El alumno de Antonio Chacón que se negó a cruzar el charco

Cordobeses en la historia

Cayetano Muriel Reyes, 'El Niño de Cabra', nació en la ciudad cuyo nombre paseó de Norte a Sur y se afincó en Benamejí tras consagrarse como el mejor intérprete de los cantes de Lucena.

El alumno de Antonio Chacón que se negó a cruzar el charco

10 de enero 2010 - 01:00

EN la primera mitad del siglo XIX Julián de Zugasti era nombrado gobernador de Córdoba, en un intento de erradicar el bandolerismo que reinaba entre las estribaciones calizas egabrenses. Juan Valera había sumado a su carrera literaria la condición de académico y su amigo el ex ministro Martín Belda estaba punto de recibir el marquesado de Cabra; de la Corte y Ruano, tras dejar su impronta en el instituto Góngora de Las Tendillas, dinamizaba el de San Isidro de Madrid. Mientras, otros paisanos suyos transitaban los caminos de Cabra, ganándose la vida de arrieros, hortelanos o vendedores ambulantes. A Cayetano Muriel Reyes le tocó nacer entre estos últimos, el 7 de agosto de 1870, y tirar de un pollino cargado con paños que su amo vendía en los pueblos limítrofes. Así llegó a Benamejí y en sus tabernas entonó los primeros cantes que lo consagrarían como uno de los grandes del Flamenco, y el mejor de los Fandangos de Lucena.

Coinciden sus biógrafos en que trabajó como molinero hasta los 20 años, momento en el que conoce en Sevilla a otro grande del cante, Antonio Chacón, en el café de Ojeda, un vendedor de leche de burra. El empresario había sustituido el nuevo café-cantante por su ya mítico Escalerilla, en 1881, cambiándole el nombre por el de su alias, El Burrero. Los datos de este encuentro y otros de la biografía de Cayetano Muriel se desvelan en una entrevista realizada en 1923 en otro templo del flamenco: la Venta de Eritaña o la actual de Vargas en San Fernando. El cantaor, que superaba ya el medio siglo, contó para la revista Sevilla en broma que fue a la ciudad hispalense "a vender un vagón de ajos", cantó en el Burrero y se volvió a tierras cordobesas con el alias que le haría popular: El Niño de Cabra. Coincide este documento firmado por Galerín con la semblanza de Vega y de Ríos en la impresión que le causó al maestro Chacón. A partir de entonces comenzó una serie de giras en otros cafés-cantantes y tablaos, dentro y fuera de Andalucía. Inauguró el famoso Café de la Marina, en el número 21 de la madrileña calle de los Jardines, con el cantaor gaditano Fosforito, nacido y muerto casi a la par que él, inseparable de Antonio Chacón y discípulo de El Mellizo.

El Niño de Cabra tuvo incluso propuestas para viajar a Nueva York, cuando el cante andaluz llenaba las salas de butacas norteamericanas, pero el muchacho de secano desestimó la oferta con una de las frases que le harían famoso: "No paso el charco ni anque me jagan un puente". Muriel dejó de cantar profesionalmente, haciéndolo sólo en reuniones, en 1914 a decir de algunos autores, o en 1910 según se desprende de sus declaraciones a Galerín: "Me ajogué una vez en Barcelona cantando guajiras, y desde entonces no canto más que en reuniones…va pa trece años". Confesaba que, en un principio, le echó la culpa al guitarreo, pero se supo responsable del trance. Fue entonces cuando dejó de recorrer los tablaos de una buena parte de la Península. Cansado de giras desde Málaga a Barcelona, y de vuelta de un sinfín de aventuras, se instaló en la finca que compró en Benamejí, el pueblo donde se había casado en 1896, y fueron creciendo sus doce hijos.

El nombre de Cayetano Muriel, El Niño de Cabra, estaba ya consolidado en 1914. Había dejado tras de sí numerosos amigos, admiradores y un público fiel que disfrutaba del privilegio de oírle cantar, en ocasiones tan contadas como escaso era el auditorio elegido por él, desde que la anécdota referida, en Barcelona, le creó un cierto temor a las grandes puestas en escena. Quizá por esa búsqueda del momento íntimo y puro para dejar fluir su voz, grabó un buen número de discos de pizarra con palos como Fandangos de Lucena, Malagueñas, Soleares, Cartageneras, Tangos-Tientos, Granaínas, Siguiriyas y alguna que otra Taranta.

Todos, incluso los marcados por la influencia de su maestro Antonio Chacón, destilan -a juicio de los críticos, incluido Ricardo Molina- un estilo personalísimo y un hacer que los engrandece. En palabras del flamencólogo y poeta pontanés, cantó los Fandangos de Lucena "mejor que nadie" y confió siempre en su voz. Otras influencias fueron Juan Breva y Tomás Pavón, según Molina.

Quedó en la Historia del Flamenco como referente ineludible y son muchos los aficionados y expertos que siguen ocupándose de su figura, incluida ya en el Diccionario Flamenco (1985). Sin embargo, salvo las referencias anteriores, apenas hallamos noticia de su paso por el periodo de entre siglos que le tocó vivir. Sí tuvo repercusión en la prensa local, y en algún periódico regional, un desagradable suceso que lo implica en los amoríos y la estafa de una muchacha a un millonario yanqui, acusado de adulterio por su mujer.

El Niño de Cabra eligió Benamejí desde muy joven, y allí volvió, se instaló, y pasó el resto de sus días hasta 1947, año en que murió. Su ciudad natal instituyó un premio de Cante Flamenco con su nombre, del que tomaría el testigo el Festival de Arte Flamenco de Córdoba creado por Ricardo Molina, con el referente del mítico granadino de 1922 auspiciado por Falla y Lorca.

Benamejí lo sintió como hijo suyo, y Cabra le levantó un monumento en junio de 1991.

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