Un acto de protesta alejado de la subversión

No hubo pitadas por los pasillos de la Audiencia, ni cánticos ni pancartas. El primer paro laboral convocado por los jueces desde la llegada de la democracia no fue una huelga al uso. No hubo piquetes para evitar que los magistrados accedieran a los despachos, ni intrusos junto a las pocas salas donde se celebraron juicios. En la concentración convocada a mediodía para leer el comunicado no hubo carteles, cánticos ni banderas. Y los sindicatos ni se asomaron, algo extraño en toda reivindicación que se precie. En las últimas semanas, mucho se ha hablado del nuevo carácter subversivo de los jueces, de su impronta intransigente contra las palabras y los planes del ministerio de Mariano Fernández Bermejo. Pero ayer no se vislumbró atisbo de rebeldía.

Los jueces explicaron los motivos de la huelga de manera sosegada, pausada, sin dramatismos y sin necesidad de hacer fuego. Sólo con cifras: en Europa, hay 19,8 magistrados por cada 100.000 habitantes, en España sólo 10,1 y en Córdoba, muchos menos. Son datos exactos, irrefutables, como también el hecho de que la carga de trabajo recomendada por el Consejo General del Poder Judicial se pasa de largo en gran parte de las instancias de Córdoba. Ayer, más de la mitad de los togados de la provincia decidió secundar la huelga, sí, pero la gran mayoría acudió a su lugar de trabajo, a los despachos.

Los carros de supermercado cargados de expedientes siguieron circulando por los pasillos, y las carpetas continuaron amontonándose sobre estanterías y escritorios. También en las dependencias del Ministerio Público continuó, incesante, la actividad: "Apoyo las manifestaciones de los jueces", reconoció el propio fiscal jefe, José Antonio Martín-Caro. La mayoría de los fiscales, de hecho, también se sumaron a la protesta, lo que evidenció que la lucha no es sólo de los jueces.