La conducta antisocial se aprende, pero también se puede desaprender

Tribuna universitaria

Entre los jóvenes, cada gesto agresivo, cada palabra hiriente o acto antisocial, de distinto nivel de gravedad, hunde sus raíces en procesos de aprendizaje emocional, social y moral que se desviaron de lo deseable

Acoso escolar: la red de iguales ayuda a salir del problema

Ilustración de un grupo de menores que presentan conducta antisocial / Rosell
Elena Nasaescu, Izabela Zych y Rosario Ortega-Ruiz
- Laboratorio de Estudios sobre Convivencia y Prevención de la Violencia de la UCO

28 de diciembre 2025 - 06:59

La conducta antisocial no es, como a veces se tiende a creer, característica general de la infancia, ni siquiera de la adolescencia. Los índices de criminalidad marcan que la inmensa mayoría del comportamiento delictivo corresponde a los adultos (INE, 2025). Además, la mayoría de las leyes penales evitan calificar los comportamientos juveniles delictivos como criminalidad, porque la sociedad asume que siempre hay margen de educación y mejora.

El término más común para denominar los problemas de mal comportamiento juvenil, en el ámbito de la psicología, criminología y la sociología, es conducta antisocial. En efecto, no es infrecuente que algunos escolares, durante los años adolescentes, tengan dificultades para gestionar su impulsividad, su ira o descontrol emocional, incurriendo en comportamientos de agresión verbal o física, daños, desobediencia a las figuras de autoridad, hurtos, consumo de sustancias tóxicas y, muy raramente, delitos de sangre. Pero cada gesto agresivo, cada palabra hiriente o acto antisocial, de distinto nivel de gravedad, hunde sus raíces en procesos de aprendizaje emocional, social y moral que se desviaron de lo deseable.

Cuando un niño o una niña crece en entornos donde la preocupación por el otro se practica poco, el diálogo es sustituido por la imposición o donde la diferencia se percibe como amenaza, es probable que aprenda a responder con hostilidad o indiferencia ante el sufrimiento ajeno. La desconfianza se convierte fácilmente en refugio de odio o indiferencia moral. Por otro lado, los sentimientos de infravaloración, la presión del grupo y la necesidad de afirmación personal mal entendida pueden estimular comportamientos contra las normas que ponen en riesgo el equilibro y el ajuste socio-moral. A menudo un/a adolescente que transgrede las normas, también muestra comportamientos de agresión injustificada hacia otros o comienza a mostrar manifestaciones antisociales o peligrosas, como el consumo de sustancias, vandalismo o agresiones en el ciberespacio. Parte de estas conductas tienen sus raíces en el marco del bullying escolar.

En esta línea, una investigación realizada en la Universidad de Córdoba en colaboración con la Universidad de Cambridge (Nasaescu et al., 2023) con 898 estudiantes entre 9 y 17 años mostró que distintas conductas antisociales realizadas dentro y fuera de la escuela (incluyendo bullying, cyberbullying, daños, robos, engaños a la figura de autoridad, violencia, consumo de sustancias, entre otras) se configuran como patrones de conducta que pueden permanecer relativamente estables y cuya intensidad y gravedad se relaciona con factores emocionales, morales y sociales. Los jóvenes que muestran alta implicación en bullying y cyberbullying tienen cierta tendencia a mantener esos comportamientos, mientras que los que no se implican en estos fenómenos tienen más probabilidad de conservar un buen ajuste socio-moral y emocional.

El estudio proporcionó evidencia empírica sobre el papel de las competencias socioemocionales y morales. Los adolescentes con buenas habilidades de autogestión, motivación personal, conciencia social, conducta prosocial y toma de decisiones responsables tienen menor probabilidad de estar implicados y mantener patrones antisociales un año después. Contrariamente, los jóvenes que utilizan la llamada desconexión moral -un proceso cognitivo descrito por Albert Bandura, mediante el cual se justifican actos dañinos propios para evitar sentimientos de culpa o remordimiento- tienden a comportarse de manera más antisocial. Frases como “solo era una broma” o “todo el mundo lo hace” son un ejemplo de ese mecanismo cotidiano de autojustificación de quienes actúan de forma violenta.

El estudio señala también que los adolescentes cuyos progenitores exhiben y justifican las conductas antisociales, incrementan la probabilidad de adoptar dichos patrones de pensamiento y conducta. La investigación muestra que la desconexión moral, tanto la personal como la aprendida de los padres, predice patrones de conductas antisociales más graves, pero también graves problemas de victimización y vulnerabilidad.

Cuando los adultos relevantes minimizan la gravedad del daño o justifican la violencia, transmiten el mensaje implícito de que la responsabilidad puede eludirse y la empatía es opcional. Por ello, la educación moral y emocional no puede recaer únicamente en la escuela; requiere la implicación activa de la familia, que es la primera mediadora de los valores, normas y actitudes que los niños y adolescentes internalizan en su forma de ver el mundo. A su vez, la escuela puede ofrecer espacios de convivencia y aprendizaje ético; en la familia se aprende a sostener la coherencia afectiva y el ejemplo moral, mientras la escuela y la comunidad social, brinda oportunidades reales de participación y pertenencia social positiva.

En conjunto, este estudio, publicado en una prestigiosa revista internacional, subraya la importancia de una educación socioemocional y moral integral para el desarrollo psicológico positivo del/la adolescente y orienta la necesidad de que familia, escuela y comunidad trabajen de manera coordinada para prevenir la conducta antisocial. Porque, aunque ciertos patrones comportamentales puedan llegar a ser relativamente estables, no son destinos fijos, sino caminos que pueden reorientarse educativamente, con buenos ejemplos de tomar decisiones con criterios éticos. Acompañar, comprender y ofrecer modelos prosociales son acciones que pueden disminuir la hostilidad, la ira y la indiferencia y fomentar la empatía y el compromiso moral.

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(*) Elena Nasaescu, Izabela Zych y Rosario Ortega-Ruiz son miembros del Laboratorio de Estudios sobre Convivencia y Prevención de la Violencia (www.laecovi.com ). Este estudio es parte de la tesis doctoral de E. Nasaescu, dirigida por I.Zych y R. Ortega-Ruiz. Para más detalles sobre esta investigación consultar: Nasaescu, E., Zych, I., Ortega-Ruiz, R., Farrington, D. P., & Llorent, V. J. (2023). Stability and change in longitudinal patterns of antisocial behaviors: The role of social and emotional competencies, empathy, and morality. Current Psychology, 42, 11980–11994. https://doi.org/10.1007/s12144-021-02484-y

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