La ciudad y los días

Antonio Manuel

Anochece

LA voz de Morente sonó en el parto musical de Carlos Cano y la de Carlos en la muerte de Morente. Así tenía que ser. Y una Estrella cedió su cuerpo para que lo usaran sus almas hermanas como una caja de resonancia de carne y hueso. A través de la garganta de su hija, Morente se despidió cantando que Granada vive en sí misma tan prisionera, que sólo tiene salida por las estrellas. Y en un instante que duró mil años, Carlos y Enrique se abrazaron para caminar juntos por última vez y para siempre por Granada. La ciudad que mata a sus hijos de soledad para recordarlos después con tristeza. Igual que su hermana, Córdoba. Igual que su madre, Andalucía.

¿Dónde estoy? ¿Qué pasó? Hace frío. Tengo miedo. ¡Piedad de mí! ¿Es que un topo se comió el sol, o es que el mundo se congeló? ¡No! Diez mil palomas dicen que no. Así cantaron Enrique y Carlos al despertar de Andalucía en Anochece (A duras Penas, 1975). Ha muerto el dictador. Y diez mil palomas volaron libres para teñir el cielo de blanco. Y las voces de Carlos y Enrique volaron libres y verdes para arroparlas hacia el camino de la esperanza. Y amaneció la noche Verde, blanca y verde. El pueblo tomó al despertar un pedazo de cielo y lo colgó del balcón. La tierra parecía un espejo. Y toda España se dio cuenta que Andalucía no iba a tolerar que construyeran un Estado asimétrico sin su permiso. Y así fue. Pero yo no siento un átomo de nostalgia por ello. Era un niño. Sin memoria y sin conciencia.

Soy hijo de la generación que se encargó de malgastar la libertad que Carlos y Enrique habían conquistado. Soy hijo de la postmodernidad que volvió a vestir el cielo de negro. Inconscientemente. Abominamos de Carlos y Enrique como de la peste. Eran el pasado. Y mañana no existía. Ahora tengo 42 años. Escucho flamenco. Y cada vez que me llaman al móvil suena la Verde, blanca y verde, para aliviarme la culpa compensando tanto tiempo de desconsideración y sordera. Pero no siento nostalgia: siento memoria y conciencia. Justicia. Sé que en mí habita la memoria colectiva de lo que otros vivieron. Y sé que debo dejarme la piel por reconstruirla, conscientemente, para proyectarla íntegra en el futuro. Como hicieron ellos por mí.

Es tiempo de memoria, conciencia y justicia. No de nostalgia. Editan antologías de Carlos mientras de los balcones andaluces cuelgan banderas rojas y amarillas por un mundial de fútbol. Emiten especiales de Carlos mientras los andaluces cerramos las listas de empleo, pobreza y educación. Nos pagan la mitad de los que nos deben con la tierra que nos sobra y no con el dinero que nos falta. Proclaman al Flamenco patrimonio de la humanidad y los andaluces desconocemos el verdadero origen de su nombre. Luchamos para alcanzar autonomía política y la empleamos para solapar nuestro debate electoral con el del Estado… Me niego a admitir que su lucha no sirvió para nada. Hace diez años, tal día como hoy, a Carlos le falló el corazón. A Morente, hace unos días, la garganta. Que no nos falle a los andaluces el corazón y la garganta. Por justicia. Y cantemos: "Si tos uníos y el pueblo atrevío decimos ¡basta! no habrá otra vez".

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