Vidas truncadas por el aeropuerto

Las 30 familias que residen en los Llanos del Castillo se niegan a que los técnicos de AENA entren en sus propiedades para realizar las mediciones necesarias previas a la ampliación de la pista de aterrizaje

Ángel Robles

16 de marzo 2008 - 01:00

José Lozano ha visto durante años cómo los aviones sobrevolaban el tejado de su vivienda, ha observado a helicópteros perder el control y estrellarse en su parcela y fue testigo, en los años 30, de cómo dos autobuses llenos de guardias civiles hacían una barrera mientras los obreros iniciaban las obras del aeropuerto. En la parcelación de Llanos del Castillo, los 77 años de José Lozano sirven a los vecinos para justificar por qué la semana pasada no quisieron abrirles las puertas a los técnicos de AENA: "Durante la guerra, me quitaron diez fanegas para la pista, pero esta vez no me van a tocar la casa", espeta Lozano con contundencia. El terreno donde se levanta el aeródromo era un sembrado de algodón, una "buena tierra" que ahora está rodeada de viviendas.

Pero, al contrario del pensamiento de algunos ciudadanos, los chalés no han surgido "hace cuatro días", dice otro vecino, Juan Jiménez. El ejemplo es el propio Lozano. Él se crió allí: "En la guerra veíamos a los aviones bombardear el puente de hierro y cómo el agua salía disparada hacia arriba. Construyeron el aeropuerto al lado de nuestras casas, y no nuestras casas al lado del aeropuerto", distingue.

En Llanos del Castillo residen 30 familias y todos los vecinos han decidido formar frente común contra las negociaciones de AENA. La decisión está tomada y no hay vuelta atrás: "Mi casa no está a la venta", concluye tajante Filomena Pineda. Los peritos llegaron a su vivienda a principios de la semana pasada y la pillaron por sorpresa: "Llamaron al timbre y salí. Me dijeron a lo que venían y no les abrí la puerta. Ni siquiera se identificaron". Desde que en verano pasado mantuvieron una reunión con representantes del Ministerio de Fomento, los vecinos no han tenido nuevas noticias sobre el futuro de sus casas: "Ni una carta, ni una llamada. Nos informamos de lo que puede pasarnos por los periódicos y por la televisión. Es indignante", mantiene Pineda.

Su familia vivió en un piso junto a Vista Alegre hasta el año 98. Vendieron y ampliaron la casa que tenían en Llanos del Castillo: "Ahora es nuestra primera y única residencia. Mi casa no está en venta", subraya. Decidieron dejar el cogollo de la ciudad y trasladarse a una zona más tranquila, en donde sus tres hijos disfrutaban de las vacaciones y de los fines de semana. "No somos ilegales. Pagamos la contribución y estamos empadronamos aquí. Está todo firmado y tenemos todos los permisos", sostiene. El autobús de línea conecta con el centro, Correos deja la correspondencia a diario y Sadeco recoge regularmente la basura. "No sé cuánto dinero hemos invertido aquí. Y lo que es incalculable es todo el esfuerzo que hemos hecho", dice.

Tomás Barbero, natural de Aguilar de la Frontera, tampoco le abrió la puerta a los técnicos: "Lo estamos pasando muy mal porque no sabemos adónde vamos a ir si nos tiran la casa. Cuando Franco, no dormía por el hambre. Y ahora porque me quieren quitar la casa", dice. Su mujer, Encarna Robles, de 60 años, rompe a llorar en un momento de la conversación: "Nací y me crié aquí. No quiero irme a vivir a otro sitio. No queremos un piso en la ciudad". En el año 92, la familia reformó su vivienda, una casita de tres dormitorios situada frente al club deportivo Neptuno, en donde trabaja Tomás. Él, al igual que su vecino, recuerda historias de la guerra, sobre aviones bombardeando el puente de hierro y chorros de agua saltando por los aires. "Echaba 24 horas en la Azucarera, le pagaba a los albañiles y me quedaba sin comer", dice Tomás. Su esposa trabajó "en la fábrica de espárragos, en el club Neptuno" y extiende las manos como muestra de su esfuerzo.

A casa de Francisco Sánchez, de 76 años, también llegaron la semana pasada "una mujer y tres o cuatro hombres". Él se refiere así a los peritos de AENA. Los dejó entrar en su parcela, donde sus hijos tienen una pequeña nave con una cámara y dos camiones que utilizan para su negocio de floristería. "Mal negocio vamos a hacer si vendemos esto", dice. A lo largo de su vida, Francisco Sánchez ha conocido tres casas en su terreno: "Una primitiva, que era mala. Luego hicimos otra y, cuando murieron mis padres, mi hermano y yo hicimos una casa cada uno". Su parcela mide tres hectáreas y media de terreno: "Es una vivienda muy buena", dice, mientras señala con el dedo un porche de arcos de ladrillo y enumera algunas de las habitaciones de los 240 metros cuadrados de casa. "He nacido aquí y no me lo van a quitar por las buenas", sentencia.

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