El pregón de Inmaculada Luque rebate los tópicos cofrades

La exaltadora basa en la tradición familiar la transmisión de unos valores que no consisten exclusivamente en salir en estación de penitencia "vestido de nazareno"

Inmaculada Luque, en un momento de su emotivo pregón.
Inmaculada Luque, en un momento de su emotivo pregón.

La pregonera de la Semana Santa de 2008, Inmaculada Luque, cumplió con lo que anunció que iba a ser. Su exaltación de la celebración religiosa que comienza en ocho días estuvo salpicada de las vivencias que ha ido acumulando a lo largo de los años en su vida cofrade y, sobre todo, mariana. El pregón también cogió la bandera de la reivindicación, al depurar la misión del cofrade, despojándola de los tópicos que se le han ido adhiriendo. A la pregunta de "cuántas veces hemos tenido que escuchar que los cofrades somos unos fetichistas, unos idólatras, fanáticos, folclóricos disfrazados de antifaces de colores", Luque respondió desde el atril del Gran Teatro que este colectivo son "ante todo católicos y apostólicos" que ejercen su misión "en una hermandad que congrega a los hermanos a luchar juntos por que reine la paz".

La exaltación tuvo un inicio y un final marcado por la cofradía del Cristo de las Penas, la hermandad del barrio de Santiago a la que han pertenecido varias generaciones de la familia de la pregonera. Ésta inició su intervención invocando a este crucificado del que dijo ser el "culpable de esta razón cofrade". A partir de este momento desgranó una serie de vivencias en el seno de esta corporación del Domingo de Ramos iniciadas cuando su abuela apuntó a su padre, quien, a su vez, le enseñó a ella que "en Santiago se aprendía a rezar mejor".

En este momento de su intervención, Luque marcó las líneas de la misión del cofrade, quien "deberá de guardar, proteger y mantener su patrimonio, hacerlo tan creíble como verdadero", así como que no debe "hacer riqueza de las mentiras; sino estudiar cada milímetro del contenido de una estación de penitencia para poder demostrar, enseñar y catequizar al pueblo de Córdoba". El colofón de su intervención estuvo dedicado a la Virgen de la Concepción, con la que dijo quedar "atrapada, enganchada, enamorada a esta semana pasionista".

El grueso del pregón de Inmaculada Luque estuvo formado por el discurrir de los días que componen la Semana Mayor. En cada uno de ellos, se detuvo en sus imágenes, en su barrios, en sus recuerdos, en sus personajes. También tuvo un hueco para los cofrades veteranos, para aquéllos que a pesar de los años siguen vistiendo cada año su túnica. "Os miraré las manos arrugadas y me darán alegría y fuerza para saber que todavía seguiréis siendo nuestro consuelo y nuestra guía", señaló.

En otro momento de su intervención, Luque expuso las pautas de cómo debe ser la evolución de las propias cofradías y de los errores que hay que corregir. "En muchas ocasiones nos ciega la pasión y no sabemos ser maestros de nuestras propias cargas, o mejor dicho, no conseguimos que aprendan de nosotros. El cofrade se forma paulatinamente, -añadió- pero no podemos transmitir al exterior solamente lo superficial y fácil, salir a la calle vestido de nazareno o cubierto con costales de gloria. Esto, queridos cofrades, no es todo", concluyó.

Tras el pregón, al que asistieron autoridades locales y eclesiásticas, se celebró una cena en el Círculo de la Amistad en la que también se rindió homenaje al cofrade ejemplar de este año, Manuel Laguna, por su destacada labor tanto en la Agrupación de Cofradías como en las hermandades a las que pertenece.

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