Servicios sociales
  • Las personas dependientes necesitan unos cuidados que les ofrecen en algunos casos los propios familiares

  • Muchas de las profesionales encuentran en ayudar a los demás su verdadera vocación

Cuidadoras en Córdoba: "Ella me ha cuidado de pequeña y ahora me toca a mí"

Joaquina Torres durante el cuidado a su tía. Joaquina Torres durante el cuidado a su tía.

Joaquina Torres durante el cuidado a su tía. / Juan Ayala

Sacrificio, responsabilidad y entrega. Estas son algunas de las características necesarias que requiere un cuidador de personas dependientes, una figura que vive dedicada al cuidado de aquellos que no se pueden valer por sí solos. Este mes de noviembre se ha celebrado el Día Internacional de las Personas Cuidadoras. Desde la institución humanitaria Cruz Roja afirman que en su programa de voluntariado que ofrece ayuda a este colectivo cuentan con 175 cuidadoras en toda la provincia de Córdoba, una cifra que, según apunta la coordinadora del programa, Amalia León, es algo superior a las de otros años. Una de las razones fundamentales de este aumento de casos se debe a la crisis sanitaria provocada por el coronavirus, según cuenta.

El perfil mayoritario de las personas cuidadoras siguen siendo el de mujer. En concreto, son mujeres el 80% de las personas que mantienen esta ocupación. Respecto a la edad, las cuidadoras tienen de 50 a 70 años. Según confirma León, el caso de los hombres es diferente, “ya que suelen empezar los cuidados a partir de los 80 años”.

Existen distintos tipos de personas cuidadoras, aquellas profesionales que se han preparado para ello, como las auxiliares del servicio de asistencia, cuidadoras de residencias de ancianos o internas; y también están aquellas personas a las que “les ha tocado” la responsabilidad de hacerse cargo de los cuidados de una persona dependiente. En este último caso, esas personas cuidadoras deciden apostar por velar por el bienestar de un familiar o ser querido, renunciando así a parte de su vida.  

Se trata de un trabajo que, aseguran, no está reconocido ni por la sociedad ni por los otros familiares más cercanos. Así lo expresa Joaquina Torres. Esta cordobesa ha pasado casi una década dedicada plenamente a la atención de su madre y a la de su tía, aunque el pasado febrero la primera de ellas falleció por coronavirus. Joaquina decidió encargarse de sus dos familiares y por ello no pudo seguir con su trabajo. “Yo tenía claro que no quería verlas en una residencia”, comenta. Además, asegura que las personas dependientes a las que ha atendido “siempre me lo han puesto muy fácil”, ya que ambas “siempre han tenido bien la cabeza”, defiende.

Joaquina Torres prepara la cama para su tía. Joaquina Torres prepara la cama para su tía.

Joaquina Torres prepara la cama para su tía. / Juan Ayala

Su tía actualmente no puede caminar, por lo que para poder desplazarla de un lugar a otro de la vivienda Joaquina necesita contar con la ayuda de su marido. Su tía está adscrita al servicio de la Ley de Dependencia, donde una trabajadora acude a casa casi dos horas, algo que sin duda “es muy poco”, defiende. 

“La sociedad se tiene que dar cuenta de que esto es un trabajo y que las personas mayores nos han cuidado y ahora nos toca a nosotros cuidarlas”, afirma Joaquina, quien además añade que esta ocupación no está reconocida ni dentro del propio entorno familiar. “Sólo lo sabe quien lo vive”, puntualiza. Ante esta situación, la posibilidad de desconectar resulta complicada. “Como mucho, me bajo un rato al bar que hay debajo de casa, pero no estoy tranquila”, declara.

Ella me ha cuidado de pequeña y ahora me toca a mí”. Esta es la conclusión a la que llega Isabel Moreno, una cuidadora que se encarga de su madre desde el año 2014. Su madre tiene 82 años. Por la imposibilidad de conciliar su vida laboral con esta situación, Isabel renunció a su trabajo para ocuparse al cien por cien de su madre. Dar de comer, asear, vestir, cambiar y acostar a la persona dependiente. Estas son algunas de las tareas que ella realiza, al igual que muchas de las cuidadoras. En este caso, Isabel cuenta con una ayuda a domicilio dispuesta a echarle una mano durante dos horas, tiempo que ella aprovecha para ir a la compra o hacer algún recado.

Cuestión de vocación

En la otra cara de la moneda están aquellas personas que encuentran en el cuidado a los demás una vocación, algo para lo que reciben la formación necesaria y que por una razón u otra han tomado la decisión de elegir.

Es el caso de Mari Cobacho, ella es auxiliar en ayuda a domicilio, aunque anteriormente era cuidadora no profesional de sus padres. Para llegar a este empleo realizó la formación de técnico en atención sociosanitaria para personas en situación de dependencia.

La auxiliar recibe el cuadrante con las visitas que debe realizar al día, ya que siempre suele variar y en una misma jornada acude a varias casas distintas. 

El perfil más común que se encuentra la cuidadora al llegar a un domicilio es de mujeres a partir de 80 años. En el caso de la dependiente más longeva que encontró, tenía 105 años. Cobacho afirma que casi siempre hay algún familiar con la dependiente, y éste aprovecha su visita para poder salir. “Sólo una vez la personas estaba sola y no sabía que iba por lo que se asustó y no me quería abrir”, comenta.

Pese a este perfil genérico, también hay casos de gente más joven que se encuentra dependiente por culpa de una enfermedad. “Ves algunos casos que te dan mucho sentimiento, las primeras veces me iba llorando, luego nos acostumbramos”, cuenta. 

En esta profesión asegura sentir una gran satisfacción. “Me gusta lo que hago, muchos quieren compañía, te sientes realizada, que estás haciendo algo útil y bueno, disfruto mucho con ellos, la mayoría te dan mucho cariño, se sienten agradecidos”, concluye. 

María Espinoza es cuidadora desde hace cinco años. María es de Nicaragua y vino a España sabiendo que se dedicaría al cuidado de personas dependientes. “El mismo día que llegué empecé a trabajar”, explica. Esta cuidadora ha estado interna en tres casas distintas. La primera de ellas se la consiguió una familiar que ya vivía en Córdoba. “Era algo para lo que no me pedían unos estudios concretos y además yo me sentí capaz de desempeñar el trabajo”, confiesa. 

Para dedicarse a ello, María asegura que se requiere de paciencia y que además “hay que saber entenderlos, ayudarlos y apoyarlos; el trabajo requiere de mucha dedicación y responsabilidad, es como una vida de un hijo que tienes a tu cargo”, sostiene. 

Tras la experiencia laboral, María confiesa que encontró una vocación que anteriormente no se había planteado. “No sabía que me gustaba esta profesión, en mi país no me había visto en esa situación”, destaca. Por ello, ha querido consolidar esa su profesión estudiando técnico en Atención a Personas de Dependencia.

En la actualidad sigue con su formación cursando un grado superior de Integración Social. La auxiliar asegura que en España es un trabajo muy feminizado, además de que un alto porcentaje de empleadas son migrantes. “Hay miles de latinoamericanas en estos puesto, es un trabajo que se paga muy mal, a veces se aprovechan un poco, pero hay gente que no tiene otra opción, eso depende de la situación de cada persona”, explica.

María asegura que este trabajo le ofrece “lo más bonito que se puede sentir, es una satisfacción muy bonita el poder ayudar”. “Mi pensamiento es que algún día yo llegaré a esa edad y siempre pienso que los tengo que tratar como me gustaría que me trataran a mi”, concluye. 

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