Expósitos en Córdoba: un recuerdo para no olvidar

Humanidades en la Medicina

Córdoba fue una de las primeras ciudades en disponer de un lugar destinado a recoger a los niños expósitos, la ermita San José, junto a la plaza de la Magdalena

¿Seremos inmortales? Una distopía anacrónica

Un torno para niños expósitos / E.D.C.

Posiblemente, todos y cada uno de nosotros haya reparado en alguna ocasión en lo que supuso la vida de los niños expósitos. Niños abandonados por sus familias en algún lugar y en la creencia de que alguien los recogería. Manuel Cortés Blanco, en su libro Mi planeta de chocolate, nos introduce en la realidad de los infantes desamparados en España.

El término expósito significa “puesto fuera”. Ya en la antigua Roma, el pater familias tenía el derecho a abandonar a un hijo no deseado, práctica extendida más allá de la Edad Media. Esta actitud continuada en el tiempo fue la que incitó a la creación de las casas de expósitos, reflejo de una realidad silenciada, en las que las mujeres más vulnerables y desfavorecidas que no podían asumir la maternidad tenían la oportunidad de dejar a su hijo en el anonimato, pero con una esperanza para el recién nacido.

Córdoba fue una de las primeras ciudades en disponer de un lugar destinado a recoger a estos niños. Según Teodomiro Ramírez de Arellano, en el año 1385 se edificó una ermita, la ermita San José, junto a la plaza de la Magdalena y por iniciativa de la familia de los Córdoba, destinada al depósito de los niños perdidos. Más adelante se llamó Hospital de la Santa Cruz; funcionó hasta el año 1500, en el que la fundación se extinguió.

A los niños depositados se les asignaba el apellido de Expósito, De la Iglesia o Cruz, nombres que estigmatizaban y perpetuaban su exclusión social. Otras veces, este estigma se manifestaba con epítetos despectivos de “cunero, hospiciano, inclusero…”. Vemos que tras un expósito hay una historia de desigualdad y soledad, imbuida en la carencia y el abandono.

La clausura del hospital de la Santa Cruz coincidió con la construcción del hospital San Sebastián en 1516, por el arquitecto Hernán Ruiz el viejo; aunque en esta época se les llamaba “maestros de obras”, eran “intelectuales del espacio”. Se trata de un edificio renacentista temprano que después sería el Palacio de Congresos, declarado en la actualidad como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

El hospital San Sebastián pasó de ser casa de expósitos a casa cuna y, por último, a casa de maternidad. Fue una dependencia adelantada a su tiempo en el ámbito de la medicina social, atendiendo a la salud desde la contemplación de la enfermedad, el abandono, la pobreza y la maternidad vulnerable, o sea, desde unos condicionantes sociales-económicos-culturales, para luchar contra epidemias y carencias médicas. Fue ejemplo y simbolismo de la atención pública a la infancia abandonada. Clave como hospital refugio.

Uno de los accesos de la Mezquita-Catedral, puerta de la Leche o Postigo de la Leche, era donde las mujeres de menos recursos dejaban a sus hijos con la esperanza de un futuro mejor. Ildefonso Falcones, en La mano de Fátima, vincula esta puerta con las prácticas históricas de la época, cuando las madres sin recursos dejaban a sus hijos en “el postigo” con la esperanza de que fueran recogidos, alimentados y cuidados, fundamentalmente por el personal del hospital que estaba tan cercano, el hospital San Sebastián. Falcones lo utiliza como un símbolo de sacrificio y esperanza, reflexionando sobre la maternidad y la pobreza de los sistemas sociales del siglo XVI y XVII.

A partir del siglo XVI empezó a utilizarse el torno para mantener el anonimato, que en Europa ya se utilizaba desde el siglo XII. El torno de expósitos fue un dispositivo empleado en conventos, casas cuna y hospitales que permitía a las madres abandonar a sus hijos. Consistía en un tambor giratorio que podía rotarse desde el interior, de forma que nadie veía quién lo había entregado; nadie preguntaba, nadie contestaba. Este mecanismo pronto se convirtió en un símbolo de caridad, pero de igual forma, reflejaba una sociedad que no ofrecía alternativas a las mujeres en situación límite. Protegía al recién nacido de una muerte segura, pero al mismo tiempo lo perpetuaba en el anonimato y el silencio.

El uso del torno fue decayendo en el siglo XIX ante el argumento de que podía fomentar el abandono infantil, por lo que el hospital San Sebastián evolucionó hacia la Casa Central de Maternidad, considerando la salud reproductiva como marco de atención más generalizada y como protección infantil. Su organización y gestión estuvo a cargo de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul a partir del año 1843.

La historia de los niños expósitos nos recuerda las consecuencias de la falta de recursos y de unas alternativas dignas para quienes no podían asumir la crianza, que dañaban a madres e hijos. Pero existe un trasfondo más profundo y trágico, más allá de la Edad Media y Moderna, que se prolonga en algunos casos hasta la actualidad. Son los casos de los niños separados de sus familias por pobreza extrema, guerras, represión política y bebés robados, entregados o vendidos. O los hermanos separados, que al cabo de los muchos años han logrado juntarse y reconocerse, no sin grandes esfuerzos. Estas situaciones son como un patrón que se repite a diferentes escalas a lo largo del tiempo, pero con un núcleo central: romper vínculos en el olvido de la esperanza como una pausa larga.

Extrapolando esta situación con la actual, nos damos cuenta de lo importante que es integrar esta memoria y entender que el acceso a la educación sexual, la anticoncepción y el aborto legal es una necesidad social, y aunque la historia avance, son periodos no para olvidar, sino para no repetir.

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