La tribuna

Salvador Gutiérrez Solís

Una historia de soledad

CADA cierto tiempo, tal y como sucedía en esa divertida película alemana, Good bye Lenin!, alguien regresa a la vida tras haber estado mucho años en coma. Recuerdo el caso de aquel gallego que, tras abandonar el hospital, y tras pisar de nuevo las calles, creía que estábamos locos, ya que todo el mundo iba hablando solo y en voz alta. El profundo sueño del coma lo reclutó antes de que los teléfonos móviles fueran esta cotidianidad que nos abruma y que, supuestamente, nos interconecta. Le costó adaptarse a este nuevo mundo de velocidad, conversaciones solitarias y euros. Como en el caso de este gallego cuyo nombre no recuerdo, o en el de la anciana de la película, nos quedamos con la anécdota, con ese giro casi humorístico que puede acarrear encontrarse con un tiempo desconocido, y nos emocionamos. Una emoción corporativa, tal vez, ya que se tratan de casos que entendemos como el hilo de la esperanza, esas excepciones que escapan de la imperativa y enlutada regla. Excepciones que también deseamos protagonizar, en el caso de que la mala fortuna se cebe con nosotros. Leo con emoción la narración de estos casos, y, por el contrario, he leído con estremecimiento el caso de Pilar, la mujer gaditana que han encontrado muerta, en su propia cama, tras cinco años sin saber nada de ella. En un edificio en el casco urbano de la ciudad, no en los extrarradios. Un edificio en el que solo permanecen unas oficinas, ya no vive nadie habitualmente. Ha sido Pilar la última moradora. La descubrieron unos operarios que rehabilitaban una fachada cercana. Les llamó la atención la ventana abierta y los pájaros que convivían junto a los restos de Pilar. Una imagen que parece estar extraída de una película, fantasmagórica y cruel, de Tim Burton, pero que una vez más nos la ha ofrecido la realidad, que siempre acaba superando hasta a la ficción más delirante.

Cuando las fuerzas de seguridad del Estado accedieron a la vivienda de Pilar, encontraron junto a la puerta decenas de notificaciones, la mayoría de ellas avisos por impagos. Un año después de su supuesta muerte, le cortaron los suministros de electricidad y agua, ya no los necesitaba. También hemos sabido que Pilar trabajó como enfermera, que padecía depresión, y que estaba de baja médica, por tal motivo, cuando supuestamente murió. Y, un dato que llama poderosamente mi atención, que activó mi estremecimiento, nadie denunció ante la policía, ni ante ningún otro organismo, la desaparición de Pilar. Cinco años, cinco largos años. Nadie. Ni un familiar, ni una amiga o amigo, ni un compañero de trabajo ni el tendero de la tienda más próxima, nadie. Solo los pájaros y la soledad permanecieron al lado de Pilar durante estos cinco años. Bien podría Pilar haber protagonizado el último libro de Nacho Montoto: Estamos todos, aquí no hay nadie. Decenas de preguntan me acechan. ¿Echaría alguien en falta nuestra ausencia en el caso de desaparecer repentinamente? ¿Alguien nos buscaría? ¿Cómo es una persona a la que nadie, absolutamente nadie, echa en falta? No deja de pulular en mi cabeza la historia de Pilar, una triste historia de soledad y muerte, cuando leo en la prensa que en este 2015, en España, por primera vez desde 1939, plena Guerra Civil, seremos menos, ya que las defunciones están superando a los nacimientos.

Supuestamente, vivimos en la cumbre de la interconexión, nos comunicamos con miles de personas en un solo segundo y, sin embargo, tardamos cinco años en descubrir que una persona ha fallecido, que ya no está aquí, entre nosotros. Cinco años rodeada de pájaros, silencio y soledad. Una secuencia que se ha instalado en mi cabeza, como un larguísimo plano secuencia que concluye en esa España menguante, donde son más los que mueren que los que nacen. Imagino bandadas de pájaros escogiendo nuevos compañeros de años y de soledad, revoleteando sobre nuestras cabezas. Imagino más historias de soledad, muchas de ellas protagonizadas por usuarios de redes sociales con miles de amigos y seguidores. Y no quiero imaginar dejar de ser sin que nadie me echara en falta.

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