Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Funcionarios cívicos

EN toda esta movida de los funcionarios, cómo se han lanzado a plena calle a pitar y a chillar, a izar los cánticos, a levantar pancartas y colores -en Córdoba, el naranja-, puede entreverse un resto de añoranza, una especie épica de voz que ha permanecido adormecida durante los años de bonanza. Siempre ha parecido que las rachas buenas anestesian la conciencia crítica, en el individuo y en la colectividad. Sin individuos, la colectividad es gregarismo. Con ese gregarismo, con ese servilismo, los abusos nos llegan subrepticios, con lentitud pero sin retroceso, y se van convirtiendo en aluvión. En realidad, los motivos de los funcionarios no son nuevos: en los últimos años, se ha ido haciendo patente la necesidad de reformar el sector público, sobre todo a la hora de incentivar la actitud funcionarial por los objetivos conquistados. Sin embargo, aquí nadie ha hecho nada, salvo ir engordando estas nuevas agencias y fundaciones paralelas que ahora, por obra y gracia de los decretos ley 5/2010 y 6/2010, tratan de equiparar, y de unificar, a estos trabajadores sin oposición con el cuerpo de funcionarios, que al contar con la plaza vitalicia son guardianes también de garantías jurídicas esenciales para el ejercicio de sus potestades, tan visibles en toda nuestra vida.

Los motivos no son nuevos, pero esta respuesta sí. Es más: la movilización es nueva no sólo como actitud activa de los funcionarios, sino también de la ciudadanía. Los funcionarios, hoy, están haciendo lo que los ciudadanos no se atreven a hacer: protestar, pitar, chillar. Hay que chillar, hay que pitar, hay que protestar: sin embargo, es como si la población viviera todavía sumida en la bonanza, en la más que dudosa paz social que tienen siempre los buenos momentos económicos. Pues bien, el momento pasó, y ahora sólo queda un empeoramiento. No se trata de esperar que regrese un pasado ya irrecuperable, sino de aprender a gestionar los escasos recursos que nos quedan con una nueva mirada: no la de las vacas gordas; ni siquiera, la de las vacas flacas, sino la de un desierto yermo de posibles garantías sociales. Sin embargo, aquí ningún político se remanga y dice la verdad, o quizá Rajoy de pasada, cuando se atreve a decir algo del Estado de las Autonomías, auténtico coladero de los recursos públicos. No se trata de ajustarse el cinturón, sino de cambiarlo por tirantes. Todo esto no se afronta, y así permanecemos todos en casita esperando que las cosas mejoren, cuando no van a hacerlo. Y la sombra de China cada vez más grande, y un mundo sin derechos en la cúspide del capitalismo salvaje. Porque también los derechos ciudadanos, mantenerlos, cuesta mucho dinero, y esto nadie lo dice. Por eso ver a los funcionarios protestar, vestidos de naranja, levanta el ánimo. Aún queda insurgencia, y capacidad contestataria.

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