La cordobesa Dama del Tizón que está momificada en Sevilla

Cordobeses en la historia

María Fernández Coronel y Biedma gozó privilegios del Señorío de Aguilar, combatió el derecho de pernada contra Pedro I, sacrificó su excepcional belleza y se convirtió en una mujer de leyenda

Retrato imaginado de María Coronel.

08 de agosto 2010 - 01:00

ALFONSO XI reinaba de espalda a su esposa legítima, María de Portugal, engendrando otra dinastía con la sevillana Leonor de Guzmán, cuyos apellidos iba entroncando con la nobleza de los reinos incipientes de la futura España. Una de esas ramas era la de Alfonso Fernández Coronel, heredero del Señorío de Aguilar. Estaba casado con Elvira Alfonso de Biedma, madre de sus dos hijas, María y Aldonza, y de dos varones más.

La mayor, María Fernández Coronel, había nacido en 1334. Contrajo matrimonio con un hombre siete años mayor que ella, Juan de la Cerda, su primo y nieto de Guzmán El Bueno, que ostentaba el Señorío del Puerto de Santa María. El parentesco obligó a un nuevo enlace entre ellos, en septiembre de 1350, tras obtener la dispensa papal. En esta segunda celebración coincidió, al parecer, por vez primera, con Pedro I El Cruel, protagonista de los hechos que convertirían su biografía en leyenda.

La pequeña Aldonza, a su vez, casó con Alvar Pérez de Guzmán, cercano a la amante de Alfonso XI, siguiendo la política de unión entre linajes endogámicos que convirtieron al Señor de Aguilar en uno de los personajes más poderosos de su época.

Esta posición se mantuvo hasta la muerte del Rey, cuando la soberana viuda, María de Portugal, ejecutó a Leonor de Guzmán en 1351. En la misma fecha otorgó testamento y expresó su deseo de ser enterrada junto a su marido, estableciendo incluso que si el cuerpo del Rey "se oviere ende á mudar, y poner en otra parte", también el de ella fuese "puesto á par de la de su sepultura". Pero don Enrique II, hijo de Leonor de Guzmán, se trajo el cadáver del padre a Córdoba y el deseo de la Reina no se cumplió.

La Crónica del rey don Pedro hace célebre de labios de don Alfonso Fernández Coronel, la frase que reza "esta es Castilla, que face a los homes e los gasta", añadiendo asimismo la siguiente explicación: "como si dixera ella los haze y ella los torna a desfacer". Todo ello después de alabar las virtudes de este "gran cavallero", a quien don Pedro I mandó matar. Sucedió después de que el aguilarense desaconsejara a su yerno asistir a unas Cortes convocadas en Valladolid por temor a los manejos políticos de Juan Alfonso de Alburquerque, tutor del joven Rey. Junto a su familia se hizo fuerte en Aguilar de la Frontera hasta enero de 1352, en que el ejército real rompió el asedio. Un año más tarde, el 2 de febrero de 1353, se cumplió la fatídica orden y el padre de María fue degollado y quemado en presencia de su parentela.

Dice no obstante la leyenda que no fueron razones políticas las que acercaron a Pedro I a Aguilar, si no sus deseos de ser recibido por María y, al no hallar respuesta, tomó la fortaleza.

A Alfonso Fernández Coronel lo llevaron sus hijos hasta Guadalajara, para enterrarlo junto a su mujer. De nuevo en la vieja Poley, coincidiendo en el tiempo con la estancia del Cruel en Córdoba, la heroína, asustada, protagoniza en el imaginario popular el hecho que la haría célebre entre los habitantes de Aguilar, y que prevalece en la literatura y la memoria oral. A María Coronel la recuerdan los ipagrenses como la Dama del Tizón, por haber quemado sus genitales para escapar a la agresión del Rey en aquel castillo.

En la crónica de Pedro de Ayala encontramos otra versión de los hechos que desencadenan la automutilación del personaje. El cronista sitúa a Juan de la Cerda y a Alvar Pérez de Guzmán en el punto de mira de Pedro I, ansioso por ver caer las cabezas de los nombres vinculados a la odiada Leonor de Guzmán. Del texto se desprende que Juan y Alvar defendieron al Rey y luego conspiraron contra él. Se insinúa que éste hostigaba a Aldonza -a quien al parecer abandonó su marido tras la toma del castillo de Aguilar-, y el rumor llegó a oídos de Juan de la Cerda, quien se precipitó a limpiar el nombre de su cuñado encarándose abiertamente con el monarca; otros insinúan que la aventura fue consentida por la hermana de María y, como tantas, ocupó La Torre del Oro, lugar de escarceos de don Pedro, y luego los Reales Alcázares

Sea como fuere, una vez apagada aquella breve pasión, el Rey volvió a su obsesión por María Coronel, y en 1357 ejecutó a su marido. Tratando de evitar su muerte, María viajó hasta Tarragona y se presentó ante él implorando perdón. Recrea la crónica cómo se lo concedió a sabiendas de que Juan llevaba ocho días muerto. Así, se encontró viuda a su regreso a Sevilla.

Despojada de todos sus bienes, ingresó en el Convento de Santa Clara, donde posiblemente sucediera la mutilación que se ambienta en Aguilar en la primera incursión de Pedro I.

Dice la fábula que fue a buscarla insistentemente, que a veces la escondían, que llegaron incluso a enterrarla y, en una de aquellas visitas improvisadas, se arrojó aceite hirviendo sobre el rostro y el pecho. El Cruel le devolvió algunas de sus posesiones y María Coronel fundó en la ciudad hispalense el Convento de Santa Inés, donde murió el 2 de diciembre de 1409 según unos, o de 1411 según otros. Allí se expone su cuerpo y se recrea la leyenda que los sevillanos han hecho suya.

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