Córdoba bajo el signo del martirio: los patronos San Acisclo y Santa Victoria

Tribuna

La devoción hacia los santos mártires ha pervivido con el paso de los siglos, impulsada por el hallazgo de sus reliquias en la entonces basílica de los Tres Santos. Hoy se celebra su día

Córdoba bajo el juramento de San Rafael

Procesión de San Acisclo y Santa Victoria
Procesión de San Acisclo y Santa Victoria / Juan Ayala
Alejandro Aguilar

17 de noviembre 2025 - 06:59

Cada 17 de noviembre, Córdoba recuerda a San Acisclo y Santa Victoria, declarados patronos de la ciudad. Su memoria se mantiene viva desde los primeros siglos del cristianismo, cuando su testimonio se alzó como ejemplo de firmeza y esperanza en tiempos de persecución.

Por aquel tiempo, la ciudad vivía bajo la autoridad del gobernador Dión, enviado del emperador Diocleciano, en una de las etapas más duras de hostigamiento contra los cristianos. En ese contexto de fe y valentía, Acisclo y Victoria fueron apresados por confesar abiertamente su fe. Tras un cruel tormento, Santa Victoria fue asaeteada, mientras que San Acisclo fue degollado a orillas del Guadalquivir el 17 de noviembre del año 304, convirtiéndose ambos en símbolo de fidelidad y entrega absoluta a la fe cristiana.

Sus memorias se hallan unidas desde que se pusieron en circulación sus actas en el siglo VIII, aunque su culto tardó en consolidarse. Con el tiempo, su sacrificio dejó una huella imborrable y, siglos después, sus nombres serían venerados en toda la diócesis como los primeros testigos de la fe local.

Reliquias y memoria perdurable

La devoción hacia los mártires se mantuvo a lo largo de los siglos. La comunidad cristiana custodió sus restos en la llamada basílica de los Tres Santos, lo que siglos más tarde sería la actual iglesia de San Pedro. En noviembre de 1575, se hallaron en el subsuelo del templo sus reliquias.

Según el investigador Rafael Aguilar Priego, su culto público se afianzó cuando la Iglesia confirmó la autenticidad de los huesos hallados en un concilio provincial toledano, reavivando la veneración hacia los patronos. Desde entonces, San Acisclo y Santa Victoria ocuparon un lugar central en la devoción cordobesa, como testimonio vivo del cristianismo primitivo y de la fortaleza espiritual de una ciudad llamada a perdurar en la fe.

La ermita recuperada

La devoción a los patronos no se apagó con el paso de los siglos. En su libro Paseos por Córdoba, Teodomiro Ramírez de Arellano recuerda que la ermita de San Acisclo y Santa Victoria se levantó junto a la Puerta del Colodro, por la tradicional creencia de que allí se educaron los santos hermanos con su nodriza, Miciana.

Tras quedar prácticamente en ruinas, la fe popular impulsó su restauración, que culminó a finales de los años cincuenta del siglo XX. El 16 de julio de 1957, bajo el episcopado de fray Albino, el obispo entregó la ermita de San Acisclo y Santa Victoria al padre José Antonio de Aldama para que fuese atendida por las Esclavas del Santísimo y de la Inmaculada.

La prensa de la época destacó la generosidad de esta congregación, encargada de mantener la adoración perpetua y conservar viva la memoria de los patronos. La reconstrucción —dirigida por el arquitecto Carlos Sáenz de Santamaría— fue concluida en menos de un año, levantada sobre las ruinas del antiguo santuario. Aquella obra devolvió a Córdoba un espacio de oración y recuerdo, donde la historia y la fe se entrelazan en silencio devoto.

El martirio en el arte cordobés

Durante el siglo XVII, el fervor hacia las vocaciones locales situó a San Rafael, San Acisclo y Santa Victoria como las tres grandes devociones protectoras de la ciudad. El arte se convirtió entonces en medio de expresión de aquella piedad.

Entre las obras más representativas destaca El martirio de San Acisclo y Santa Victoria, realizada en 1713 por el pintor Antonio Palomino. El lienzo fue encargado por los albaceas testamentarios del cardenal Salazar para su capilla en la Catedral de Córdoba. En él, Palomino plasmó el dramatismo del martirio y la serenidad del triunfo, creando una de las composiciones más sublimes del patrimonio sacro cordobés.

Esa presencia inspiradora alcanzó también la palabra poética. Pablo García Baena, Premio Príncipe de Asturias a las Letras en 1984 y figura capital del Grupo Cántico, les dedicó un delicado poema, Himno a los Santos Niños Acisclo y Victoria, incluido en su libro Antiguo muchacho (1950). En sus versos evocó la pureza del martirio y la luz inmortal de quienes ofrecieron su vida en nombre de la fe.

Herencia espiritual de Córdoba

El legado de San Acisclo y Santa Victoria, anclado en la historia y en la devoción, constituye uno de los pilares más firmes de la identidad religiosa y cultural de Córdoba. A través de los siglos, la ciudad ha sabido ver en ellos el reflejo de su propio espíritu: valiente ante la adversidad, fiel a sus raíces y abierta a la trascendencia.

Hoy, Córdoba sigue mirándose en sus patronos. La ciudad, que tantas veces halló en ellos amparo y esperanza, conserva la huella de aquellos jóvenes mártires que supieron anteponer la fe al miedo. Cada noviembre, cuando su fiesta vuelve, Córdoba recuerda que su historia también se escribió con la tinta roja del martirio y la luz serena de la fe.

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