La Córdoba por descubrir: del Medievo al siglo XIX

Urbanismo

Mucho se sabe de la aportación a la ciudad de la Corduba romana y de la Qurtuba islámica, pero para entender la Córdoba moderna también hay que retroceder a la época en que se empezaron a pavimentar las calles

Puerta del Puente.
Puerta del Puente. / Juan Ayala

Mucho se sabe de la Corduba romana (la Córdoba olvidada), de la Córdoba visigoda y de la Qurtuba islámica (cuando Córdoba era la capital del mundo), pero para entender la Córdoba moderna urbanísticamente hablando, la que empieza a diseñarse a partir del primer Plan General de Ordenación Urbana (PGOU), el de 1958, hay que retroceder hasta la Córdoba medieval, quizás la Córdoba más desconocida históricamente, pero en la que también se vio crecer parte del importante patrimonio de la ciudad.

SIGLOS XIII y XIV

Los libros de Historia hablan de que, tras la reconquista, en la ciudad se diferenciaban dos zonas, la Medina, que a partir de entonces se llamaría La Villa, y la Axerquía; los dos recintos se encontraban amurallados y conectados mediante varias puertas.

En ese momento la ciudad presentaba un estado decadente, las calles sucias y sin pavimentar constituían un auténtico muladar, ya que a ellas se arrojaba la basura. En época de lluvia los arroyos anegaban grandes áreas. Hasta el siglo XV no se inició el proceso de pavimentación.

El cambio más significativo tras la reconquista fue la implantación de numerosas iglesias y conventos, que ocuparon la franja de terreno, vacía por motivos defensivos, colindante a la muralla de la Medina en su lado este. Ejemplo de ello son los conventos de San Pablo y de San Pedro el Real y las nuevas iglesias llamadas fernandinas (en referencia a Fernando III), que fueron construidas entre los siglos XIII y XIV.

La ciudad se estructuraba en collaciones o barrios vinculados a cada templo. Había siete en la Villa: San Miguel, Santo Domingo, San Nicolás de Bari, San Juan, Omnium Santorum, Santa María y San Salvador. Y seis en la Axerquía: Santa Marina, San Andrés, San Pedro, San Lorenzo, Santiago, La Magdalena y San Nicolás de la Axerquía.

A finales del XVI apareció una nueva collación, la de San Bartolomé, en el extremo suroeste de la Villa. Los siglos siguientes se caracterizaron por la fragmentación social; los judíos quedaron aislados en la Judería (entre la Puerta de Almodóvar y la Mezquita) y los mudéjares serían, a finales del siglo XV, confinados en la actual calle Morería.

Desde esa época la imagen de la ciudad permaneció inalterada prácticamente hasta finales del siglo XIX. En el siglo XIV el recinto amurallado se vio alterado con la construcción del Alcázar de los Reyes Cristianos, la Huerta del Alcázar y el Alcázar Viejo. Este último, creado en 1399 como Corral de los Ballesteros en el ángulo suroccidental de la Villa, es el único barrio de nueva creación en la ciudad bajomedieval. En él se distingue un trazado viario rectilíneo que ha llegado hasta nuestros días. En el año 1328 el rey Alfonso XI de Castilla ordenó la edificación de los Reales Alcázares sobre inmuebles anteriores, como el Alcázar califal, que a su vez se construyó sobre la residencia del gobernador romano y de la Aduana.

En el siglo XIV también se levantó la Puerta del Puente, una de las tres únicas puertas históricas que se conservan de la ciudad de Córdoba, junto a la puerta de Almodóvar y la puerta de Sevilla. De estilo renacentista, se construyó para conmemorar la celebración de las Cortes por el monarca Felipe II en la ciudad en un enclave donde antaño también se localizaron puertas romanas –que unían la ciudad con el puente romano y la Vía Augusta–, así como musulmanas.

Iglesia fernandina de San Lorenzo.
Iglesia fernandina de San Lorenzo. / Juan Ayala

SIGLOS XV-XVI-XVII-XVIII

Durante este periodo se construyeron los conventos de Santa Marta (1468) y Santa Cruz (1464), y el palacio del Conde de Cabra, que posteriormente sería el convento de las Capuchinas (1655). El espacio urbano posiblemente más relevante de esta época fue la plaza del Potro, auténtico eje económico de la ciudad durante la Baja Edad Media. Esta plaza en su origen tenía proporciones cuadradas pero tras la construcción, en 1493, del Hospital de la Caridad, su superficie se redujo casi a la mitad y su forma pasó a ser alargada. La plaza quedó cerraba en la calle Lucano y Lineros hasta 1903, fecha en la que se abrió hasta la Ribera, según el proyecto de Pedro Alonso, de 1891.

En el siglo XVI se inició un paulatino proceso de ensanches de calles (Concepción, Juan de Mesa, Isaac Peral, Deanes, se abrió la plaza de la Judería) y algunas nuevas aperturas como la Cuesta de Luján, Duque de Hornachuelos y Portería de Santa María de Gracia. Al mismo tiempo se dotó a la ciudad de numerosas fuentes públicas.

En ese siglo, en 1572 Felipe II visitó la ciudad, lo que llevó a formalizar la Puerta del Puente como arco de triunfo para celebrar su recepción. Este mismo año el monarca ordenó la construcción del edificio de Caballerizas Reales en las proximidades del Alcázar de los Reyes Cristianos, sede de la Inquisición en esos momentos.

Caballerizas Reales.
Caballerizas Reales. / Juan Ayala

Este periodo se caracterizó por la apertura gradual de importantes espacios públicos asociados a los edificios más relevantes: la plaza de la Corredera ligada a la cárcel y a la casa del Corregidor; la plaza del Salvador, al convento de San Pablo; la de la Puerta del Puente, al triunfo de San Rafael; la plaza de las Cañas, al colegio de la Piedad; la de San Agustín, al convento del mismo nombre; la plaza de Abades, a la ermita de la Concepción; la de Capuchinos, al hospital de San Jacinto, y la del Cardenal Salazar, al hospital homónimo y al convento de San Pedro de Alcántara.

Un fenómeno similar de menor escala se produjo frente a algunas casas señoriales, creando espacios de antesala que mejoraron la perspectiva de sus portadas. Además, en el XVI se construyeron los hospitales de San Sebastián (1513-1516), San Andrés (1551), de Antón Cabrera y de los Ríos, y las iglesias de la Compañía y del Carmen, la capilla de San Nicolás, los conventos de Regina, de Santa Isabel y de las Nieves (hoy sede del Círculo de la Amistad). Entre los edificios civiles destacan los palacios de Orive o de los Villalones, el de Viana y de los Páez de Castillejo, las casas del Bailío, de los Aguayo, de los Venegas, de los Luna y de los Marqueses de la Fuensanta del Valle.

Un siglo más tarde, en el XVII se edificaron los conventos de Santa Ana, de la Encarnación, del Corpus Christi, de Capuchinos y de San Pedro de Alcántara, y las iglesias de la Trinidad y de los Padres de Gracia. En arquitectura civil destacó el palacio del duque de Medina Sidonia y la casa de los condes de las Quemadas.

Mientras, en la plaza de la Corredera había un gran vacío urbano, único en Andalucía, iniciado en 1683 y acabado en 1687, aunque desde la segunda mitad del siglo XIV existe constancia de que en este lugar existía una plaza con forma irregular y más alargada que la actual. El proyecto fue realizado por el arquitecto Antonio Ramos y Valdés, siguiendo el modelo de las plazas mayores porticadas castellanas. Preside la plaza en su cara sur el actual mercado de la Corredera, construido como cárcel por el arquitecto Juan de Ochoa en 1568 y las casas de Doña Ana Jacinto, que tras ganar un pleito al rey impidió la demolición del edificio para completar el porticado. En 1896 se construyó en el centro de la plaza un mercado de abastos que únicamente dejaba unas calles perimetrales. Este mercado, de estilo modernista, fue derribado en 1959, una vez finalizada la concesión municipal.

Plaza de la Corredera.
Plaza de la Corredera. / Juan Ayala

En el siglo XVII se produjo una importante transformación del entorno de la Mezquita-Catedral con la construcción del triunfo de San Rafael, el seminario de San Pelagio y el Palacio Episcopal. De este siglo datan el palacio del Vizconde de Miranda, las casas de los Muñices y de los Trillo, los hospitales del Cardenal Salazar (1704) y de San Jacinto, los conventos de la Merced y del Cister, los colegios de Santa Victoria y de la Piedad, las iglesias de San Rafael y la del convento de las Capuchinas, la ermita de la Alegría, las reformas de la iglesia de San Andrés y de la colegiata de San Hipólito y la portada de San Pablo.

Más tarde, en el siglo XVIII surgieron nuevas alamedas como la del Campo de San Antón (entre 1739 y 1749, que desaparecerá a lo largo del siguiente siglo), Campo Madre de Dios, la del Corregidor y la del Camposanto de los Mártires. Uno de los paseos más populares fue el de la Ribera desde la Cruz del Rastro a San Nicolás y San Eulogio de la Axerquía. A mediados del siglo XVIII se arreglaron las plazas de La Magdalena, de San Pedro y de San Felipe, posteriormente las de las Dueñas, de las Doblas y de los Padres de Gracia.

SIGLO XIX

A principios del siglo XIX Córdoba tenía unos 40.000 habitantes y era una ciudad económicamente muy precaria. La entrada del nuevo siglo trajo una serie de actuaciones que paulatinamente van regenerando la ciudad; mejoras urbanas como la renovación del empedrado (1816), la construcción de aceras (1842), la recogida de basuras (1846), el alumbrado público de gas (1869), etcétera. Hasta 1880 no se comenzó a establecer un sistema general de alcantarillado y saneamiento.

A finales del XIX surgieron una serie de industrias, ligadas a la línea férrea, dando lugar a la formalización de la Carrera de las Ollerías, que sufrió diversas alineaciones (1877, 1887 y 1926).

La construcción del Cuartel de Caballerías de Alfonso XII entre 1878 y 1883 fue determinante en la reforma de la ronda entre la Fuensantilla y la Puerta de Plasencia, demolida en 1879, siendo el germen de la Ronda de Andújar y del Marrubial.

De esta forma se ponía el prólogo a lo que fue la ciudad moderna urbanísticamente hablando, la que empieza a diseñarse a partir del primer Plan General de Ordenación Urbana, el de 1958.

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