Foro Romano, 12

La rebelión necesaria

  • La huelga mundial por el clima saca a la calle a millones de personas en todo el mundo, más de 4.000 en Córdoba, la mayoría jóvenes que han cogido la batuta de la lucha

Una de las pancartas que pudo verse en la manifestación del pasado viernes.

Una de las pancartas que pudo verse en la manifestación del pasado viernes. / Laura Martín

EL pasado viernes salieron a las calles de Córdoba cerca de 4.000 manifestantes para recordar que no existe un plan B ante la emergencia climática que atraviesa el planeta. A los 4.000 de Córdoba habría que sumar los miles y miles que marcharon alrededor de todo el mundo en una protesta climática que ha trascendido de su origen, los jóvenes, para meterse de lleno en las agendas de todos. Son ellos, los más jóvenes, los que han cogido la batuta en una pelea que concierne a todos, aunque a algunos más que a otros. No cabe duda de que a raíz del cambio individual surgirá una modificación colectiva que, de no llegar a tiempo, tendrá unas consecuencias inevitables.

Desde la acción más sencilla como es el reciclaje, hasta la compra consciente, pasando por la reducción en el consumo de plásticos, cada uno puede poner su grano de arena en un movimiento que debería estar despegado de cualquier color político, aunque todo sea política.

Esas acciones individuales, claro está, servirán de poco si por cada botella de agua que recicle una familia de la Fuensanta una multinacional está infectando todas las hectáreas de su alrededor con los máximos niveles posibles de gases de efecto invernadero.

En eso consiste esta rebelión, en hacerse escuchar y hacerse ver y en concienciar a los de arriba para decirles que los de abajo están haciendo la parte que les corresponde, pero que eso se quedará en nada si los cambios en las políticas comerciales no se ejecutan en un plazo corto, muy corto.

Cabeza de la manifestación del viernes. Cabeza de la manifestación del viernes.

Cabeza de la manifestación del viernes. / Laura Martín

“Somos una especie en peligro de extinguirlo todo”, “A las generaciones futuras: perdonadnos porque sí sabíamos lo que hacíamos”, “Dejadnos respirar”, “Uno no hará la diferencia, dijeron siete mil millones de personas” o “Hay más plástico que sentido común” fueron algunos de los mensajes que pudieron leerse en los cientos de manifestaciones que recorrieron el viernes medio mundo, de Dharamsala (India) a Hanoi, (Vietnam) y de Barcelona a Tel Aviv (Israel). La mayoría las portaban jóvenes, muchos de ellos niños, que han sido el fuego que ha despertado la llama dormida de una mayoría de edad apalancada en el consumismo y el individualismo.

Una de las banderas más grandes la porta quizá Greta Thunberg, una joven de 16 años excesivamente criticada por el dueño de la multinacional y por el posmoderno de Twitter. No es en ella en quien 7.550 millones de personas deberían depositar la responsabilidad colectiva de salvar al planeta, pero sí que puede que sea ella el espejo en el que debería mirarse gran parte de esa población, especialmente los dueños de multinacionales y los posmodernos.

Desde el plano más bajo de la sociedad, desde la casa y la calle, la concienciación y el acto son clave en esta batalla, pero la responsabilidad va aumentando a medida que suben escalones. Desde el delegado municipal de medio ambiente hasta la fábrica de cementos, desde la consejería de turno que presenta objetivos de desarrollo sostenible más carne de titular que de cualquier otra cosa hasta las macroindustrias. Todos y cada uno deberían escuchar a los que han de heredar hasta donde alcanza la vista.

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