Reloj de sol

Joaquín Pérez Azaústre

Rogelio Guedea, Adonais

HACE más de un lustro apareció Rogelio Guedea entre nosotros. Era un poeta joven mexicano, y había venido a España a conocer el acento interior de la palabra, todos los matices del lenguaje quizá con más esencia que el Caribe, alejado por fin del mestizaje que era credencial de su poesía. Recuerdo perfectamente la primera vez que oí hablar de él: fue a José Luis Rey, cuando me dijo que había conocido a un muchacho mexicano, de Colima, que conocía la lírica española mucho mejor que muchos de los nuestros; luego, después de haber viajado algo a la otra orilla del idioma, he sabido que esto es muy común, porque la tradición hispánica se ha estudiado mejor al otro lado.

Rogelio Guedea llegó a Córdoba entendiendo la poesía como palabra encendida en la amistad, como la definiera Rey. Así, al encontrarse con una variedad interesante de poetas jóvenes cordobeses, concibió una antología para publicarla en México, y dar allí cabida, espacio nuevo, a los poetas cordobeses más bisoños: se llamó La flama en el espejo, y bien que dio la flama en el espejo de Rogelio, porque le incendió la voz, y la presencia, con toda la codicia subterránea que es una negación de la poesía. La generosidad se paga cara, y esto es algo que Rogelio comprendió rápidamente. Sin embargo, la poesía de alto vuelo siempre se refrenda por sí misma, y muy pronto ganó el Premio Rosalía de Castro por su estupendo Mientras olvido: dentro de este libro, el poema Debo confesar, sobre el que Alberto Guerrero concibió una canción hermosa. Así, hasta donde sabemos, la poesía de Rogelio es de un coloquialismo selvático en el aire, con una dimensión sobre la imagen que enarbola la pura sencillez, de manera que el vuelo y la metáfora se cuelan por los huecos sinuosos de cualquier conversación.

Cuando ayer me invitaron al fallo del Premio Adonais, en el Ateneo de Madrid, y supe que había caído en manos de Rogelio Guedea, un círculo invisible se cerró, se hizo tangible, alcanzó su mayor prolongación en las extensiones del poema. En estos años, Rogelio Guedea se ha dedicado a lo suyo, que es viajar y escribir. Se fue de Córdoba dejando tras de sí una estela brillante de generosidad y afecto, a pesar de que algunos quisieran empañar este testimonio de amistad poética. Hoy, muchos olvidarán el papel que jugaron en la caza de brujas anterior. El tiempo, claro, pone a cada cual en su lugar y, por eso, que ahora haya ganado Rogelio el Adonais con su nuevo libro de poemas, Kora, es un entusiasmo incontenible para quienes creímos en él antes y ahora. Rogelio Guedea, el nuevo Premio Adonais, es un amigo de la poesía cordobesa y de la literatura en general. Su voz es un regalo de la vida.

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