La ciudad y los días

Antonio Manuel

Berlanga, Monicelli y los funcionarios

SE fueron Berlanga y Monicelli. El primero se ha muerto y el segundo se ha matado. Los dos eran viejos por fuera y jóvenes por dentro. Y los dos fueron libres. Malditos. Hasta la muerte. Que los ha hecho eternos.

La naturaleza ácrata y tocapelotas de Berlanga, unida a su alistamiento en la División Azul, le costó la doble censura del franquismo y de la oligarquía filocomunista del cine europeo. La dictadura movió cielo y tierra para que El verdugo no ganase en Venecia. Y algunos arribistas de la nouvelle vague lo demonizaron en los despachos y pasillos para no triunfar en Cannes. A pesar de todo, con Plácido consiguió el reconocimiento unánime de Hollywood, aunque no recibiera el Oscar por cuestiones políticas.

Monicelli llegó al mismo destino por el camino contrario. Gracias a su militancia comunista alcanzó pronto el aplauso merecido del business cinematográfico. Pero cuando decidió retratar a la intelectualidad acomodada tras el mayo francés como un puñado de niñatos violentos y sin escrúpulos, ni siquiera su carné rojo le salvó del desprecio de cierta crítica que parecía confundir el arte con la política (y a veces, ni siquiera con la política, sino con el partido).

En una de sus películas (Un borghese piccolo piccolo), Monicelli realiza una sátira feroz del funcionariado italiano. Un hombre gris y pequeño (Alberto Sordi) intenta enchufar a su hijo en el Ministerio y para conseguir las respuestas de la oposición ingresa en la masonería. El hijo es asesinado accidentalmente por unos terroristas. A consecuencia de la ira que le produce la burocracia que le niega un ataúd y la policía dejando escapar al asesino, Sordi se crece y transforma en un verdugo tan desequilibrado como el sistema que lo creó. Afortunadamente, la justa reivindicación que hace grandes a los funcionarios andaluces poco tiene que ver con la ira, y sí con la locura de la Junta de Andalucía que les ha proporcionado el ataúd y pretende dejar escapar a los asesinos: Griñán y los sindicatos cómplices.

El presidente de la Junta, con la connivencia de UGT y CCOO, aprobó por Decreto Ley una puerta de atrás para el acceso directo a la función pública de personal no funcionario. Inconstitucional, sin duda. Tanto es así que el propio Griñán reconoció su error y anunció su tramitación parlamentaria como Proyecto de Ley con audiencia de todas las partes. Pero la semana pasada, en un atropello jurídico sin precedentes, volvió a aprobar el mismo Decreto para utilizarlo como paraguas en la creación a toda prisa de nuevas agencias, e imponer por los hechos lo que no permitiría el Derecho. Una vergüenza propia de los guiones de Berlanga o Monicelli. Los funcionarios callaron ante el recorte de sus salarios. Y no piden un euro para sí: sólo dignidad. Cierto que no todo el personal laboral está enchufado y que muchos han pasado por más cribas que algunos funcionarios. Pero su lucha, enarbolando la bandera y el himno de Andalucía en cada una de sus protestas, demuestra que ni han muerto ni los han matado. Están más vivos que nunca. Libres. Malditos. Como Berlanga o Monicelli.

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