"El conflicto de Siria ha servido para tomar conciencia sobre los refugiados"

Rosa Flores. Directora del centro de refugiados de cruz roja de puente genil

La trabajadora social, que dirige desde 2008 el mayor centro que la institución tiene en España, destaca las lecciones de vida que recibe de los asilados y la importancia de la sensibilización

Rosa Flores, en la antigua sede de Cruz Roja.
Rosa Flores, en la antigua sede de Cruz Roja.
Ángela Alba

24 de enero 2016 - 01:00

Rosa Flores (Córdoba, 1979) dirige desde 2008 el centro de refugiados que Cruz Roja tiene en Puente Genil, el más grande de España dedicado a esta materia. Aunque cuando terminó la carrera el objetivo profesional de esta trabajadora social no era dedicarse al ámbito de la inmigración, su inquietud la hizo adentrarse en él. El aprendizaje que saca de las personas asiladas, de su fuerza y capacidades, la han hecho quedarse.

El centro pontanés realiza una acogida integral que conlleva tanto la cobertura de las necesidades básicas (alojamiento, alimentación, vestido, medicamentos o libros para los niños) como una atención profesional que incluye asistencia social y legal, atención psicológica, mediación y preparación para el empleo. Además, en él se imparten talleres para facilitar la integración social y laboral de los refugiados, acercándolos a la moneda, el idioma y el entorno. Rusia, Ucrania, Somalia, Eritrea, Siria, Nigeria, Camerún, Marruecos, Guinea, Guinea Conakry, Congo y Togo son los países de los que proceden algunos de los habitantes de esta gran casa.

-¿Qué proyectos tiene el centro?

-Ahora mismo hay tres. Se abrió con 20 plazas y ahora hay 50 para acoger a solicitantes de asilo, 77 para personas recién llegadas por la costa, Ceuta y Melilla, y 33 plazas nuevas que son una ampliación. Es decir, tenemos 160 en total, siendo el centro más grande de Cruz Roja Española.

-¿Cuándo comenzó a dirigirlo?

-En 2008, la persona que lo dirigía se fue y me ofrecieron la posibilidad de sustituirla. Yo tenía experiencia en inmigración en Cruz Roja y además había trabajado en Córdoba Acoge y en la Asociación Pro Inmigrantes de Córdoba (APIC). Era un reto que acepté y creo que ha sido satisfactorio.

-¿Cómo es la vida en el centro?

-Es como una grandísima familia donde convivimos unos 40 trabajadores, con unos 30 voluntarios y en torno a cien personas que van entrando y cuando terminan sus procesos salen del centro. Intentamos que sea como una gran casa, como cuando cualquiera tiene huéspedes, pero en este caso son unos huéspedes especiales porque tienen necesidades especiales. La mayoría de las personas que llegan tienen historias muy duras, algunos han sufrido torturas, violación de derechos humanos... y nuestro objetivo es que se sientan lo más a gusto posible y arroparlas en este proceso intermedio de su tránsito migratorio. Ya ha terminado la parte más dura del viaje y empieza una nueva en sus vidas. Como somos muchos, hay muchos idiomas, muchos colores, muchas edades.

-¿En qué situación llegan estas personas?

-Depende de por dónde lleguen. Si es en patera vienen en una situación de alerta porque están todavía con el miedo del viaje. En menos de 24 horas están en el centro, por lo que llegan muy desorientados, con una sensación de haber sobrevivido pero muy cansados porque sobre todo la última parte, desde Marruecos hasta que cogen la patera y hacen el trayecto en el mar, viven momentos muy duros donde pasan hambre, hace frío, viven en el bosque.... Hay personas que llegan rotas, ya no sólo por el motivo por el que salieron del país, sino por todo lo pasado en el viaje. Es como cuando acoges a un familiar que está pasando un mal momento: intentamos que descansen, que se restablezcan en un entorno confortable y se sientan seguros. Esto en el caso de los que vienen en situación más dramática, con quemaduras de la patera, o como hace poco que llegaron mujeres que habían perdido a sus bebés en un naufragio y están en proceso de duelo. Son historias durísimas que requieren un acompañamiento muy especializado. Otras personas llegan por Ceuta y Melilla, muchos de ellos sirios que, si bien han tenido un duro camino y han vivido una guerra que los ha motivado a salir de sus casas, sufren el cruce de la frontera de forma menos traumática porque van a pie y, aunque hay complicaciones, no se juegan la vida en el agua. Llegan con mucha inquietud por saber cuál es su situación administrativa, los derechos que tienen en España, preocupados por la educación de sus hijos, por su futuro... Cuando la persona está más calmada es cuando puedes empezar a trabajar sobre esas vivencias de la guerra y cómo le han afectado. Hay que establecer un vínculo de confianza porque por muy fiable que sea Cruz Roja, cuando alguien es recién llegado no te va a contar si han violado a su hija delante suya o si vio morir a su hermano en sus brazos. Hay otras personas, sobre todo procedentes de Ucrania, que por las circunstancias en las que han salido están menos deterioradas a nivel personal. Depende de la situación y de cada persona. Hay algunas que tienen una fortaleza psicológica brutal, que dices "si yo hubiera pasado por eso tendría una depresión de caballo", y sin embargo las ves con una capacidad de supervivencia, con una sonrisa, ayudando a los demás y contagiando unas ganas de vivir que nos llenan a todos.

-¿Cuántos días pueden permanecer en el centro?

-Depende del perfil. Si no son solicitantes de asilo, sino inmigrantes económicos sin cargas familiares ni enfermedad, pueden estar tres meses, que se prorrogan hasta un máximo de nueve. Las mujeres con niños, familias y solicitantes de asilo pueden estar seis meses prorrogables por otros seis. Los centros son espacios de restablecimiento y de tránsito. Primero intentamos conocer a la persona y trazar un itinerario, dirigirlos a través de sus habilidades a una profesión para que vivan en autonomía. La inmensa mayoría de estas personas no vienen para vivir de las ayudas sociales ni de Cruz Roja, lo que quieren es retomar sus vidas de forma autónoma. La última fase es la de integración, se les acompaña en la búsqueda de vivienda, se les paga el alquiler y se les da una ayuda para cubrir sus necesidades básicas. Siguen con el apoyo de Cruz Roja pero desde sus casas. El proceso de acompañamiento dura 18 meses.

-¿Sabéis que caminos toman una vez que acaban el proceso?

-Algunos sí y otros no. Por ejemplo, muchas personas sirias que llegaron hasta noviembre y diciembre iban para Alemania y los Países Bajos. Otros que deciden quedarse en España, sobre todo procedentes del África Subsahariana, tiran para Almería, Huelva y Murcia porque allí van a tener más posibilidades de inserción con respecto a su perfil profesional. También depende de si tenían familia o amigos que habían llegado antes y están en otras localidades. En Puente Genil se quedan muy pocas personas; las que han encontrado trabajo o tienen lazos sociales.

-¿Qué os enseñan estas personas?

-Nosotros aprendemos mucho, más de lo que podemos enseñar. Son una lección de vida por esa capacidad de llegar aquí, recomponerse, perdonar y estar agradecidos por tener un sitio seguro en el que vivir, comida y posibilidad de aprender el idioma y un oficio. Todo eso son chutes de energía. Son cosas que nosotros tenemos y a las que no les damos valor.

-Una de las preocupaciones de los refugiados es la escolarización de sus hijos. ¿Hay facilidades para hacerlo?

-Una de las principales preocupaciones de las personas con hijos es poner su vida a salvo. Cuando las mujeres llegan y ven a sus niños en el colegio y en un entorno seguro se les cambia la cara porque piensan que todo lo que han pasado tiene sentido. En los ocho años que llevo allí nunca hemos tenido ningún problema para escolarizar, es un proceso relativamente rápido teniendo en cuenta que llegan con el curso empezado. Educación distribuye a los niños en diferentes colegios de Puente Genil para que no se creen guetos. Los niños son un gran mecanismo de integración para los padres porque acceden antes al idioma ya que son como esponjas y hacen amistades con otros niños y a través de ellos sus padres crean lazos con personas de Puente Genil.

-La palabra refugiado se asocia ahora a los sirios. Sin embargo, vosotros lleváis muchos años recibiendo a refugiados africanos. ¿Cree que hay una visión y aceptación diferente dependiendo del sitio de procedencia?

-No sabría decirte pero yo lo vivo como una oportunidad porque toda esta sensibilización con respecto a los refugiados, aunque sea con la excusa de Siria, está sirviendo a la población en general para tomar conciencia de todas las personas que dejan su país porque sus vidas corren peligro. Además, en el centro notamos que hay más gente que se acerca para ser voluntaria, llevar ropa o preocuparse por qué pueden hacer. Eso es una oportunidad para que las instituciones públicas y otras como Cruz Roja digan "muchas gracias, necesitamos tu ayuda pero no sólo las personas sirias lo necesitan, que también". Cruz Roja atiende en función de la situación de vulnerabilidad en la que está la persona, independientemente del país en el que haya sufrido la guerra. Hay que tomar conciencia de que las personas no dejan sus países, sus familias, sus casas y sus trabajos porque sí. Hay que hacer un mínimo ejercicio de empatía y pensar qué pasaría si tuviéramos que abandonar nuestra casa y cruzar África andando. Es legítimo que cada uno quiera poner su vida a salvo.

-¿Qué evolución ha observado en el perfil de los inmigrantes que llegan; eran antes más de tipo económico y ahora más asilados?

-Depende del tiempo que nos remontemos. Antes de la crisis había más posibilidad de integración, tanto social como laboral, de las personas que llegaban sin papeles. Al haber más personas que conseguían insertarse, había más gente de sus países de origen que quería venir porque España era un país de oportunidades. Igual que nosotros nos estamos yendo ahora a otros países para probar suerte. En Puente Genil ese cambio no lo hemos notado tanto. Es verdad que ha llegado mucha gente de Siria y eso ha aumentado el número de refugiados de manera casi exponencial. En el centro lo que siempre intentamos es detectar sus situaciones. Hay personas que ni siquiera saben qué es el asilo. Por ejemplo, en Camerún se castiga la homosexualidad y ellos tienen interiorizado que eso es una causa para pedir asilo. Sin embargo, si hablas de homosexuales en el mundo árabe es muy difícil que un chico o una chica marroquí, argelina o siria tenga la confianza para decirte que es homosexual, que estaba perseguida y por eso salió de su país. Lo que intentamos es conocer a la persona por si hay alguna posibilidad de regularizar su situación y protegerla.

-¿Qué implicación tienen los pontaneses con el centro de Cruz Roja?

-Cada vez más. En todo el tiempo que llevo nunca hemos tenido un conflicto racista o discriminatorio. Esta sensibilización de los medios respecto a la crisis humanitaria que está viviendo Europa nos está sirviendo para sensibilizar y tenemos que seguir en esa línea. Nosotros siempre necesitamos más manos. Por otro lado, el centro lleva mucho tiempo y la población es cambiante. Ahora es de Siria, África y Ucrania, pero antes ha sido de Latinoamérica, y la integración se ha hecho paulatinamente. Sí necesitaríamos más colaboración de las empresas, aunque tenemos varias que ya nos ayudan.

-¿Hay alguna historia que le haya calado más en profundidad?

-Ahora tenemos una muy conmovedora y desgraciadamente una de las pocas que terminan con éxito. Hace menos de un año llegó una mujer de Eritrea que salió hace años de su país como esclava laboral de una familia rica de Arabia Saudí mientras que dos de sus hijos habían sido secuestrados por la guerrilla. La familia se vino a Marbella y la trajeron. Estaba en situación de esclavitud, llevaba seis meses encerrada y sin salario. Por suerte consiguió escapar y nos llegó como inmigrante que se encontraba en la calle. Cuando la conocimos nos contó su historia. Ya le han concedido el estatuto de refugiada, uno de los pocos que ha dado el Gobierno este año. Está contentísima, igual que nosotros. Es una superviviente y esto supone una oportunidad para sacar de allí a sus hijos menores. A los mayores va a ser muy difícil porque son niños de la guerra, aunque tengan menos de 14 años.

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