El bohemio, poeta y multidisciplinar artista que nació en Las Delicias

13 de marzo 2011 - 01:00

FÉLIX Cantabrana Mateo era un ingeniero civil vasco destinado a Electromecánicas que llegó a la ciudad en 1915, cinco años antes de inaugurarse su plaza principal. Contaba aún con los barracones para los trabajadores que le dieron el nombre de barriada de la Bomba. Cuando las casitas unifamiliares comenzaron a crecer en torno a la industria, Félix construyó la suya en Las Delicias, junto al bar que llevaría ese nombre, referente, con la venta San Francisco, de Poniente. Al fondo, un campo de algodonales ponía un festón níveo bajo el paisaje de Medina Azahara. Fue el lugar de los juegos de los 4 hijos de Adela Cantabrana y Manuel Posadillo; ella profesora de Química en distintos colegios de Córdoba, tras licenciarse en Oviedo, y Depositario de Hacienda él.

Tuvieron cuatro hijos, entre ellos Manuel Posadillo Cantabrana, nacido en Córdoba un 11 de mayo de 1946. El muchacho cursó estudios en La Salle y en la Academia Espinar, antes de entrar en la Escuela de Peritos Industriales y trasladarse posteriormente a Sevilla donde opta por el Peritaje Agrícola. En su entorno, la música y las artes plásticas ocupaban un lugar preferencial. La primera, a través de su tío José Posadillo Peidró, cofundador y técnico de la emisora EAJ-24 (hoy Radio Córdoba Cadena Ser); la segunda, por la familia materna, los Cantabrana, eran creadores.

En los años 60 apuesta por la música, a través de la guitarra y la batería, en el conjunto Las Manos y en el entonces conocidísimo Flor y Nata, en donde coincide, entre otros, con Pepe, el bajo de Medina Azahara, sin dejar los congresos y encuentros, relacionados con el diseño gráfico y el cómic, celebrados dentro y fuera de Córdoba.

Tras el servicio militar en la Línea de la Concepción, se decantó por el dibujo y entró en la Escuela de Artes y Oficios, en torno a los treinta años de edad, donde terminó sus estudios.

El 19 de septiembre de 1971 se casó con Pepa Orellana, todavía estudiante de Peritaje de Minas y proveniente de Peñarroya. Algunos años más tarde nacerían Adela y Jaures. Tras regentar un bar en la Plaza de Ramón y Cajal al que puso por nombre Chip, se traslada a Santander en donde reside durante tres años. Allí comienza a desarrollar la decoración de interiores, cuyos resultados pueden verse en el bar Coppola de Ciudad Jardín y en Gaudí.

De Cantabria traía una colección de retratos de toreros; el pasado y el futuro de la Córdoba taurina de entonces: Manolete y Finito de Córdoba. Respondiendo a su condición de artista extraoficial, la exposición de estas plumillas sería acogida por el ya fallecido Rafael Guzmán Montilla en su bodega de la calle de los Judíos; una iniciativa que abre las puertas a este tipo de eventos, que tanta proyección tendrían en la década de los noventa.

En los años 95-96 abre su propio taller junto al Potro, donde el hijo comienza a ayudar y a aprehender la técnica que pronto ensambla con la genética creadora de los Cantabrana. Es en aquel corto espacio de tiempo, cuando el muchacho se convierte en aprendiz y heredero de la escuela que Posadillo creó en Córdoba.

Ilustrador, pintor y original ceramista, manejaba con la misma maestría la plumilla o los lápices de colores sobre la madera, o conjugaba ambas materiales, apostando desde los inicios por el cómic, cuando esta disciplina apenas era conocida en los talleres y estudios de Córdoba, aplicando el diseño gráfico al barro, en sus figuras orondas, o en sus corbatas hechas de madera. Nos dejó múltiples series: sus Payasos sin Rostro, sus Chaquetillas o nuevas versiones de mujeres cordobesas, antítesis de las de Julio Romero, con la ciudad de la Mezquita al fondo.

Dotado de una capacidad de trabajo asombrosa, su entrañable sociabilidad o las actuaciones de la primera etapa como músico, no le impidieron jamás levantarse a primeras horas de la mañana para retomar, con pulso firme, los trabajos que, por momentos, podían ser cómic, caricaturas, plumilla, decoración de murales o madera. Otras veces experimentaba nuevas formas que daban como resultado obras curiosas y originales, personalísimas, a caballo entre las rupturas de la Dadá y el control absoluto de las técnicas de dibujo. Su producción está repartida por casas de amigos y familiares; por bares y restaurantes como la Bodega Guzmán, Casa Pepe de la Judería, la Taberna Góngora, Fuenseca, Vallina o Las Alpujarras, frente a la antigua delegación de la ONCE. También en despachos de juristas y médicos, algunos con colecciones completas.

La bohemia, a la que nunca renunció, le pasó una de sus primeras facturas a principios de los 90: una angina de pecho de la que logró recuperarse; sin embargo, a finales de esa década volvió a aparecer en forma de infarto. La cuesta de la calle de la Feria, hasta su casa de San Nicolás, se hacía insalvable. Trasladó el taller al domicilio familiar, donde en la madrugada del 29 de junio de 2002 no despertó. Aquel corazón, grande y generoso, se había parado. Quiso que sus cenizas quedaran entre las flores de algodón de su infancia; pero el festón de los juegos, como en la canción de Sabina, era una urbanización. Y sus restos se esparcieron junto a Medina Azahara.

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