Paraíso perdido | Crítica

Juego divino

Actores de 'Paraíso perdido'.

Actores de 'Paraíso perdido'. / IMAE / Gran Teatro

"Y el hombre creó a Dios, y Dios creó al diablo, y el diablo creó al actor”. Con esta frase de cabecera, Helena Tornero en compañía de Andrés Lima versionan el Paraíso perdido de John Milton.

Las palabras proyectadas sobre el escenario y escritas a modo de haiku (sin llegar a serlo) nos invitan a participar de la batalla librada en los cielos entre Dios y sus ángeles rebeldes liderados por Satán. Seremos testigos de la derrota y destierro al infierno que llevan a este ángel caído a urdir su venganza sobre el creador de todo: engañará a los primeros habitantes del Edén para que los expulsen del Paraíso.

La versión de Tornero nos adentra en la obra de Milton contemporizando cada personaje a fin de comprender las diferentes motivaciones que les impulsan a actuar. Sin embargo, puede que el peso de nuestra simpatía incline la balanza a favor de Satán. Pese a que su móvil para revelarse fueran los celos por haber elegido Dios a “ese otro” como hijo predilecto y crear a “su imagen y semejanza” unos seres insignificantes como Adán y Eva para multiplicarse y vivir a todo tren en un vergel sin necesidad de dar un palo al agua, Satán es el más humano de los protagonistas de esta historia.

Asqueado de tanta arbitrariedad, nuestro demonio favorito se enfrenta al Poder en mayúsculas para lograr que la humanidad vea el mundo con los ojos de la razón mordiendo la manzana prohibida, algo que según el pensamiento filosófico solo fue posible gracias al libre albedrío. Una vez consumada la venganza, Satán espera el ansiado reconocimiento e irónicamente solo recibe silencio.

Olvidó que este Dios inventado por el hombre, omnipotente y caprichoso, también es omnisciente: pasado, presente y futuro no existen para él. Su carcajada grotesca explota en nuestra cara, poniendo fin a la farsa que ha montado donde solo somos sus juguetes en esta gran estafa que es la vida.

Abarcar la epopeya del autor inglés con sus más de 10.000 versos libres de métrica y transformarlo en acción rotunda no es tarea sencilla, pero ver cómo ha sido llevado a teatro de la mano de este plantel artístico es todo un privilegio. La potencia visual, sonora y escenográfica impresiona. Su combinación para recrear atmósferas embaucan los sentidos. Cabe destacar ese guiño existencialista y onírico dedicado al cine de Kubrick en dos de sus filmes más icónicos.

Las niñas del pasillo del Hotel Overlook en El resplandor se convierten en La Muerte y la Culpa, interpretadas por Elena Tarrats y Laura Font que elevan la escena con sus prodigiosos cantos. La pareja de primates que descubren el monolito en 2001: Odisea en el Espacio son los Adán de Rubén de Eguía y Eva de Laura Font, la cual gracias a esta versión tiene la oportunidad de hablar y regalarnos un monólogo desgarrado capaz de remover conciencias y los cimientos del patriarcado.

El duelo interpretativo que realizan Cristina Plazas (Satán) y Pere Arquillué (Dios) es digno de enmarcar. Sus portentosas voces aportan a cada parlamento la intensidad necesaria para retener al público en todo momento. Andrés Lima no defrauda y saca el mejor partido de cada profesional para transformar la propuesta en un espectáculo vivo y arriesgado.

Agotado, vencido, arruinado y ciego, John Milton escribió Paraíso perdido gracias a la redacción de sus hijas. De su pensamiento y sus escritos quedan frases como: “Denme la libertad para saber, pensar, creer y actuar libremente de acuerdo con la conciencia, sobre todas las demás libertades”. Pues eso.

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