El coraje moral y la actitud de defensa de la víctima del acoso escolar
Tribuna universitaria
En tiempos donde la valentía ética parece un bien escaso, educarla desde la infancia no es solo importante: es una urgencia educativa y social
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Un estudio realizado con cerca de 4.000 estudiantes de Primaria y Secundaria revela que el coraje moral que muestran algunos preadolescentes y adolescentes al presenciar situaciones de acoso escolar es un factor decisivo para rechazar activamente estas conductas y defender con éxito a las víctimas. Este coraje representa la principal fortaleza de quienes actúan como defensores frente al acoso. Si bien estas respuestas moralmente orientadas son más firmes en los últimos cursos de Primaria, también se mantienen, aunque con matices, en Secundaria, y muestran diferencias relevantes entre chicas y chicos
Hablar de acoso escolar es hablar de una herida profunda, pero a menudo silenciada, que afecta cada día a miles de escolares en todo el mundo. Aunque la atención suele centrarse en las víctimas y en quienes ejercen la violencia, existe un tercer actor clave: los observadores, que pueden, o no, implicarse ante la injusticia de estos hechos. Es decir, ese compañero o compañera que presencia el maltrato y se enfrenta a una disyuntiva moral: ¿callar o actuar?
No es una decisión fácil. Intervenir en defensa de la víctima puede implicar quedar expuesto, romper la dinámica del grupo o, incluso, convertirse en el próximo blanco de burlas o agresiones. Para hacerlo hace falta, además de la capacidad empática para comprender que la otra persona está sufriendo, el coraje moral para intentar detener la situación de abuso. Este concepto, aún poco explorado en el ámbito psicoeducativo, hace referencia a una fortaleza psicológica que permite actuar con valentía y responsabilidad ante situaciones percibidas como injustas o dañinas, siendo consciente de que ello puede acarrear consecuencias personales.
El coraje moral está ligado a la sensibilidad ética y a los valores morales de quienes observan el acoso, pero también a los riesgos que asumen quienes deciden actuar. Algunos estudiantes reconocen dentro de sí esa fortaleza que los impulsa a intervenir cuando otros prefieren guardar silencio. Pero ¿cómo se manifiesta dicha fortaleza? ¿Y qué factores influyen en que unos estudiantes intervengan y otros no? ¿Cómo evoluciona con el tiempo? ¿Hay diferencias de género en dicha predisposición a actuar?
Con estas preguntas como punto de partida, se realizó un estudio, longitudinal, en el que participación de 3.784 estudiantes de entre 9 y 17 años de escuelas públicas de Córdoba, cuyo objetivo principal fue analizar el coraje moral y las actitudes y conducta ante el acoso escolar. Para la recogida de datos se emplearon dos instrumentos de medida, uno que evaluó el nivel de coraje moral, y otro que valoró la respuesta de los estudiantes como espectadores en situaciones de acoso escolar, distinguiendo entre dos tipos de conductas defensivas: a) defensores directos caracterizados por enfrentarse al agresor de forma asertiva, pero no violenta o hacerlo con conductas igualmente agresivas; y b) defensores indirectos, que afirman informar a un adulto o brindar apoyo a la víctima. Se analizaron los datos correlacionando las dimensiones y posteriormente se estudiaron las diferencias en función de la etapa educativa y el género.
Los resultados mostraron que cerca de uno de cada cinco estudiantes (18%) había presenciado recientemente alguna situación de acoso escolar. A partir de ahí, se revela una tendencia clara: a mayores niveles de coraje moral, mayor probabilidad de actuar en defensa de la víctima. En concreto, un 72% de los estudiantes mostró un nivel medio o alto de coraje moral, lo que se relaciona directamente con una mayor disposición para consolar a la víctima, tratar de detener el abuso sin recurrir a la violencia (defensa directa) o informar a un adulto (defensa indirecta).
Aunque el comportamiento prosocial tiene múltiples causas, los análisis estadísticos muestran que el coraje moral explica una parte importante de estas respuestas: en torno al 22% de la variabilidad en la conducta de consolar a la víctima, un 15% en la tendencia a informar a la autoridad, y un 10% en las estrategias centradas en la solución. Estos porcentajes no indican cuántos estudiantes actuaron así, sino cuánto contribuye el coraje moral a predecir estas reacciones frente al acoso.
Al analizar los datos según la etapa educativa, observamos que en los años de Primaria el coraje moral se relaciona especialmente con respuestas de ayuda indirecta y empática, como el consuelo a la víctima. En Secundaria, aunque esta tendencia persiste, su intensidad es menor. También emergen diferencias relevantes según el género: los chicos, particularmente en edades tempranas (Primaria), exhiben su coraje moral mediante respuestas impulsivas e incluso agresivas, mientras las chicas optan por estrategias de defensa indirecta, ofreciendo apoyo emocional o acudiendo a una figura adulta.
El estudio profundiza, además, en la naturaleza estratégica y reflexiva de la defensa emocional y estratégica frente a la defensa agresiva y poco operativa. Esta distinción permite avanzar en la comprensión de la conducta prosocial como un proceso complejo y en evolución: la sensibilidad y la conducta moral siguen un desarrollo que no se consolida del todo hasta la adolescencia. Así, los niños y niñas más pequeños suelen actuar de forma más espontánea, aunque menos reflexiva, mientras que durante la adolescencia las conductas de ayuda tienden a ser más deliberadas y maduras. No obstante, en esta etapa también aumenta la presión social, que puede frenar el impulso de actuar y limitar la expresión del coraje moral. Las diferencias de género, por su parte, se evidencian con claridad en estos patrones.
Una vez demostrado que el coraje moral está presente en las conductas de defensa y que desempeña un papel clave en la prevención del acoso escolar, resulta evidente que su desarrollo debe ser una prioridad tanto en el ámbito escolar como en el familiar. Esta competencia cognitivo-moral, aunque sutil, es fundamental, y puede educarse. No es solo una cuestión de carácter individual, sino una capacidad que puede y debe cultivarse. La familia, el profesorado y los centros educativos desempeñan un papel esencial en este proceso: no solo ayudando al alumnado a identificar situaciones injustas, sino también fortaleciendo su percepción de autoeficacia para intervenir. Y en tiempos donde la valentía ética parece un bien escaso, educarla desde la infancia no es solo importante: es una urgencia educativa y social.
* Las autoras son miembros del Laboratorio de Estudios sobre Convivencia y Prevención de la Violencia (www.laecovi.com). El estudio es parte de la tesis doctoral de Paula García-Carrera, dirigida por las Prof. Dras. Eva M. Romera y Rosario Ortega-Ruiz, en el marco del proyecto del Plan Nacional I+d+i (TOMI-2020-113911RB-I00, IP: Eva M. Romera). El artículo científico (en prensa) podrá consultarse, en breve, en Revista de Psicodidáctica.
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