David Russell | Crítica de música

Las sentidas dedicatorias de una leyenda

David Russell, en su concierto en el 40 Festival de la Guitarra.

David Russell, en su concierto en el 40 Festival de la Guitarra. / Miguel Ángel Salas

Hay un antes y un después en la historia de la guitarra con la aparición de David Russell, es un hecho que no se puede pasar desapercibido. Estamos sin duda ante una personalidad que se convirtió hace tiempo en leyenda, y Córdoba lo sabe: considerado ya como un guitarrista fijo del Festival de la Guitarra gracias a todas las ediciones en las  que ha participado, la ciudad ha llenado igualmente el Teatro Góngora con devoción.

El concierto se inició con La prise de Gaeta del laudista Jacques de Saint-Luc. Las danzas de esta suite se fueron sucediendo con precisión y continuidad, pudiéndose  igualmente admirar la riqueza inherente en el contraste de cada danza. El buen gusto en las ornamentaciones guiaba un discurso musical meditado, controlado y elegante. Es especialmente destacable la articulación tan marcada de la danza Rigaudon pour les trompettes. La limpieza de la interpretación era de disco (como siempre), por lo que si alguien se perdió el concierto, encontrará esta suite grabada en su LP Air on G String.

Terminada la obra, Russell verbalizó la bienvenida al concierto, agradeciendo la labor de la organización del festival por haber conseguido seguir hacia delante sorteando las dificultades a las que se enfrentan. Y fue entonces cuando decidió hacer un cambio (no será el último de la noche) eliminando del programa sus bellísimas transcripciones de François Couperin.

En su lugar, eligió dos corales de Johann Sebastian Bach para rendirle un merecido homenaje a los sanitarios: el primero, Wachet auf, ruft uns die Stimme BWV 645 demostró la belleza con la que la guitarra se puede adaptar a la música vocal; el segundo, el famoso Jesus bleibet meine Freude BWV 147 permitía diferenciar por separado las distintas voces en una rendición contenida que conmovió al público, prolongándose así intencionadamente el aplauso.

El guitarrista volvió al programa del concierto con el arriesgado Air Varié op. 21 de Giulio Regondi. Quien esté familiarizado con la guitarra sabe que no es fácil afrontar una obra de estas dimensiones, al fin y al cabo se trata de un compositor que fue niño prodigio y bien se podría relacionar con el violinista Paganini.

Sin embargo, las acrobáticas variaciones parecían fáciles viendo la templanza del artista. Hay un antes y un después con Russell: él no tiene nada que demostrar porque ha hecho historia, y sin embargo nos sigue dando lecciones musicales de gran valor, instándonos a no quedarnos en la superficie del alarde virtuosístico, sino a comprometernos con una interpretación más profunda y honesta.

Tras un final brillante, el artista añadió en forma de tríptico tres obras más de las que había en el programa de Agustín Barrios: Vals op. 8 nº 4, Julia Florida y Danza Paraguaya nº 1. Al tratarse de la misma tonalidad, funcionaban a la perfección como una sola pieza, pero se merece distinguir la delicadeza de la barcarola Julia Florida, una de las pequeñas joyas del repertorio que meció dulcemente a los asistentes.

Finalizó con las programadas Cazaapa y Sueño en la floresta, también de Agustín Barrios, apreciándose en la última el famoso trémolo de Russell que consiguió  levantar a todo el teatro. Tal era la ovación que el guitarrista regresó regalando una Canción Gallega de Martín Codax, dedicada a nombres propios con afecto sincero. Es realmente un privilegio poder escuchar en directo las dedicatorias de una leyenda como David Russell.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios