El hijo del exiliado que perdió Guadalete y la dinastía visigoda

Cordobeses en la historia

Don Rodrigo fue hijo de un infante cegado y de una noble cordobesa; reivindicó su derecho al trono por encima de la sangre de sus paisanos y lo perdió todo junto a las costas de Cádiz

Rótulo en la calle dedicada a Don Rodrigo.
Matilde Cabello

02 de octubre 2011 - 01:00

ENTRE la calle del Sol y la de los Lineros, el callejero de San Pedro recuerda el nombre de un personaje reconocido como rey de los visigodos en la historiografía, y olvidado como cordobés. Sus orígenes se remontan al reinado de Witiza, que encontró en Teudefredo un serio rival y trató de eliminarlo, como cuenta entre otras, la Chronica Naierensis fechada por Estévez Sola en 1173 y de la que transcribe: "Rodrigo fue engendrado por Teudefredo", quien sufrió el abandono de la madre siendo pequeño, "fue hijo del rey Khindasvinto" y creció en los tiempos de Égica. Llegado "a la edad cumplida" el rey albergó el temor "en su corazón que no hiciera una conjura con los godos y lo expulsaran del reino de su padre". Así es como se ordenó, continúa el Chronicon, que le sacaran los ojos a Teudefredo y lo echaran después de Toledo, entonces capital del reino, ya que Madrid sería fundada posteriormente por el rey cordobés Muhammad I. Y así fue también que eligió Córdoba para recluirse.

Aquí casó con una mujer "de noble linaje de nombre Rizalón y de ellos nació el ya mencionado Rodrigo". Este mismo párrafo hace mención al palacio que la familia alzó en Córdoba y que lleva el nombre de Rodrigo. La estancia fue desconocida hasta 2009, en que Pedro Marfil y Carmen Ruiz hallaron un lienzo de muralla en sus investigaciones arqueológicas, cerca de la Mezquita. El descubrimiento aviva fundadamente la sospecha de que Córdoba jugó un destacado papel también durante el reinado visigodo, albergando y engendrando a ilustres personajes.

Según la Crónica del Moro Rasis, los hijos del rey Acosta, Sancho y Elier, llegaron a muy tierna edad a Córdoba, en donde crecieron al amparo de los nobles de esta ciudad tras la muerte del padre, custodiados por Diochisiano y Narba, quienes encabezaron a su vez la revuelta contra Rodrigo con la excusa de los derechos legítimos de los dos niños. Aunque abanderaban esta causa, opinan algunos historiadores que los infantes fueron el pretexto para rebelarse contra lo que consideraban una exclusión por parte del poder central, que eligió a Rodrigo sin contar con su anuencia. Sea como fuere, don Rodrigo había albergado la esperanza de tener a los niños a su lado en cuanto se propuso gobernar; pero los cordobeses se negaron a enviárselos, escondiéndolos en la casa de un cuñado de Narba, de tal suerte que cuando el recién nombrado Rey llegó a tomarlos por la fuerza y con ellos a toda la ciudad, murió el pequeño Sancho, el noble que lo acogía y un hijo de éste. No fueron las únicas víctimas de aquella entrada en Córdoba que se saldó con la muerte, según las crónicas, de miles de caballeros y peones. Las mujeres quedaron solas, marcadas por los días de terror, y las criaturas huérfanas.

Rodrigo tomó por esposa a Egilona, toledana de nacimiento, que al parecer pudo serlo antes de Pelayo si Witiza no lo hubiera desterrado. Mas el nombre de mujer que quedó íntimamente ligado al suyo sería el de Florinda, más conocida como la Cava, e hija del Conde de Ceuta don Julián.

Cuando Tariq llegó a la costa gaditana que hoy lleva su nombre, don Rodrigo estaba en los territorios del Norte de la actual España, de tal manera que el gobernador de Tánger, encabezando a los beréberes, asentó sus huestes en lo que luego llamarían Al-Yazira al-Jadrá, o Algeciras, "la isla verde", sin que las escasas tropas visigodas pudieran impedirlo. Tuvo tiempo Tariq pues de preparar su estrategia y cuando en julio de 711 se encontró Rodrigo con los mercenarios, se desencadenó la celebérrima batalla de Guadalete, en donde se pierde su huella y aparece la leyenda aseverando que su caballo quedó muerto junto al río. A partir de entonces, su historia y fantasía van de la mano con tonos agridulces, versificando y glorificando a su figura como hace el Romance Sexto, memorizado por varias generaciones de la Enciclopedia Álvarez: "Desdichada fue la hora y desdichado aquel día/ en que nací y heredé la tan grade señoría/ pues lo habría de perder todo junto y en un día".

Egilona se desposaría luego con Musa, y el fruto de aquel matrimonio sería el conocido personaje andalusí que ostentó el mismo nombre que su padre, en tanto que el imaginario y la historia confluían en situar a Rodrigo al norte de Portugal después de estas fechas. La Chronica Naierensis editada por Estévez pone en boca de Alfonso III: "no llegamos a enterarnos del motivo cierto de su muerte. En realidad, en nuestros descarnados tiempos, mientras se repoblaban por orden nuestra la ciudad de Viseo y sus alrededores, en una basílica de allí se encontró una sepultura…" que daba fe de la presencia de los restos de Rodrigo, "el último rey de los godos", que como tantos cordobeses nunca sería reconocido como rey andaluz e hijo de esta ciudad, única como filón de cultura.

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