Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Antonio Castilla, en papel

LA obra sobre papel es una cortina en movimiento, es la disolución de lo que ocurre en varias otras capas superpuestas. Obra sobre papel, de Antonio Castilla, es el nombre de la exposición organizada por la Fundación Cajasur en la sala de Gran Capitán. Es Antonio Castilla un hombre joven que ha volcado su vida en una vocación: la pintura, la vida, vida como pintura o la pintura en vida. Si hay algo permanente a lo largo de su evolución como pintor es el contacto directo con una experimentación artesanal, que hace de los paisajes sensoriales una declaración sobre el espíritu: así, en los cuadros de Antonio Castilla la figuración es improbable, porque va explorando un territorio que sólo encuentra un eco posible entre los sueños como referencia racional

No es que la pintura de Antonio Castilla sea irracionalista, porque no lo es en términos pictóricos: pero si la miramos como verdad humana, no tanto como artefacto final bien construido con una tradición artística detrás, sino como expresión de una verdad íntima, entonces encontraremos que la pintura de Castilla aborda geografías insondables, que ha traspasado ya los límites directos del aquí y el ahora para llevarnos, casi ingrávidos, a otras latitudes de nosotros mismos, a otra equidistancia que nos puede mostrar en el espejo como inseminación de lo probable. Algo hay en este último momento de Castilla que me recuerda a Bacon: pero sería un Bacon, claro, no figurativo, un Bacon sin ninguna referencia antropológica, un Bacon sin pasado ni carnes putrefactas. Sin embargo, todo lo que en Bacon es dolor en Antonio Castilla parece placidez, con un brote de carácter, incluso de dureza contenida en el trazo, para llevarnos hacia una cadencia que ha asumido el dolor, que lo ha hecho suyo, que lo ha sintetizado como una droga blanda que se adhiere a los ojos, que nos hace mirar la realidad no ya como última frontera, sino como la primera frontera de nosotros mismos.

Uno no se plantea si le gusta Francis Bacon: existe, y ya está, no se ajusta a parámetros estéticos de gusto, es una bofetada carnosa en el horror. Todo lo que en Bacon es horror, en Antonio Castilla es una madurez que nos desliza a una pintura convertida en música, que ya no necesita la letra o la canción de ningún referente personal. Es la creación de un mundo, es una melodía con música en el trazo, es Capitalidad Cultural por derecho. Es, sobre todo, la última muestra de este pintor joven que no lo es, en absoluto, ni en sus planteamientos ni en sus logros, fruto especialmente de una indagación valiente y personal que está siempre en conflicto con su realidad más inmediata: porque sólo de ese diálogo, comprometido y arduo, con todas las versiones de uno mismo, puede resurgir su mejor cara.

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