La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Lecciones de geografía

LA verdad es que no ganamos para sustos, que vaya época chunga que nos está tocando vivir. Que cuando no es uno, es otro, u otro más allá, o aquel de enfrente, que siempre hay uno predispuesto y bien dispuesto a salir en los papeles, para mostrarnos sus miserias o sus avaricias, ya que solo se trata de miserias para nosotros, los tontos de siempre que acabamos pagando el festín, a tutiplén, que se han pegado esos pocos que ya no son tan pocos, que la lista se va ampliando y ampliando, que yo no sabía que la codicia fuera de la familia de los champiñones. Hubo fiesta, claro que la hubo, y la sigue habiendo, tal cual, pero ni usted ni yo estamos invitados, o sí, para recoger los platos rotos, limpiar las manchas del suelo y pagar lo que se deba, porque todos esos robos, llamemos a las cosas por su nombre, los pagamos entre todos, y a toca teja. En metálico y con nuestra Sanidad o con la Educación de nuestros hijos. Rara es la semana que no nos enteramos de un nuevo desaguisado, de una nueva desvergüenza, la Gürtel, los Pujol, Bárcenas y sus colegas, Punica y que sé yo más. O nos enteramos, que viene a ser lo mismo, de un nuevo destino truculento financiero, en esa geografía amoral y canalla que traza el dinero, o ese dinero que se esconde porque se ha ganado a costa de mucho robar y mucho choricear. A Suiza, Gibraltar, Andorra o Las Caimán ahora se ha unido Panamá. Una nueva casilla a marcar en la geografía de los paraísos fiscales, que vaya expresión más fea, y es que "paraíso" y "fiscal" no pueden ir en la misma frase y cuando van, cuando logran agruparse, es porque no significa nada bueno y se ha pervertido la definición original, o esa que nosotros tenemos instalada en nuestras cabezas. Su paraíso no es nuestro paraíso, definitivamente, aunque lo paguemos a medias, con propina me temo.

Panamá, célebre por su canal, el atajo entre los océanos, y por Rubén Blades, ese cantor universal que se inventó Pedro Navaja, manifestación más evidente de la latinidad por la séptima avenida, ahora está en boca de todos por esos papeles que nos cuentan en las páginas de los periódicos. Papeles que nos han mostrado los supuestos desmanes contables de algunos acaudalados y célebres personajes, de Almodóvar a Vargas Llosa, pasando por el ministro Soria y la hermana del Rey, el Rey de antes, quiero decir, que el Rey actual ya tiene bastante con su hermana, con la única intención de pagar los menos impuestos posibles, y si es cero mejor, en sus países de origen. Y Bertín Osborne, que se me olvidaba, ese visionario, ese revolucionario, que ya no sabemos dónde está su casa, si en la televisión o en Panamá. Sí, todo así como muy patriota, de muy comprometidos con los suyos, o todo lo contrario, muy comprometidos con lo suyo. Panamá en la semana que un viejo conocido de estas lides vuelve a la escena, Mario Conde, ese gran hombre que muchos soñaron ser, que era recibido en las facultades como si se tratara de un nuevo mesías, ese hombre íntegro y elegante, que muchos hubieran votado sin dudar como presidente de nuestro país, de nuevo en el candelero. Y no es por una estupenda novela que acaba de publicar o porque haya donado parte de su fortuna a la investigación, no. Por lo de siempre. Eso sí, Conde es más clásico, a Suiza, como está mandado, como esos señores de bien que se han pasado la vida dándonos clases de moral, ética y patriotismo. Esos hombres que ahora nos hablan de legalidad para tapar sus vergüenzas, y se olvidan de palabras, tan simples como concretas, que no aparecen en sus diccionarios.

Pero son más las lecciones de geografía que recibimos cada día. En los últimos tiempos hemos ubicado perfectamente en el mapa Melilla, Lampedusa, Dobrun, Amán, Kosovo o Hungría, con frecuencia acompañadas por imágenes terribles, como sacadas de la peor pesadilla. Es la geografía de los que no tienen nada, de los que huyen de su tierra, dejando atrás familia y recuerdos, porque lo han perdido todo y lo único que les queda, sus propias vidas, corren el riesgo de perderlas. Millones de personas que, como nosotros, nunca formarán parte de una empresa offshore, que nunca han oído hablar de Mossack Fonseca, pero que sí tienen algo de lo que carecen esos otros habituales viajeros en esos puntos cardinales de la geografía de la especulación: dignidad. Esa palabra.

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