cada una de sus páginas, algo que no se estila en el Mercado Medieval de Córdoba. Los banderines de colores que adornan el entorno de la Torre de la Calahorra y los bufones y malabaristas que danzan entre el gentío son los elementos que aportan esa semejanza con la historia de Quasimodo y Esmeralda. La forma sí responde a la estética visual de El jorobado de Notre Dame, pero el contenido es netamente cordobés y de jolgorio.

El Mercado Medieval es una de las citas más arraigadas al calendario de eventos invernales de la ciudad. El último fin de semana de enero tiene lugar reservado en el calendario para una actividad que en su segunda jornada ha reunido a miles de cordobeses y turistas, tanto que apenas se podía pasear entre los puestos de la feria, que este año suman 150.

El tiempo primaveral acompaña de tal manera que deja estampas poco vistas en el Mercado: turistas valientes en manga corta que contrastan con los chaquetones y bufandas de los no forasteros. Francisca, vecina del Sector Sur y fiel a esta cita en la que siempre cae algún trozo de tarta o una torta del Casar (un queso del que se tiene constancia que se fabrica desde el siglo XVIII, pero tampoco hay que ponerse tiquismiquis con la reproducción exacta del Medievo), dice que no recuerda un Mercado Medieval “con un tiempo tan primaveral”. “Yo siempre que he venido ha hecho frío”, relata Francisca mientras pasea frente a un puesto de castañas asadas (es posible conseguirlas aunque no sea Navidad).

Esta vecina todavía recuerda la antigua ubicación del Mercado, la plaza de la Corredera, que se modificó por motivos de seguridad. “A mí me gusta más aquí porque lo tengo cerca”, justifica. No le gusta, eso sí, la zona de cetrería porque “tiene a los pájaros atados”.

También los hay que visitan el Mercado Medieval por primera vez y que, al contrario que Francisca, son nuevos en esto de los estímulos variados. Los colores son infinitos y el aroma de carne asada se mezcla con el olor de chocolate fundido que cae sobre una crepe, tanto que María Luisa y Antonio no saben si almorzar o pasar al postre directamente. Este matrimonio está pasando la celebración de sus bodas de plata en Córdoba y se han topado con el Mercado Medieval por sorpresa. “Hemos llegado esta mañana y tenemos el hotel en la Judería, cuando hemos salido a dar un paseo había muchísima gente cruzando el Puente Romano y allá que hemos ido”, explica ella.

Los más pequeños también tienen un espacio más que reservado en el Mercado Medieval, con zona de atracciones y talleres de todo tipo para conocer todo lo que puede ofrecer el mundo que hay más allá de los smartphones.

Y así ha pasado un día más en el Mercado Medieval, quizá el más multitudinario de todos los que dura la cita y como dice la canción El son de Notre Dame: “Hay tanto colorido en sus sonidos, tantos humores cambiantes”.

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