Moisés, un homenaje a la infancia | Crítica

Fuera de juego

Una escena de 'Moisés, un homenaje a la infancia', en el Teatro Góngora de Córdoba.

Una escena de 'Moisés, un homenaje a la infancia', en el Teatro Góngora de Córdoba. / IMAE Gran Teatro

El escenario del Teatro Góngora se transformó el pasado viernes en plató televisivo para emitir un típico programa dedicado al deporte rey. Sin embargo, el debate bronco y follonero al que acostumbramos ver entre tertulianos, enfrentados por los colores de siempre, no va a tener cabida en esta emisión especial.

Esta noche Manu, conductor del programa, presentará en su show la insólita historia de Moisés: el niño que en su debut como jugador de fútbol en un campo de verdad, con césped, recibió un balonazo del Mikasa (quién jugó en su infancia con este esférico lo habrá sufrido) y tras pasar 20 años en coma vuelve a despertar. Así arranca Moisés, un homenaje a la infancia, escrito por Máximo Huerta y a cargo de la compañía El Hangar.

Moisés llega al plató. En los primeros compases del programa y algo timorato, responde a las preguntas del conductor. Con el atrevimiento propio de los pequeños que poco a poco van ganando confianza, el joven relatará sus vivencias antes del accidente y durante el largo periodo que estuvo en coma. Conoceremos el sacrificio de su madre y abuelo por mantenerlo conectado al mundo y como el paso inexorable del tiempo hizo mella en la vida de quienes le rodearon mientras continuaba su letargo.

Antonio Aguilar y José Emilio Vera suben a la escena esta historia entrañable bajo la premisa de llegar al público con sinceridad y simplicidad. Sus elementos escenográficos sencillos (alfombra verde, dos bancas, ocho cegadoras y videoproyección) apoyan el trabajo de este magnífico dúo.

Vera confecciona un personaje fresco y dinámico que conecta con el patio de butacas al tiempo que generosamente otorga la réplica necesaria a su compañero de tablas. Aguilar aborda la candidez del protagonista sin caer en artificios o excesos que provocarían la caricaturización y toca nuestra fibra sensible en varios de los monólogos que intercalan la obra. Merecido fue el extenso aplauso que recibieron al finalizar la representación.

¿Imaginan sufrir un accidente y permanecer en coma 20 años? ¿Cerrar los ojos siendo un imberbe y despertar con bello por todo el cuerpo? ¿Descubrir que el mundo que conoces ha desparecido? Moisés nos enseña la importancia de la infancia y el poder de los buenos recuerdos para seguir jugando. El partido continua.

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