Cuesta todavía asimilar lo que se ha vivido esta semana, sobre todo este jueves, tras la histórica manifestación por el Día de la Mujer que congregó a más de 15.000 personas en la calle en una ciudad como Córdoba, con fama de movilizarse poco. Cuesta asimilar esa respuesta y también todos los artículos, opiniones y conversaciones que se han vertido y he escuchado a favor y en contra de una reivindicación que, sigo pensando, debería unir a todos. Imagino que todavía hay quien confunde el feminismo -que busca la igualdad entre mujeres y hombres- con lo contrario de machismo, a pesar de que hasta la Real Academia de la Lengua -que no creo que sea sospechosa de nada- ha salido a desmentirlo. Imagino que la política quiere seguir marcando su agenda, pero lo del jueves no va de izquierdas ni de derechas, sino de igualdad. Es cierto que la huelga -sólo la huelga- estaba convocada por un colectivo y arropada por un manifiesto que, bajo mi punto de vista, mezclaba conceptos y desvirtuaba en parte la esencia de la protesta. Pero es que el sentimiento que el pasado jueves se expresó en las calles va más allá de cualquier ideología o partido político. Habría que analizar y decir abiertamente por qué parece que hay ciertos sectores y partidos, todo sea dicho, que quieren monopolizar el feminismo y la representación de la mujer aún a sabiendas que eso causa fracturas y provoca rechazo en cierto sector de la población. Claro que hay distintas interpretaciones, sensaciones y formas de defender la igualdad entre hombres y mujeres y quizá habría que buscar la forma de hacerlo juntas, no enfrentando posturas ni desde una superioridad moral muy repetida en ciertos sectores que no benefician a nada al movimiento.
Dicho esto, tampoco es necesario desprestigiar y hasta insultar a los colectivos que convocaron la protesta, ni mucho menos a las mujeres -y hombres, muchos- que decidieron seguir la huelga o acudir a la manifestación. Personalmente encontré en el manifiesto que impulsaron compañeras periodistas de todo el país motivos más que de sobra para secundar la protesta -ya los tenía-. Un manifiesto que se desvinculaba de cualquier partido político o sindicato, libre y con entidad propia para denunciar que en este sector, como en todos, hay discriminación y que luchamos todos los días desde nuestras responsabilidades para que se acabe. Igual que periodistas, a la manifestación fueron médicas, enfermeras, maestras, amas de casa -porque el feminismo no está en contra de que la mujer decida dedicarse al cuidado de sus hijos-, abogadas, ingenieras, camareras, estudiantes, arquitectas, cajeras, peluqueras que no quieren saber nada de política -o lo justo, o mucho- que deciden por sí mismas y que consideran, como un amplio sector de la población, que ya está bien.
Reducir la respuesta social al 8 de marzo a un movimiento de radicales, pijas-progres, anticapitalistas, estúpidas que siguen modas o amargadas es, simplemente, absurdo. Obviar que sigue existiendo una discriminación hacia la mujer que es patente -con datos objetivos- en los sueldos y los puestos de responsabilidad en las empresas y más sutil en el paternalismo y machismo que rezuman muchas de las actitudes diarias por parte de los hombres -que sí, no todos- es ridículo. Justificar que no es necesaria tanta manifestación porque se ha avanzado y -¡oh, cielos!- ya podemos votar, conducir y hasta tener un número de cuenta a nuestro nombre es... (mejor me callo).
En la manifestación del pasado jueves había mujeres, hombres, familias enteras con abuelas y sus nietas, jóvenes, muchos jóvenes. Fueron madres e hijas juntas, grupos de amigas, colectivos. Cada uno con sus motivos. Por el recuerdo de su abuela que sufrió maltrato toda su vida y los nietos nunca se enteraron, por ese ejemplo de madre sacrificada, cuidadora de familia que ahora también se une a la revolución con su hija. Por las compañeras que siguen ninguneadas en sus trabajos para que no hagan sombra a los jefes. Todos ellos hicieron del jueves, le pese a quien le pese, un día histórico. El que acusa de victimismo debería saber que la manifestación no fue sino una demostración de fuerza. Y esto no ha hecho nada más que empezar, ahora toca estar vigilantes.
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