Córdoba

Frenética jornada de compras

  • En algunos establecimientos hubo que esperar una hora en la cola para pagar

Tres, dos, uno. Diez de la mañana. La puerta de El Corte Inglés abre y María Reyes -47 años, abrigo de pieles en la mano, calzado cómodo- se dirige rauda hacia las escaleras mecánicas. Planta primera, departamento de ropa de señora. La mujer esquiva con destreza maniquíes y percheros y divisa, a lo lejos, un cartel de descuento en prendas de punto. Allá se dirige: "Busco un jersey", explica concisa a una dependienta.

La mujer no pierde tiempo e inspecciona prenda a prenda con precisión de cirujano el perchero. Selecciona tres modelos: "Este año no me ocurre como el invierno pasado. Se agotó mi talla", advierte. Ayer se postró ante la puerta de Ronda de los Tejares un cuarto de hora antes de que los almacenes abrieran: "Hay que madrugar. En seguida se agota todo", aconseja.

A pocos metros de allí, en la calle Gondomar -mientras María se sumerge en el probador-, una decena de personas aguarda ante un cajero automático. Son las 10.25. Tras meter su clave, un joven vuelve la cara y dice en voz alta: "Ya no queda saldo". La cola se disuelve en dirección al bulevar del Gran Capitán, hacia la calle Concepción, hacia San Felipe, donde en ese mismo momento otros cajeros similares engullen tarjetas y devuelven billetes y recibos.

Al filo de las once, en Bershka, la cola para hacer caja esquiva los percheros, se oprime contras las cristaleras, tantea la calle y se enrosca escaleras arriba. "Se nos ha ido la cabeza", comenta a su amiga una joven de 23 años, Laura Martínez. La música sube de ritmo y volumen. Los brazos de Laura sostienen camisetas de tirantes, tejanos descoloridos, faldas diminutas y bailarinas de colores. "Me paso de cien euros. Dejo esto", dice. Y las botas color marrón quedan sobre un peldaño unos segundos, apenas un minuto, hasta que son tomadas en brazos de nuevo, inspeccionadas y probadas, llevadas a la cola junto a otros tejanos pitillo, camisetas y jerseys a conjunto.

Mediodía. En el centro comercial La Sierra, las plazas de aparcamiento de las dos primeras plantas del garaje están agotadas. El interior es un hormiguero. La cola de Pull&Bear tarda ya tres cuartos de hora y en Stradivarius la espera no es más breve. Las camisetas se amontonan, los vaqueros se revuelven y los probadores se atestan. La experiencia fabrica tácticas: "Me quedo en la cola y echas tú un vistazo. Luego voy yo", le dice una adolescente a su acompañante. Al otro lado de las cristaleras pasan las bolsas llenas, ropas que serán guardadas, amontonadas, acumuladas hasta que llegue otra temporada.

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