Orquesta de Córdoba | Crítica

Bach y el amor

Un momento del cuarto concierto de abono de la Orquesta de Córdoba.

Un momento del cuarto concierto de abono de la Orquesta de Córdoba. / Juan Ayala

Aunque no sea quizás un hecho suficientemente conocido, la música de Juan Sebastián Bach (1685-1750) está llena vida. Al margen de géneros y estilos, hay siempre en sus composiciones ritmos fluyentes de danza, giros melódicos de asombrosa variedad emotiva, discursos armónicos llenos de invención y fantasía. Vitalidad, en suma.

Cuando este genial compositor afrontaba la tarea semanal de poner en música el mensaje del evangelio del día (eso es una cantata religiosa protestante), lo hacía desde una libertad creativa asombrosa, que continuamente desbordaba los clichés asociados a la música sacra. Siempre afloran, con viveza extraordinaria, los sentimientos humanos del anhelo, el dolor, el miedo, la súplica, la esperanza, la exaltación, la alegría…

En las seis cantatas que componen el Oratorio de Navidad, el sentimiento (el afecto, como se decía en la época) básico y recurrente es el amor. Y, por ello, no es extraño que Bach reutilizara abundante material de anteriores obras suyas profanas.

Con su potentísima inteligencia para crear construcciones coherentes a partir de fragmentos diversos, Bach inserta esos materiales en una obra intencionalmente nueva, plasmando ahora con ellos los matices del tierno relato evangélico del nacimiento humilde de Jesús, la exaltación paradójica de su majestad, las peripecias envidiosas de Herodes con los Reyes Magos… Y también, lógicamente, las meditaciones de carácter poético: los monólogos amorosos (¡casi de ópera!) en los que el alma corre al encuentro del Esposo, las nanas dulces al Niño, las reflexiones teológicas, las plegarias conclusivas de los corales que entona el pueblo.

En los sesenta y cuatro números que componen la obra hay de todo. Y a todo sacaron un partido enorme los músicos que llenaban el escenario del Gran Teatro.

El tenor Juan Sancho, de voz ligera a la vez que potente, asombró con su cambio en el modo de cantar cuando abordaba el rol de Evangelista (estupenda dicción, precioso legato), en contraste con las arias, en las que lució gran expresividad y una clarísima articulación de los pasajes rápidos.

El barítono Javier Povedano estuvo estupendo: voz timbrada, musicalidad, dominio, estilo… En admirable conjunción con la orquesta, bordó el aria Großer Herr, o starker König y dio prestancia a todos sus números.

Marifé Nogales (contralto) fue creciendo en implicación emocional de forma maravillosa con cada intervención; y estuvo especialmente afortunada en los momentos en que dosificaba con arte su vibrante instrumento. Estuvo soberbia en la nana de la segunda cantata.

La soprano Cristina Bayón hizo gala de un hermoso timbre, lleno de matices en el registro medio, y de un fiato excelente. Muy bonitas sus arias de la cantata cuarta, en especial la encantadora Quizás, Redentor mío, el aria con eco de soprano, magníficamente resuelta por cierto por todos los intervinientes.

Los coros, los solistas instrumentales, la orquesta al completo y, muy especialmente el director, Carlos Domínguez-Nieto, estuvieron igualmente a la altura del exigente monumento musical que se traían entre manos, con momentos de gran brillantez de los solistas de violín, oboe, flauta, trompeta…; y poquísimos desajustes. También muy destacable la sección de Bajo Continuo, a cargo de órgano, clave, fagot y cello.

Efímero por naturaleza, colgado pieza a pieza en el aire húmedo de la noche, la Orquesta de Córdoba (con los numerosos músicos cómplices reunidos para la ocasión) montó el más bello de los Belenes de la ciudad: la enciclopedia bachiana de la experiencia religiosa del amor.

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