Finito de Córdoba, en una corrida en la plaza de toros de Los Califas
Finito de Córdoba, en una corrida en la plaza de toros de Los Califas

Entre la gloria perdida y la esperanza necesaria

En estos 25 años ha habido un nombre propio indiscutible, Finito de Córdoba, y toreros que han continuado la tradición local. Pero la plaza se apaga

Especial 25 años de El Día de Córdoba

Decía Ortega y Gasset que “la claridad es la cortesía del filósofo”. En Córdoba, donde la filosofía se confunde con el senequismo de taberna y la socarronería del discreto, la claridad escasea cuando de toros se trata. Se han cumplido veinticinco años desde que este periódico, El Día de Córdoba, naciera para contar la vida de la ciudad. Y en este cuarto de siglo, el toreo cordobés ha transitado desde la ilusión de finales de los noventa hasta la sima actual, donde la feria parece un eco marchito de lo que fue. Pocas ciudades del llamado Planeta de los Toros pueden presumir de una historia como la de Córdoba con el Califato taurino como bandera, y sin embargo, pocas han permitido con tanta docilidad que su plaza mayor se apague en la indiferencia.

La plaza de Los Califas, construida en pleno auge “cordobesista” en 1965, ha sido durante estos 25 años un espejo de la Córdoba taurina: grande en historia, corta en ambición. A finales de los noventa aún la de Córdoba era plaza de temporada. Los carteles reunían a figuras de relumbrón, la feria de mayo tenía cierto peso, pese a coincidir con San Isidro, y el aficionado mantenía un hilo de esperanza. Pero el siglo XXI trajo con él la cuesta abajo: reducciones de festejos de abono, carteles de compromiso e irrelevantes, criterios presidenciales más propios de una plaza menor que de un coso de primera, y un toro, el verdadero pilar y baluarte de la Fiesta, que en demasiadas tardes se convirtió en sobra de sí mismo.

Hoy, Córdoba se conforma con tres festejos taurinos de abono. Una cifra que retrata la grandeza del declive. Y mientras tanto, el palco concede, el público aplaude cualquier cosa, y los profesionales se amparan en la benevolencia general. La plaza se apaga, no porque falte historia, sino porque sobra conformismo, sobre todo de los propietarios dominicales del coso taurino, que parece que miran hacía otro lado ante la falta de compromiso, previamente adquirido, de quienes están llamados a gestionar, taurinamente hablando, el moderno coso califal.

La figura de Finito ha vertebrado la tauromaquia cordobesa, pero su carrera refleja también esa Córdoba de claroscuros

Este último cuarto de siglo ha tenido un nombre propio indiscutible: Finito de Córdoba. Juan Serrano fue, el estandarte torero de la ciudad. Capaz de elevar al público con muletazos de una pureza digna de culto, su figura ha vertebrado la tauromaquia cordobesa desde los años noventa hasta hoy. Pero su carrera, irregular y marcada por la intermitencia, también refleja esa Córdoba de claroscuros: la que es capaz de ganar grandes batallas, pero incapaz de vencer en la dura guerra.

El Cordobés junto a Juanma Moreno, en un homenaje al V Califa del toreo.
El Cordobés junto a Juanma Moreno, en un homenaje al V Califa del toreo.

Otros matadores de la tierra, como Chiquilín, José Luis Moreno, o Julio Benítez El Cordobés, han dado continuidad a la representación torera local. A Benítez, hijo del V Califa, le pesó en demasía la losa de un apellido demasiado grande; Moreno mostró siempre oficio y dignidad; Chiquilín, pundonor y casta. En la última década, los focos se han dirigido hacia jóvenes como Lagartijo o Manuel Román, que aún tienen que demostrar si el porvenir puede escribirse desde Córdoba o si se quedarán en ilusión pasajera. Tampoco hay que olvidar a los que sueñan con la gloria de ser gente en el toro, caso de Rafael Reyes, Fuentes Bocanegra o Joselito de Córdoba, quienes luchan por ver cumplido su deseo de ser figuras del toreo, anhelo que también flota en la cabeza de Manuel Quintana, que, parafraseando a Luis Miguel Dominguín, parece que “el nene viene con la escoba” y esta dispuesto a ser gente en este complicado mundo de los toros. Mimbres tiene para ello y el tiempo dirá dónde llegará.

Las peñas taurinas han impedido que la llama se ahogue del todo, aunque hace falta una federación de peñas

Durante este tiempo, las peñas taurinas han mantenido viva la conversación, no permitiendo tampoco que la llama de la cultura taurina se apague. Coloquios, homenajes, premios y recuerdos han evitado que la llama se ahogue del todo. En la provincia, plazas como Pozoblanco, con su feria de septiembre marcada por el recuerdo de Paquirri, y gestionada magistralmente en la actualidad por un cordobés de pro como es Antonio Tejero, o Priego de Córdoba, joya barroca que resurge a trompicones y pone en valor el toreo con su anual Trofeo Neptuno, han recordado que la provincia siente lo que la capital parece olvidar. El movimiento peñista ha sido refugio de la memoria, pero carece de la fuerza suficiente para revertir la decadencia. En Córdoba se echa en falta una federación de peñas taurinas o una unión de abonados fuertes, capaces de reivindicar los derechos del espectador antes los trust empresariales que tanto daño hacen a la fiesta de los toros, ya no solo en Córdoba, sino fuera de los límites de nuestra provincia.

Quizá el cambio más profundo de estos 25 años sea el del público. El viejo aficionado, exigente y conocedor, ha ido cediendo su asiento a un espectador ocasional, amigo del selfie, del clavel en la solapa y del “todo vale”. Cuando el tendido no exige, el toro se empequeñece, el torero se acomoda y el palco regala. Así, poco a poco, Córdoba se ha ido acostumbrando a conformarse con menos: menos trapío, menos verdad, menos compromiso, y eso sí, mayores precios de las localidades que alejan a muchos de la plaza. Y cuando la exigencia se diluye, la grandeza no existe.

La plaza de Los Califas va cuesta abajo en el siglo XXI, con reducción de festejos y carteles irrelevantes

El panorama actual exige un cambio de rumbo. Córdoba no puede vivir de la nostalgia de los recuerdos, ni de sus califas, ni de la leyenda de una plaza de temporada como fue en tiempos pretéritos. Hace falta recuperar criterio en el palco, seriedad en el toro, carteles con ambición y una afición que vuelva a reconocerse en su plaza. No se trata de copiar a Madrid, ni a Sevilla, ni a las plazas del Norte, que van dejando también de ser referentes; Córdoba debe encontrar su propio modelo, con un toro armónico y serio, con carteles equilibrados y con espacio para las figuras y como no, la cantera.

Manuel Román saluda al tendido.
Manuel Román saluda al tendido.

El futuro, si lo hay, pasa por educar a los jóvenes, por abrir la plaza a la cultura taurina, por dignificar cada tarde y por desterrar el conformismo que tanto daño ha hecho. La tauromaquia es arte y verdad, no un mero entretenimiento de feria, para los amantes del postureo.

Veinticinco años después, Córdoba sigue siendo un nombre grande en la historia del toreo. Pero su presente, salvo destellos aislados, se ha tornado gris y discreto, como aquella feria que retratara Baroja y que poco ha cambiado con el paso del tiempo. O Córdoba taurina despierta de su letargo, o acabará reducida a una nota a pie de página en los libros que antes encabezaba. Porque en el toreo, como en la vida, quien se conforma acaba apagándose hasta llegar a la muerte.

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