La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Manada

TODAVÍA no sé si es manada de animales, manada de cerdos, manada de sanguijuelas, manada de mierdas, manada de canallas o manada de cobardes, o un resumen de todo lo anterior, que también. Un poco mucho de todo. Piara puede que fuera mucho más apropiado, más explícito y concreto. Pero ellos optaron por manada, así que respetemos la nomenclatura, aunque estos sujetos no se merecen ningún tipo de respeto, ninguno. Lo que no me cabe duda es que se trata de una manada de delincuentes a los que les deseo una larga y penosa temporada en la cárcel, si las suposiciones y sospechas se confirman. El desgraciadamente ya popular grupo de WhatsApp denominado manada lo conformaban cinco individuos, algunos de ellos miembros de las fuerzas de seguridad del Estado -¿gente así vela por nosotros? ¡Miedo, pánico!-, que, según apuntan las pruebas encontradas hasta el momento, se dedicaban a drogar a mujeres a las que obligaban a realizar prácticas sexuales con todos los integrantes de la panda. Prácticas que estos sujetos, la verdad es que me cuesta calificarlos de este modo, grababan con sus teléfonos móviles, para luego compartir en su celebre grupo de WhatsApp. Grabaciones que les gustaba mantener en el tiempo, a modo de videoteca del horror y de la infamia, ellos supongo que por "hombría", y que ha posibilitado descubrir que la violación colectiva perpetrada a una chica en Pamplona, durante la última fiesta de San Fermín, no es la única. El registro de los smartphones de los acusados ha mostrado una más que posible violación, similar en guión a la segunda, en la provincia de Córdoba, en la localidad de Pozoblanco, concretamente.

La historia es desoladora, repugnante, asquerosa, pero aún más que a la chica de Pozoblanco, supuestamente, nadie la creyese cuando decidió denunciar los hechos. Una situación que a mí, particularmente, me retrotrae a esa España funesta e impúdica, donde el cura y el sargento de la Guardia Civil eran las máximas autoridades y algo más. La moral. Esas autoridades intachables de las que nadie podía dudar lo más mínimo, por encima del mal y el bien. Parece que, en cierto modo, sigue siendo así, desgraciadamente, y es que ese "franquismo sociológico" que en más de una ocasión he mencionado y denunciado sigue estando muy presente en nuestra sociedad. Sin pretender comparar los casos, porque son incomparables, otra grabación de contenido sexual registrada por un teléfono móvil ha sido muy comentada en los últimos días. Como si tuvieran que superar esa leyenda que se le adjudica al torero Luis Miguel Dominguín tras supuestamente haber mantenido relaciones íntimas con las actriz Ava Gadner, a dónde vas, a contarlo, dicen que respondió cuando ella le preguntó sorprendida, dos futbolistas del Eibar les enviaron a sus amigos un vídeo en el que se les veía practicando sexo con una mujer. Vídeo que ya ha visto media España, como suele suceder en estos casos. De la práctica sexual, nada que decir, mientras haya consentimiento expreso de los participantes, las posibilidades son como los colores, escoja y disfrute. De la torpeza de los jugadores, otra vez esa necesidad de reivindicación, incluso de exhibición, que necesita el "machito" para seguir creyendo que sigue el gran "machito".

En cuanto a los comentarios vertidos sobre la chica, pues me remito nuevamente a esa España funesta e impúdica, que se tiñe de sepia y púrpura. Que un hombre fantasee y hasta esté con dos mujeres en la cama, se entiende como una hazaña, pero si es una mujer la que lleva a cabo su fantasía, sea cual sea, la cosa cambia, me temo, saliendo muy mal parada -la mujer- en la mayoría de las ocasiones. Cosas de esa y esta España, tan machita y machista, y por tanto marchita. Coinciden los dos asuntos en la exposición de ese macho cavernícola, que necesita reafirmarse en su condición por encima de todo, como si le reportara un mayor placer la exhibición, el contarlo, que el propio acto en sí mismo. Insisto en que los dos casos son incomparables, aunque sí destilan ambos esa mal interpretada masculinidad que tanto daño nos hace como sociedad y que impiden que determinados roles, de otro tiempo, acaben donde realmente merecen estar: enterrados en el pasado.

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